El descubierto inmundo
Antonio García Velasco
Como un caballo que retrecha, Fernando
Toro retrocedió al sentirse acosado. Nadie lo amenazaba de momento, pero, en
las cuentas que había presentado como contable, existía un oscuro agujero
misterioso que más sabía a inmundo defalco que a simple traspié.
-Te pensabas que nunca ibas a ser
descubierto, ¿verdad?
-Puedo explicar el error.
-¿Error?
-Puedo explicarlo, os lo juro.
-Si nuestra empresa fuese mafiosa, te
empozábamos sin más. ¿Dónde está el dinero que falta?
Y añadió otro socio:
-De modo que, según tus cuentas,
somos quienes más políticos hemos comprado, quienes más hemos contribuido a la
corrupción de este país... ¿Dónde está el dinero que falta?
-Fue una operación a vida o muerte.
Me lo gasté en curar a mi hija. Pensaba devolverlo poco a poco.
-Y te hemos descubierto antes, ¿no es
cierto? Siempre venís con el mismo cuento. De putas y cocaína te lo has gastado
todo.
-Juro por mi vida que lo he gastado
buscando la salvación de mi pobre hija. La puse en manos del mejor cirujano de
los Estados Unidos, que pedía un dineral. Más el viaje y la estancia de mi mujer allí. Lo juro por lo más sagrado.
-Nada hay sagrado para un ladrón
vicioso como tú.
-No he robado, ni hablar. He cogido
prestado el dinero, aunque sin permiso.
-Y justificas la falta con pagos
falsos a los políticos de turno. Que, cierto, en ocasiones hemos tenido que
untar la manteca, pero ¿tanto?
-Tuve que afrontar los pagos de la
operación de mi pobre hija enferma.
No existía su pobre hija. Fernando
Toro era un maduro solterón emponzoñado en el juego, las mujeres y, como le
dijeron, la cocaína. Se las daba de virtuoso, marido fiel y buen padre de
familia. En más de una ocasión había pedido anticipos para regalar a su
familia, para llevarla de vacaciones, para curar supuestas y costosas
enfermedades. Ahora había llegado demasiado lejos con fingido y millonario
gasto.
-Te denunciaremos, Fernando, por
defraudar a la empresa. Has acabado tu carrera de contable y gestor. Nadie
volverá a contratar tus servicios.
Aquella noche, cuando Fernando Toro
se entrevistó con Micaela Díaz se lo dijo bien claro:
-Tu padre es el principal accionista
de Construcciones Elevadas. O arreglas mi despido y evitas la denuncia que me
van a poner, o habremos terminado. Será difícil volver a celebrar nuestras
juergas íntimas a base de buenos licores y abundante coca.
-Enganchada me tienes a ti y a tus
vicios, Fernando. Veré lo que puedo hacer.
-Que desvíe a mi cuenta la cantidad
que falta. Yo la devuelvo y ya me las arreglaré para que me dejen en el puesto.
O dimitiré saliendo por la puerta grande.
-¿Va a disponer mi padre de tanto
dinero?
-Conozco las cuentas de todos ellos.
Dile, si te parece, que no quiero ni siquiera amenazar con tirar de la manta.
Que ingrese el dinero en mi cuenta, sin que nadie se entere, y yo lo devuelvo
alegando descuido o, como les he dicho, que me lo gasté en la enfermedad de mi
hija.
-¿No estás soltero, Fernando?
-Claro que lo estoy, pero es el
cuento que les he disparado a bocajarro. No creo que con mucho éxito.
Se ignora lo que contó la hija del
empresario, pero, éste accedió a ingresar el dinero en la cuenta del contable,
que, con la cartera llena y el pasaporte en regla, huyó al país de irás y no
volverás. Desapareció para siempre. Por más denuncias que pusieron, por más
búsquedas de la policía, por más detectives privados que contrataron para
investigar, nunca averiguaron el paradero de Fernando Toro. Micaela Díaz superó
el mono buscándose otros proveedores, aunque menos viciosos, imaginativos y
divertidos que su amante desaparecido.
La picaresca persiste, se institucionaliza, se degrada... ¡Cuánto más resalta el egoísmo, más honda es la sima donde cae! ¿Intentar salir de ella con divertimentos chabacanos,con sustancias que nublan los sentidos o los anulan, con la imaginación supeditada a conductas crápulas? ¿Quiénes sino los son de la misma ralea siguen tal juego? No, gracias; aunque se logre burla la justicia humana. No, gracias; aunque se encuentre un paraíso donde pasar desapercibido. No, gracias; prefiero la modesta placidez de poder sonreír a todo el mundo sin ninguna carga en la conciencia.
ResponderEliminarPor desgracia, tus valores no son los rigen las conductas de tantos corruptos y ambiciosos, si es que la ambición no es ya un modo de corrupción en sí misma.
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