Scolymus
hispanicus
Antonio García Velasco
Por el aprieto
del hambre y el cansancio, pararon el coche en la explanada de una venta.
Ocuparon una mesa y se dispusieron a comer. Aunque los reconcomía la desazón de
la huida por temor a ser descubiertos, pidieron un plato típico de la zona,
tagarninas esparragás. Evaristo, más por conseguir distracción que por verdadero interés,
preguntó si las tagarninas se llamaban también cardillo, como en su pueblo.
Tenía claro, dijo, que esparragás se debía a que el plato podría cocinarse
también con espárragos...
-¿Qué lleva?
Está muy bueno.
-Las tagarninas,
claro, dientes de ajo, pan frito para la salsa, un poco de comino, pimentón
dulce, aceite de oliva virgen extra, pimientos ñoras, sal... Lo propio.
-Está muy bueno
-reiteró Evaristo.
Cuando el
camarero se retiró, los otros comenzaron sus comentarios burlones: "como
si tú fueses a cocinar", "Evaristo el cocinero", "Evaristo
el cocinillas"...
-Por distraerme
un poco he preguntado. Que no me llega la comida a su asiento... Creo que no
teníamos que haber parado.
-Estamos ya
lejos de la costa y no creo que la guardia civil nos siga o haya dado aviso...
No nos llegaron a ver. No había nadie cuando amarramos la lancha.
-¿Qué sabemos?
Continuaron
comiendo o, mejor dijo, engullendo en silencio.
-Tomaremos, al
menos, un café. Si voy a conducir yo, lo necesito -dijo Bernardino.
-Tomamos el café
y arreando -consintió Manolo, el que parecía el jefe.
-Voy a mear
-anunció Ramiro-. También quiero café.
Apareció un
vendedor de cupones ofreciendo su lotería. Negaron con la cabeza, menos
Evaristo que tomó un boleto.
-¡Suerte! -deseó
el lotero.
Regresaba Ramiro
y también deseó un número.
-Está bien, cada
uno nos llevaremos uno, el mismo. Por si nos llega la suerte. Que en el mismo
barco estamos.
-No menciones el
barco -propuso Bernardino-. Al menos hasta que se nos pase el susto.
-Tendremos que
volver cuando termine esta mala racha y se calme el asunto.
-De momento, que
no nos pillen.
Tomaron el café
y salieron. La primera operación fue ocultar el coche de posibles miradas
indiscretas y cambiar, con todo el sigilo del mundo, las placas de la
matrícula.
-Toda precaución
es poca -comentó Manolo.
Salieron a la
carretera. Se podría cortar el silencio con un cuchillo mellado.
-Leí una vez que
el grano de trigo es un fruto indehiscente que se llama cariópside.... -dijo
Evaristo.
-Vaya tontada
por la que sales.
-Era por romper
el silencio, que parece que estamos en una misa de difuntos.
-¡Quién tiene
ganas de hablar con la que nos jugamos!
-Lo mismo vamos
a tener. Lo decía por el campo sembrado de cereales.
-¡Chorradas,
Evaristo, chorradas!
-¡Un control...!
-anunció el chófer-. ¿Qué hacemos?
-Por lo pronto,
tranquilidad, serenidad, calma -propuso Manolo.
Pararon a la
señal de los guardias. No se encontraban de inquietud y temor.
Le hicieron la
prueba de alcoholemia al que conducía.
-Nada he bebido
-dijo reafirmando la indicación del aparato que mostraba el agente.
-Pueden seguir
-anunciaron los civiles.
Respiraron con
alivio.
-¡Bien!
-Ya os lo dije,
calma, nada de ponerse nerviosos. Esos no sospechaban y hubiese sido una
tontería salir corriendo.
-¡Grande eres,
Manolo!
Unos kilómetros
más allá, trataron de emplear la misma táctica en un nuevo control. Pero, esta
vez, los buscaban a ellos. Les hicieron bajar del coche y los pusieron de modo
que las manos estuviesen a la vista. Efectuaron un registro del maletero y los
bajos del coche. Un paquete de cocaína, aunque no grande, confirmó la sospecha.
Sin más explicaciones, fueron acusados de traficantes y quedaron detenidos.
-Es para
nosotros -alegaron-. No pueden detenernos por consumidores. Tendrían que
detener a tanta gente y tantos altos cargos por lo mismo, antes que a nosotros...
-¡Arreando, que
es gerundio! -ordenó el agente mientras los introducían en los vehículos
policiales.
A los cuatro se les
indigestaron las tagarninas esparragás, llamadas también cardillo y, con nombre
científico, scolymus hispanicus.
Cuando alguien tiene algo que ocultar no puede ni comer tranquilo. Después de la euforia de esquivar cualquier tipo de control, regresa la opresión en el pecho de que puede haber un segundo, un tercero...
ResponderEliminarA los cuatro protagonistas del relato quizás les tocó aquellos cupones de lotería. En tal caso, ¿da eso un respiro a la conciencia o reafirma una realidad maniatada al consumismo material y, por tanto, lejana a cultivar los dones espirituales de los que nadie carece?
Se ignora si le tocaron o no los cupones. Hubiese sido un dinero más blanco que el ganado por otros procedimientos. Y, según la cantidad, hasta cotizaban a Hacienda.
ResponderEliminarQuienes conocemos las tagarninas solemos valorar el esfuerzo. Al artista verdadero no le interesa el mercantilismo más que para poder seguir haciendo lo que le apasiona. A quien nada le aporta el arte está destinado a deslizarse por la pendiente de la superficialidad o de la ambición.
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