sábado, 22 de febrero de 2014

DEPENDENCIAS

Dependencias 
 Antonio García Velasco

 Dependemos de las máquinas. Hasta cierto punto. Hasta un cierto punto muy alto, pienso. El año comenzó con un atasco en el tubo de desagüe de la lavadora. ¡Menudo problema quedarse sin esta máquina! Primero hubo que recoger el agua que anegaba el lavadero y, posteriormente, tres días pendientes de la solución del dichoso atasco.

A este incidente doméstico le sigue la avería en el coche. Cinco días dependiendo de los transportes públicos o del sano ejercicio de caminar, (cuando no es a la fuerza). Claro que, con los tapones de tráfico que se viven en cualquier ciudad, mejor es depender de las esperas, largas y tediosas, de los autobuses. O caminar, coche de San Fernando, ratito a pie, ratito andando.

Se soluciona el problema del coche y, mira por donde, el ordenador dice que tururú: un pitido era todo su mensaje al tratar de encenderlo. Que el monitor no es, puesto que funciona conectado al portátil. Que si la memoria RAM, que si la placa base, que si un virus maligno y maldito que se te coló por la puerta ancha de Internet. A estas alturas aún ignoro lo ocurrido, pues sigue en el servicio técnico.

Cuando falta ese chisme, se da uno cuenta de que ni escribir una línea sin ordenador. Se paralizan los ordenadores y se hunde este mundo nuestro tan civilizado. Un día vas al banco y se ha “caído” el sistema informático y las colas claman desesperación y parálisis. Una mañana te acercas a las ventanillas de cualquier administración y fallan las computadoras y se levantan las úlceras de la pérdida de tiempo.

Nada podemos hacer sin las máquinas. Dependemos de ellas, nos esclavizan. Ya planteaba Julio Cortázar que, cuando se regala un reloj a un niño, en realidad, se está regalando un niño a un reloj. Hoy el escritor argentino hubiese escrito en vez de reloj y necesidades de darle cuerda, ponerlo en hora, limpiarlo, etc., “teléfono móvil”, otra máquina que se impone y se hace imprescindible, nos esclaviza y condiciona. No se sabe qué hacer y se coge el móvil para contemplar su pantallita, manipular su teclado y explorar sus interminables funciones y aplicaciones descargadas.

 Y, mientras los vecinos nos entretenemos de estas ocupaciones y dependencias, los políticos españoles en el empeño de reformar vía decreto ley, crear repúblicas de taifas y dejar a la ciudadanía con menos posibilidades y más recortes cada jornada. En contraste, los europeos, queriendo borrar fronteras por una parte y despenalizado las eutanasias por otro, que se borren los valores humanos, que predominen sólo los valores rentables desde la perspectiva del dividendo. Y los que miran aún más lejos, en el empeño de la globalización dominada por el capital, dependiente, por descontado, de los ordenadores y, por supuesto, con el riesgo de que un buen –mal- día se estrelle el sistema y nos estrellemos todos con él.

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