El árbol de la ventana
Antonio García Velasco
La
ventana permanecía abierta desde aquel día y, como entonces, el viento
balanceaba a su antojo las hojas de la rama del árbol que ya se introducía en
el interior de la vivienda. En ocasiones, los habitantes del inmueble talaron
aquellos osados ramajes que les estorbaban la visión. Ahora parecían haber
abandonado la casa y las ramas del árbol crecían invasoras como okupas. Una
tarde, a la hora de la siesta, un muchacho trepó tronco arriba y, desde la rama
que olisqueaba el interior, saltó a la habitación. Un olor a cadáver descompuesto
le hizo perder el sentido. A los pocos días, el joven fue dado oficialmente por
desaparecido y el hedor nauseabundo comenzó a afectar a quienes paseaban por la
calle o vivían en ella.
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