La ejecutiva rubia
Antonio
García Velasco
La ejecutiva
rubia iba corriendo alocadamente para no perder el autobús. Ni los altos
tacones constituyeron un impedimento en sus afanes. La cartera, como volando y
los papeles de la urgencia en la mano izquierda. La esperaba una importante
reunión de empresa. Anoche rechazó el amor por quedarse trabajando en casa y
esta mañana perdió la noción del tiempo. Ella que nunca había llegado tarde,
ahora se jugaba la impecabilidad de su prestigio en los segundos que la
separaban de la parada más cercana. Era imposible correr más. Por fortuna, el
conductor del bus se percató de la carrera, la reconoció y, arriesgando la puntualidad
proverbial de su línea, retardó la partida los segundos necesarios para que
ella llegara. Se ahogaba, el corazón le latía atormentado. Pero...
-¡Buenos días!
-suspiró- ¿Gracias! Te...te... debo una, con... con... ductor.
-¡De nada! - y
le guiñó el ojo de la complicidad.
-A la salida nos
vemos -dijo ella, algo más aliviada, pasando la tarjeta del bonobús por el
círculo rojo del registro de pasajeros.
Él
comenzó a silbar una canción al arrancar y ella, sonriendo, buscó un asiento libre.
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