El guanaquero
Antonio García Velasco
Pintaba a su personaje como un guanaquero
malandrín y perverso. Un bellaco en el sentido más amplio de la palabra. Robaba
a otros cazadores los guanacos que cazaban y, con sofisticada técnica, los
marcaba como propios.
El escribiente del afamado escritor o escribidor,
cuando transcribía un relato sobre este asunto, descubrió, por fin, que la
historia, como otras anteriores, hablaba de su propio padre. Se negó a
continuar.
El escritor tenía la invariable costumbre
de escribir con pluma estilográfica y, tras revisar sus manuscritos, encargaba
a su escribiente que los pasara a máquina. Se llamaba a sí mismo escribidor,
tal vez, copiando el sustantivo del título de una singular novela de un Premio
Nobel. Se publicaban sus colaboraciones en el suplemento semanal de un periódico
de gran tirada.
-No puedo pasar a limpio más historias
del guanaquero.
-¿Por qué razón, Mario?
-Está recreando la vida de mi padre y
no me explico de donde saca los datos.
-Tu padre me dejó sus diarios y el
encargo de que te protegiese. Coincide que eres un eficaz secretario y por eso
te he contratado.
-Mi padre no era un bellaco como sostiene
usted.
-La literatura, bien lo sabes, es
exageración. Nadie va a identificar mi personaje con tu padre.
-Lo llama Mario, como yo me llamo.
-Mera coincidencia. Además, nadie sabe
que tú trabajas para mí.
-Más gente de la que usted cree, don
Camilo.
-Yo nunca he hablado de tenerte
contratado.
-Son cosas que no pueden ocultarse.
-Pero nadie sabe que tu padre me donó sus
diarios de cazador.
-Está equivocado, don Camilo: mi padre
publicó sus diarios, aunque a usted le diera los manuscritos.
Se le cayeron al escribidor todas las
bellotas de la inspiración. Comenzó a pisotearlas con furia hasta resbalarse
con una y romperse el brazo derecho. Dejó de escribir y juró que no volvería a
hacerlo hasta alcanzar el objetivo de destrozar todos los ejemplares impresos
del Diarios de un guanaquero.
Al no obtener ingresos, despidió al
escribiente, incumpliendo la promesa que hizo a su padre y, como tenía que
comer y pagar facturas, se sacó la licencia para cazar guanacos. Para la cacería de ejemplares de Diarios, aunque era más complicada, no necesitaba permiso.
¿Con cuánta asiduidad descubrimos realidades ocultas en nuestro entorno? ¿Cómo no van a decepcionarnos tales descubrimientos? ¿Nuestra respuesta ha de ser desproporcionada o de templanza?
ResponderEliminarLa madurez implica no dar por despejada ninguna incógnita vital.
Un escritor tan famoso y sus escritos tenían una "inspiración" inadmisible. Le ha pasado a más de uno.
ResponderEliminarLo creo. Una pena. Lo más bello de un escritor reside en que, cuente la historia que cuente, se le adivine un alma cristalina. Será utopía pero también la esperanza que mejor guía.
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