martes, 13 de marzo de 2018

61 Scolymus hispanicus


Scolymus hispanicus

Antonio García Velasco



Por el aprieto del hambre y el cansancio, pararon el coche en la explanada de una venta. Ocuparon una mesa y se dispusieron a comer. Aunque los reconcomía la desazón de la huida por temor a ser descubiertos, pidieron un plato típico de la zona, tagarninas esparragás. Evaristo, más por conseguir distracción que por verdadero interés, preguntó si las tagarninas se llamaban también cardillo, como en su pueblo. Tenía claro, dijo, que esparragás se debía a que el plato podría cocinarse también con espárragos...

-¿Qué lleva? Está muy bueno.

-Las tagarninas, claro, dientes de ajo, pan frito para la salsa, un poco de comino, pimentón dulce, aceite de oliva virgen extra, pimientos ñoras, sal... Lo propio.

-Está muy bueno -reiteró Evaristo.

Cuando el camarero se retiró, los otros comenzaron sus comentarios burlones: "como si tú fueses a cocinar", "Evaristo el cocinero", "Evaristo el cocinillas"...

-Por distraerme un poco he preguntado. Que no me llega la comida a su asiento... Creo que no teníamos que haber parado.

-Estamos ya lejos de la costa y no creo que la guardia civil nos siga o haya dado aviso... No nos llegaron a ver. No había nadie cuando amarramos la lancha.

-¿Qué sabemos?

Continuaron comiendo o, mejor dijo, engullendo en silencio.

-Tomaremos, al menos, un café. Si voy a conducir yo, lo necesito -dijo Bernardino.

-Tomamos el café y arreando -consintió Manolo, el que parecía el jefe.

-Voy a mear -anunció Ramiro-. También quiero café.

Apareció un vendedor de cupones ofreciendo su lotería. Negaron con la cabeza, menos Evaristo que tomó un boleto.

-¡Suerte! -deseó el lotero.

Regresaba Ramiro y también deseó un número.

-Está bien, cada uno nos llevaremos uno, el mismo. Por si nos llega la suerte. Que en el mismo barco estamos.

-No menciones el barco -propuso Bernardino-. Al menos hasta que se nos pase el susto.

-Tendremos que volver cuando termine esta mala racha y se calme el asunto.

-De momento, que no nos pillen.

Tomaron el café y salieron. La primera operación fue ocultar el coche de posibles miradas indiscretas y cambiar, con todo el sigilo del mundo, las placas de la matrícula.

-Toda precaución es poca -comentó Manolo.

Salieron a la carretera. Se podría cortar el silencio con un cuchillo mellado.

-Leí una vez que el grano de trigo es un fruto indehiscente que se llama cariópside.... -dijo Evaristo.

-Vaya tontada por la que sales.

-Era por romper el silencio, que parece que estamos en una misa de difuntos.

-¡Quién tiene ganas de hablar con la que nos jugamos!

-Lo mismo vamos a tener. Lo decía por el campo sembrado de cereales.

-¡Chorradas, Evaristo, chorradas!

-¡Un control...! -anunció el chófer-. ¿Qué hacemos?

-Por lo pronto, tranquilidad, serenidad, calma -propuso Manolo.

Pararon a la señal de los guardias. No se encontraban de inquietud y temor.

Le hicieron la prueba de alcoholemia al que conducía.

-Nada he bebido -dijo reafirmando la indicación del aparato que mostraba el agente.

-Pueden seguir -anunciaron los civiles.

Respiraron con alivio.

-¡Bien!

-Ya os lo dije, calma, nada de ponerse nerviosos. Esos no sospechaban y hubiese sido una tontería salir corriendo.

-¡Grande eres, Manolo!

Unos kilómetros más allá, trataron de emplear la misma táctica en un nuevo control. Pero, esta vez, los buscaban a ellos. Les hicieron bajar del coche y los pusieron de modo que las manos estuviesen a la vista. Efectuaron un registro del maletero y los bajos del coche. Un paquete de cocaína, aunque no grande, confirmó la sospecha. Sin más explicaciones, fueron acusados de traficantes y quedaron detenidos.

-Es para nosotros -alegaron-. No pueden detenernos por consumidores. Tendrían que detener a tanta gente y tantos altos cargos por lo mismo, antes que a nosotros...

-¡Arreando, que es gerundio! -ordenó el agente mientras los introducían en los vehículos policiales.

A los cuatro se les indigestaron las tagarninas esparragás, llamadas también cardillo y, con nombre científico, scolymus hispanicus.

3 comentarios:

  1. Cuando alguien tiene algo que ocultar no puede ni comer tranquilo. Después de la euforia de esquivar cualquier tipo de control, regresa la opresión en el pecho de que puede haber un segundo, un tercero...
    A los cuatro protagonistas del relato quizás les tocó aquellos cupones de lotería. En tal caso, ¿da eso un respiro a la conciencia o reafirma una realidad maniatada al consumismo material y, por tanto, lejana a cultivar los dones espirituales de los que nadie carece?

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  2. Se ignora si le tocaron o no los cupones. Hubiese sido un dinero más blanco que el ganado por otros procedimientos. Y, según la cantidad, hasta cotizaban a Hacienda.

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  3. Quienes conocemos las tagarninas solemos valorar el esfuerzo. Al artista verdadero no le interesa el mercantilismo más que para poder seguir haciendo lo que le apasiona. A quien nada le aporta el arte está destinado a deslizarse por la pendiente de la superficialidad o de la ambición.

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