El
chueta
Antonio García Velasco
Lo
reconoció: "Sí, cierto, soy un chueta", dijo mientras realizaba un
cuarteo para evitar el golpe de la espada. Se supo por ello que era de las
islas Baleares, donde se llama "chueta" al descendiente de judíos
conversos. Tras esquivar el primer envite, le llegó la punta de la espada al
cuello. Se detuvo ante la amenaza. "Te obligaré a herbajar como un vil
cabrito", dijo el atacante. Pero Jacobo sólo decía: "Sí, lo
reconozco, soy un chueta". "No me vengas con chulerías,
chuleta", respondió el del arma. "Soy chueta, no chuleta".
"No me trepides y ya me estás resarciendo del robo". "Juro por
Dios que no he robado nada". "O resarces o no lo cuentas", dijo
apretando la espada hasta hacerle sangre cerca de la nuez de Adán. Por fortuna
para Jacobo, en aquel momento, llegó Miguel, viejo soldado, que, pese a su edad,
con el libraco recién salido de la imprenta, golpeó al atacante, que optó por
la huida. Atendió al herido como a un hermano. El volumen quedó abierto en el
suelo: “En un lugar de la Mancha de cuyo
nombre no quiero acordarme…”
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