La sentina
Antonio
García Velasco
Su
padre, marino, le había hablado de la sentina o cavidad interior del barco
situada sobre la quilla en donde se acumulan las aguas procedentes de
filtraciones, que desde allí son expulsadas por medio de bombas. Su profesora
Margarita le habló de la sentina como lugar lleno de inmundicias malolientes.
Ahora ella, la virtuosa Susana, le hablaba de la sentina como lugar en el que
abundaban los vicios y el desliz.
-Cada
uno habla de la sentina según sus experiencias, sus perspectivas, su vida.
Pero
Susana se negaba a acompañarlo.
-Tampoco
quiero que vayas tú, Joaquín. Es un antro de juego, meretrices, borrachos y
drogadictos.
-El
lugar se llama Paradiso, es decir, paraíso.
-La
cínica costumbre humana de nombrar con el término contrario al exacto.
-¿Y
si estás dejando llevar por los prejuicios?
-No,
Joaquín, no. Sé bien de lo que hablo. Se trata de una sentina, ni más ni menos.
-Te
he dicho ya lo que decía mi padre, lo que explicaba mi profesora de lengua...
-Sí,
cierto, también tienen razón tu padre y tu profesora.
-¿Por
qué estás tan segura, Susana?
Y
ella, en tensión, herida como si hubiese recibido la tremenda cuchillada de las
malas vivencias, dijo llorando:
-He
trabajado en ese lugar infernal que llaman Paradiso.
Joaquín
la abrazó, tratando de proporcionarle consuelo: "Lo siento, Susana, lo
siento. No conocía el hecho. Lo siento de veras".
Susana,
entre lágrimas, sollozos, suspiros y habla entrecortada por la emoción, relató
su experiencia: allí la obligaron a vender su cuerpo, a restregarse en la barra
vertical con movimientos lascivos para provocar a los asistentes; allí le
hicieron consumir alcohol y droga para enviciarla con adicciones; allí la
manosearon introduciendo billetes de banco entre sus ropas ligeras; allí actuó
como cebo para incitar al juego; allí la sometieron a todo tipo de
vejaciones... ¡Ay, Joaquín, no quieras conocer los detalles de aquellos horribles
años!
Joaquín
quedó pensativo, inerme, sin ánimo de acción. Ella se percató de su indolencia
y reaccionó con prontitud:
-Comprendo
tu ánimo, Joaquín... No te culparé si me rechazas por mi vida pasada.
-Necesito
estar solo -anunció Joaquín.
Ella
se apartó para retirarse a su casa.
-¡Susy,
por Dios! ¡Cuánto tiempo sin verte! -la asaltaron dos clientes del Paradiso.
-No
me llamo Susy.
-Oh,
no te hagas la desconocida, Susy, bien que te conocemos. ¿Por qué abandonaste
el local? ¿Te has establecido por tu cuenta? ¿Cuánto nos costaría ahora ir
contigo?
Susana
trataba sólo de esquivarlos, de que la dejaran en paz. Pero los hombres le
echaban mano, la tocaban, trataban de convencerla con todo tipo de argucias
manoseadoras.
-¡No
me llamo Susy, no sé quiénes sois, dejadme en paz!
-Bien
que aceptabas nuestros billetes entre los elásticos de tus braguitas -y los
exhibían de nuevo-. Anda, Susy, no te hagas rogar. Ahí mismo hay un hotelito
bastante acogedor.
-¡Qué
me dejéis en paz! -gritó la mujer desprendiéndose de los lazos de ellos.
Comenzó a correr, no en dirección a su casa, sino tras las huellas de Joaquín.
-Joaquín,
mi amor, tú eres mi única salvación -dijo al verlo caminar cabizbajo.
Se
volvió él y, al percatarse de su sofoco, la recibió con los brazos abiertos.
-Estoy
muy confundido, Susana.
-Lo
comprendo. Y no te culpo.
Caminaron
uno al lado del otro, abrazados.
-Te
juro que nunca iré al Paradiso -dijo Joaquín-. Y nadie te obligará a hacer lo
que no quieras.
Al
día siguiente, un incendio, al parecer provocado, redujo a cenizas el local
llamado El Paradiso. Los bomberos evitaron que el fuego se extendiera por los
edificios colindantes. Susana experimentó la sensación de que también su pasado
quedaba devorado por las llamas del amor apasionado de Joaquín.
Conocí la sentina de un barco moderno. Se infería en ella las soldaduras de las cuadernas vías. Se destinaba a almacén de víveres.
ResponderEliminarSí, la sentina era como el nutriente olvidado cuando la proa cortaba la mar a treinta seis millas por hora. La brisa se aceleraba, la estela de popa se blanqueaba, a babor y estribor el horizonte azul fulguraba, en el puente de mando los ojos disfrutaban de vistas tridimensionales... Para volver a esas hondas experiencias, necesariamente, la sentina, hospitalaria, queda, casi secreta, tenía la llave del alimento, del vigor, de la ilusión renovada...
Cuando se renueva la ilusión el pasado no debe ser una carga sino un aliciente solidario. La sentina no es su escondrijo. Se convierte en almacén vivencial. Sin ocultamientos, a toda persona se le rechaza o se acepta con todo su bagaje. Con plena conciencia y consecuencia en la pérdida o en el futuro compartido. El mundo es como es porque nosotros somos como somos.
Si cambiamos, poco a poco cambiará el mundo. Por lo menos el mundo de nuestro alrededor.
ResponderEliminarSi, eso es, cada uno en el porcentaje que la genética y las circunstancias le permitan. Pero, sin abandonar esa predisposición.
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