Sueños
Antonio García Velasco
Se quería comprar un barco de cincuenta metros
de eslora, por lo menos. Pintaría el casco de color morado y le pondría un
nombre con letras doradas: "Isabella". Iría allende las islas y
volvería con las bodegas cargadas de farro, el cereal que mejor toleraba su
bella enamorada. El mecanismo de su gametogénesis se ponía en funcionamiento a
toda máquina y, tanto ardor amatorio le producía, que había de acudir
necesariamente al burdel en busca de desahogo y alivio.
-¡Isabella, oh, mi Isabella! ¿Hasta cuándo me
harás esperar, amada mía?
Iba a visitar a Isabella cuando su oficio de
pescador se lo permitía. Hacían planes para contraer matrimonio y soñaban. Él
le proponía relaciones más íntimas y ella se negaba por sus arraigados principios
religiosos y sus profundos temores a que sus padres se enteraran. Seguían
viéndose en casa de ella, siempre en presencia de su madre o hermana. A veces,
paseaban, también acompañados de alguna pariente. En ocasiones iban juntos a la
misa de los domingos y rozaban sus dedos para ofrecerse agua bendita. Si alguna
vez se besaban, él saltaba de felicidad y soñaba con un jardín de flores y
besos. Sus pasiones eran ahogadas en las carnes mercenarias de las mujeres del
prostíbulo.
-¡Isabella, oh, mi Isabella! ¿Hasta cuándo me
harás esperar, amada mía?
-Mis padres dicen que tú eres un chichirivaina y
proponen casarme con Bergamín el carnicero, hombre serio y formal, con un
seguro porvenir pues cada día tiene más clientela su carnicería. Afirman
también que tú eres un putañero que no me mereces.
-Salgo todos los días a pescar soñando contigo,
tratando de ahorrar para que nos casemos... ¡Y tus padres me vienen con esas!
¿Y qué es lo que dices tú?
-Te quiero, Santiago, pero tú no te decides a
pedir mi mano. A Bergamín no le importa que haya tenido novio. Me conoce y está
seguro de que guardo mi flor para el matrimonio.
-Mira, que listo el carnicerito.
Aquella noche fingió que se iba, pero no se
marchó de la casa de ella, faltando a su cita diaria con la barca de pesca.
Subrepticiamente, sin que nadie se diese cuenta, se escondió bajo la cama de la
Isabella. Aguardó a que el sueño calmase los sentidos de los habitantes de la
vivienda, cerró el pestillo de la puerta de la habitación y se introdujo bajo
las sábanas de su amada. Cuando esta vino a darse cuenta, el ardor de Santiago
había arrebatado violentamente la virtud virginal de la doncella. Una mano
férrea le apretaba la boca para que no gritase, a la vez que le musitaba
tiernas palabras de amante enamorado... El dolor intenso de un principio se fue
transformando en placentera excitación. Una mancha de sangre en las sábanas
marcó el testimonio de lo ocurrido. Santiago le juró amor eterno. Isabella, en
el mar de la confusión, entre el infierno y la gloria, no acertaba a explicarse
lo ocurrido.
-Júrame que me quieres, Santiago. Júrame que lo
has hecho por amor. Te lo ruego.
-Juro que te quiero y sólo el amor me ha llevado
a lo que he hecho.
-¡Isabella, te pasa algo, Isabella! -aporreaba
la madre la puerta de la alcoba.
-No, mamá, nada me pasa.
-La puerta está cerrada, ¿por qué?
-La cerré sin darme cuenta. Te abro -dijo
mientras aleaba a Santiago a esconderse bajo la cama.
Entró la madre en el cuarto y no pudo menos que
fijarse en la mancha roja de la cama.
-¡Las reglas! Me han sorprendido las reglas,
mamá.
-Ve a lavarte mientras te pongo una muda limpia.
-No es preciso, mamá, ya lo hago yo. Acuéstate y
descansa. Ya me las arreglo yo. No te preocupes, mamá.
Se retiró la madre a su dormitorio sin más
averiguaciones, segura de la virtud de su hija.
Santiago abandonó su escondrijo y, a oscuras,
fue conducido por Isabella hasta la puerta de la calle.
-¿Qué es eso? -preguntó la madre desde la cama al
escuchar el ligero portazo.
-Soy yo, mamá, voy al cuarto de baño y he tropezado.
No te preocupes. Estoy bien.
"No se llevará Bergamín el carnicerito lo
que he soñado tanto tiempo. No se lo llevará", se fue diciendo Santiago.
"Y, ahora, que la casen si quieren".
Nunca tuvo Santiago un barco de cincuenta metros
de eslora, ni navegó en busca de farro para complacer a su amada, ni salió de
pobre pescador. A Isabella la casaron con el carnicero, pero nunca dejó de
pensar en la noche de bodas que vivió junto a su primer amor.
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