El
hoplita
Antonio García Velasco
Caminaba con el equipamiento de un
hoplita, soldado griego provisto con coraza de bronce abrazada al torso,
cnémidas o espinilleras para proteger las tibias, casco de bronce, escudo de un
metro de diámetro, lanza larga de más de dos metros y espada corta. Quienes se
cruzaban con él pensaban que era fantoche salido de un desfile carnavalesco.
Cruzó la plaza para dirigirse a Calle
Nueva, en la que torció por el primer recodo hacia el restaurante llamado
Esturión, donde servían el mejor caviar preparado con las huevas del pez
llamado precisamente esturión. Dejó el casco sobre un pico de la mesa, la lanza
inclinada sobre el tablero y el escudo apoyado en la silla contigua a la que él
iba a ocupar. Pidió que le sirvieran ensalada de cangrejo y caviar con aliño
ruso, patatas nuevas, aguacate, cebolla roja y rabanitos.
-¿Adónde se dirige, amigo? -tuvo el
camarero la osadía burlona de preguntar.
-La guerra con Esparta no ha hecho más
que empezar.
-Atenas, uno-Esparta, cero.
-No le consiento, señor, que trivialice
los asuntos de la guerra.
-¿No está hablando de fútbol?
-El fútbol es un deporte-espectáculo de
masas que produce más alienación que los opiáceos.
-El fútbol no es una guerra, salvo cuando
llegan los ultras de ciertos países, a los que hay que presentar batalla
defensiva, pues a provocar vienen.
El camarero recibió un aviso gestual
ordenándole dejar de darle conversación al cliente, aunque fuese disfrazado de
hoplita de siglos anteriores a Cristo.
En los siguientes reclamos de atención,
se acercó una camarera de movimientos tan sinuosos como su pelo recién acabado
de ondular.
-¿De dónde viene, señor? -le preguntó al
soldado griego elevada por la curiosidad y sin atender a la prohibición de dar
palique a los clientes.
-De la guerra vengo, a la guerra voy.
-¿Guerra?
-Batalla permanente es la vida, señora.
-No se guerrea hoy con tales armas.
-Cada soldado es eficaz con el armamento
que sabe manejar.
-No podría combatir contra un simple
fusil, qué digo fusil, contra una elemental pistola.
-La armadura caracteriza la apariencia
del soldado, su valor y fortaleza son los rasgos de su esencia, lo
verdaderamente importante.
-¿Desea el señor algún postre? -cortó la
camarera la conversación al ver que el jefe parecía acercarse a la mesa.
-Me trae un baklava dulce con helado.
-¿Baklava?
-Pastel elaborado con pasta de nueces
trituradas, distribuida en la masa filo y bañado en almíbar o jarabe de miel,
con incorporación de avellanas y almendras. Es ideal para energizar al soldado.
Ella hizo como que tomaba nota y se
dirigió a la cocina.
-¿Tenemos baklava?
-No sé lo que es eso -dijo la cocinera.
-Un dulce a base de nueces, almíbar,
miel, avellanas, almendras... La cocinera eres tú.
-Llévale unos pasteles árabes, a ver si
se conforma.
-Lo ha pedido con helado.
-Pues le colocas una bola en medio del
plato.
Cuando la mujer le sirvió el postre, el
hoplita exclamó:
-¡Esto no es baklava!
-Es el baklava o la baklava que tenemos
aquí.
-Pues lo siento, pero no quiero tal
agregado. ¿Me trae la cuenta, por favor?
Retiró el plato servido y, al momento,
regresó con la nota. El hombre pagó, recogió su casco, su escudo y su lanza y
salió del establecimiento.
-¡Los hay inexplicablemente raros!
-balanceaba la cabeza la camarera mientras lo miraba marchar.
-Te ha gustado el loco, ¿no? -le dio un
codazo guasón el camarero que atendió al hoplita en primer lugar.
-Más interesante que tú, por lo menos, es
-le devolvió ella la chacota.
-Desde luego que sí, que sólo la coraza
debe valer una fortuna. Más la lanza, más el escudo, más el casco... ¡Menudo
interés tiene el chavó! -y se retiró riendo a atender a los recién llegados.
Ella balanceó la cabeza, reprobando ahora
al compañero. El hoplita continuó su particular batalla contra el mundo
desquiciado.
Sin el ardor utópico de unos cuantos, no disfrutaríamos hoy de los avances tecnológicos, empezando por la vivienda, por los que se ha incrementado el apego al dinero para conseguirlos.
ResponderEliminarLa sociedad no ve con buenos ojos la escenificación de la utopía, y, mucho menos, en solitario. Sin embargo la aplaude, mezclada con el humor (a veces ácido), con animales "salvajes", con el alcohol, con acciones temerarias, con macro-conciertos, con juegos olímpicos, con deportes masificados... en fiestas establecidas, con la policía velando porque se cumplan las reglas y las ambulancias prestas a socorrer previsibles daños corporales.
¿Se han acabado las batallas en los países civilizados?, ¿serán fruto de guerras mentales? Si hay alguien que exterioriza en alegoría, fuera de los cauces establecidos, el caos de las junglas de cemento, ¿es raro, está loco o nos impele a mirarnos al espejo? La última opción solemos declinarla con el parapeto argumental de las dos primeras. ¿Para qué esforzarnos? Ya nos aprovecharemos del ingenio inventivo de otros. Pero, y si esos otros, sutilmente, ¿utilizan sus pensamientos para montar un entramado que nos mantenga en la base de pirámide, soportando más peso y vendiéndonoslo como democracia o libre albedrío? Ni la una ni la otra son vendibles si cada uno activamos nuestro cerebro, al menos como nuestras mandíbulas y el resto de miembros para desplazarnos y conservar la salud.