Decreto
del Olimpo
Antonio García Velasco
En
el momento en que Ángela tomaba el sol en la terraza,
una bandada de fisirrostros sobrevoló sobre la casa. Aquellas aves de pico
corto y vientre suelto dejaron su huella estercórea sobre el cuerpo desnudo de
la mujer. Sintió un asco nauseabundo cuando se dio cuenta de los excrementos
sobre piernas, vientre y brazos. Acudió a la ducha directa y precipitadamente,
temiendo que su organismo absorbiese las heces venidas del cielo. Recordó la
convertibilidad de Zeus que poseyó a Leda transformado en Cisne; a Dánae, en
lluvia de oro, y, en forma de toro, raptó a Europa, a la que también violó. Lo
del dios griego le pareció un prevaricato indigno. Pensaba en ello mientras se
duchaba y, al terminar, no podía abrir la mampara: sufría un encierro decretado
por el Olimpo. Podemos relatar las hazañas de un dios, pero no calificarlas de
delito o abuso.
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