Robos y ladrones
Antonio García Velasco
Aplaudo la reflexión del anónimo
“Podemos” a propósito de mi columna “Del poder y el dinero” (Diario la Torre,
07/08/2014). “Lejano siglo XX”, aunque con y como juego literario, propio de la
creación artística, plantea la utopía de otros mundos posibles, de otras
sociedades con auténtica justicia distributiva, regidas por la inteligencia y
no por la ambición de adinerados o/y políticos. Son sociedades que tienen que
ir construyéndose ya. Estamos muy lejos de la Era Edénica y sólo la voluntad de
todos los ciudadanos, vibrando en los mismos afanes, puede acercarnos a algo
parecido a una sociedad justa, sin espabilados ladrones que se aprovechan de su
poder para mangar a los demás; que se aprovechan de su fuerza, influencias y
medios para someter al resto; que no tienen otras miras que medrar
personalmente, bajo la consigna, “ande yo caliente / y que me vote la gente”.
Recuerdo una novela en la que el
personaje, musulmán por más señas, bebedor de whisky, a escondidas y en contra
del Corán, justificaba su afición afirmando que el único pecado digno de
condena es el robo y a ello reducía todas las conductas negativas. Matar, por
ejemplo, es uno de los peores robos, no sólo el de la vida a la víctima, sino,
también, el del ser querido a sus familiares y amigos. Bombardear y destruir
casas es robar la vivienda y enseres a muchos otros. Robar es también
administrar mal y, sobre todo en provecho propio, los dineros públicos,
conseguidos a base de impuestos no siempre justos. Robar es la atribución de
sueldos desorbitados, por más que digan algunos que si no es por los sueldos
altos, los puestos público-privados de mayor responsabilidad no estarían en
manos de los mejores. (Pero, ¿quiénes son los mejores? ¿Para qué necesitamos a
esos “mejores” u “honorables”, por ejemplo, con cargos que son aprovechados
para amasar delictivas fortunas? ¿Para qué o para quiénes son tan “mejores”?).
Provocar una guerra es crear un clima de robos generalizados… Y podríamos
seguir los ejemplos, sin duda.
A nadie puede extrañar el grito
multitudinario “Estamos de ladrones / hasta los cojones”. Como nadie puede
condenar aquel grito de las paredes primero y de las piedras y cascotes de su
destrucción de después: “Las leyes que no nacen del corazón de todos los
humanos reunidos son putas, asquerosas leyes”. Es el argumento de un cuento,
aún inédito, que escribí en los años setenta, antes de que la dictadura
perdiera su caudillo y adquiriese formas más sutiles de dominio, control y
explotación de masas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario