Un
ábaco y un gato verde
Antonio García Velasco
Mi hijo había abandonado el
ordenador y la calculadora y realizaba las operaciones aritméticas con un
antiguo ábaco que era de mi padre. Más de sesenta años tenía el instrumento de
cálculo que lo absorbía como si se tratara de un novedoso descubrimiento. Y lo
sería, sin duda, para él.
En aquel momento entró en la casa un
gato verde y el niño ni siquiera se inmutó, absorto en la manipulación del
ábaco.
-¡Un gato
verde, un gato verde! -gritó la niña.
Tanto mi mujer como yo nos acercamos
precipitadamente para ver el raro animal. Juanito ni se alteró.
-¡Juanito, un gato verde! -le grité,
al tiempo que me daba cuenta de que ordenador y calculadora estaban en la
papelera.
-¿Qué has hecho, Juanito? -vociferé de
nuevo, fuera de mí.
El gato seguía su paseo por la casa
bien ajeno a las admiraciones y temores que despertaba.
-¿De dónde viene este gato?
-preguntó Adela, mi mujer.
-¡Y el niño con el ordenador en la
papelera y el ábaco del abuelo! ¿Qué bicho le habrá picado?
-¡El gato verde! -gritó Susanita
como si estuviese dando respuesta a mis preguntas.
-¿Cómo que el gato verde, qué es lo
que estás diciendo, Susanita? ¿Es que ese extraño gato ha mordido a tu hermano?
-El gato verde se ha hecho caca
sobre la alfombra -explicó la niña.
-Llama a la policía municipal, a la
perrera... ¡Qué sé yo! A quien proceda con tal de que se lleven ese animal.
Me fui hacia Juanito para comprobar
donde le había mordido el gato. Mi hijo no tenía el menor síntoma de daño y,
aunque lo zarandeé para examinarlo, no dejó el ábaco:
-¡Papa, por favor! ¿Qué quieres, qué
me haces? ¿No ves que estoy haciendo mis deberes?
-¿Por qué has tirado el ordenador?
Si no quieres usarlo, déjalo en la mesa, que daño no te hace...
-Papá, esto es más divertido... Y las
cuentas me salen mejor.
-El gato se ha marchado por la
ventana -llegó diciendo Adela.
Susanita lloraba por la pérdida.
Comencé a recoger y recomponer el ordenador. El niño terminó sus deberes con el
calculador manual. Adela salió tras el gato verde para que la niña dejara de
llorar…
Son las dos de la madrugada y aún no
ha vuelto. Los niños rendidos por el sueño están dormidos sobre el sofá y yo no
atino a reorganizar el ordenador y sus periféricos.
Quizás haya menos distancia hasta el cálculo mental desde el ábaco que desde el ordenador. Quizás un ábaco sea más fácil de reconstruir. Quizás a través de los espacios del ábaco se aposente, intangible, un claror imaginativo.
ResponderEliminar