Garrapiñadas para
un ballenato
Antonio
García Velasco
Resulta inadecuado
darle almendras a un pobre ballenato varado en una playa del sur peninsular.
Pero eso es lo que intentaba Agustín Heredia, a quien las almendras
garrapiñadas le gustaban más que unos tenis nuevos. Comía su chuche preferida
paseando por la playa solitaria, cuando descubrió aquel retoño de ballena extraviado.
-Pobre animal -se
dijo el niño-. Seguro que tiene hambre. Se habrá perdido buscando comida.
No le costó mucho
desprenderse de sus almendras ante la lástima que le despertaba el animal y su
supuesta necesidad de comer. Pero éste parecía rechazar el ofrecimiento dando
coletazos y sacudidas de cabeza.
-Te
las doy de corazón, pececito grande. Seguro que has venido hasta aquí buscando
comida. ¡Toma, toma, que están riquísimas!
Persistía
en su conducta el ballenato y, en uno de los movimientos de cabeza, le tiró las
garrapiñadas que le ofrecía la mano infantil.
-Me
enfadaré contigo, pececito grande. Me enfadaré contigo.
Al poco se fue
llenando la playa de policías, bomberos y personal diverso. Agustín tuvo que
apartarse y dejar que actuasen los adultos uniformados. Ataron al pececito
grande y lo arrastraron al mar remolcado con barcazas motoras.
Una
lágrima rodó por la mejilla del niño mientras el ballenato se alejaba:
-Se
ha perdido mis garrapiñadas tan ricas. ¡Pobre pececito grande!
“¡Agustín,
Agustín!”, escuchó las voces desesperadas de sus padres y los amigos de éstos.
Les había
estropeado el almuerzo, alejándose demasiado del chiringuito donde comían. Ni
escucharon sus explicaciones sobre el ballenato que rechazó sus almendras y se
llevaron arrastrado al mar por barcas motoras.
-No nos vengas con
cuentos, Agustín. ¿Por qué, por qué te has alejado tanto? Esta tarde, castigado
sin televisión y sin videojuegos.
-No
quiso mis garrapiñadas, papá. Estaba perdido el pececito grande.
"La
imaginación de este niño nos traerá más de un disgusto", pensaron,
mientras decían:
-No digas
tontadas, Agustín.
Lágrimas
de otro tipo fueron las derramadas por el niño en aquellos momentos.
Preciosa narración que nos recuerda la inocencia de la infancia.
ResponderEliminarGracias, Inma, por leerme y por tu comentario.
EliminarLas buenas intenciones nos pasan desapercibidas demasiadas veces. Las ensombrece la realidad exacerbada. ¿Por qué seremos tan sumisos al dictado de nuestras diferentes edades? La rebelión pacífica contra nosotros mismos suele aumentar la actitud comprensiva hacia el prójimo.
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