Los trinos amarillos del canario
Antonio García Velasco
El canario seguía en su jaula, con sus cantos ajenos al enredo que suponía la nueva situación: se había desplomado parte del techo de la casa y era necesario envigar de nuevo todo el soporte del tejado, El perito que fue a calibrar los daños había dejado claro que, antes o después, mejor antes, había que derribar toda la techumbre del edificio y reconstruirla con materiales adecuados.
El canario
seguía con sus gorjeos, arrullos, canturías. "¡Para cantos estamos!",
exclamó el hombre dándole un puñetazo a la jaula.
-Pero, hombre de
Dios, ¿qué culpa tiene el pájaro de que el techo se haya caído por tanta
lluvia?
-Me tiene harto
con su murga y su monserga.
-No debes
pagarlo con quien no tiene culpa.
-¿Lo pago con el
hombre del tiempo?
-El pobre sólo
se limita a anunciar lo que viene. Y la Naturaleza es así, o la casa estaba mal
construida. O está vieja. O lo que sea. Lo cierto es que ha ocurrido y no
tenemos otro remedio que aceptarlo y repararlo con resignación.
-¿Con resignación?
Con dinero se arreglan las desgracias. ¿Y de dónde vamos a sacarlo?
-Tendremos que
pedir un préstamo.
-Pero ni la
situación ni los bancos están ahora para préstamos.
-No vamos a
quedarnos sin tejado.
El canario,
olvidado ya del susto provocado por el temblor de jaula, reanudó sus
gorgoritos, sus trinos amarillos en honor de Lorca, sus canoros reclamos.
-¿Y tú por qué no te
callas? -le gritaron al pobre pajarillo, tan ajeno al derrumbe de la estructura
de la casa como a las voces que le dirigían exigiendo su silencio.
-Si el banco no nos
presta, tendremos que recurrir a la familia –dijo ella.
-¡Quién de la familia
está para préstamos?
-Entre todos. Cada uno
lo que pueda. Tú le pides a la tuya, yo, a la mía.
-No veo ahí la
solución.
-Pues ya me dirás qué
hacemos.
El canario seguía
cantarín aquella mañana, como si quisiera compensar el disgusto tenso que
ensombrecía la casa. Pero no estaba el ánimo para detenerse en trovas ni
filarmonías.
-¡Qué te calles! –le
gritó el hombre en los mismos barrotes de la jaula. Retrocedió el pajarillo
hasta el otro extremo, con revuelo de plumas y cascarillas de alpiste.
-Que el pobre pajarito
no tiene culpa de nada.
-Me tiene desesperado.
-No es el canario, es
la situación en la que estamos.
-De acuerdo, sí, lo
reconozco. Pero no puedo más.
-Vamos a descansar un
poco y ya veremos la mejor solución –dijo ella mientras lo tomaba del brazo y
lo empujaba hacia la habitación.
Por fortuna, el
derrumbe afectaba a la planta superior de la vivienda, una casamata del barrio
llamado Ciudad Jardín, y dejaba aparentemente intactas las habitaciones de la
planta baja. Pero el ánimo no estaba para relajamientos sino para zozobras.
Vencieron las insistencias de la mujer, convencida de que las relaciones
amorosas obrarían el milagro de calmar los ánimos y despejar la mente. En
plenos efluvios de pasión estaban cuando acabó de derrumbarse el tejado, que
derrumbó el techo de la habitación, que aplastó a la pareja, que hizo callar
para siempre al canario de los trinos amarillos.
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