Murmuraciones y soflamas
Antonio García Velasco
Como
no paraban de hablar, de contar historias, hacer preguntas, dar respuestas,
clavar dardos, lanzar soflamas, la recién llegada, exhausta, al oír su nombre,
cayó desmayada. Pero no cesaron los charloteos. En ocasiones, unos interrumpían
a los otros, y éstos trataban de callar a los unos. ¿Qué se quería ocultar con
tanta cháchara, qué idea de la libertad de expresión se pretendía mostrar
permitiendo programas como aquel? Se ofrecía entretenimiento a costa de
murmuraciones que ellos presentaban como verdades absolutas y trascendentes.
Cuando la del vahído recobró el conocimiento, daban una película de acción e
intriga. Pero ya no estaba en su ánimo ver la televisión. Aunque una duda la
corroía: ¿por qué habían hablado de ella en aquellos términos como si fuese una
victimaria? Acaso tendría que poner una demanda judicial contra la cadena, pues
segura estaba de no merecer el trato de las murmuraciones y soflamas, por más
que hubiese ligado con un millonario joven, guapo y famoso: lo había pasado
bien con él, pero no pretendía ni su dinero ni su fama. Todo había terminado y,
si estaba embarazada, sólo era asunto propio y bien oculto lo tenía.
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