lunes, 19 de marzo de 2018

63 La reseda


La reseda

Antonio García Velasco



Carlos Linneo, científico, naturalista, botánico y zoólogo sueco, describió la reseda, planta resedácea de tallos ramosos y flores amarillentas, con setenta especies diferentes. En realidad, Linneo describió tantas plantas que, una u otra más, puede importar poco, aunque ésta tenga especial relevancia en nuestra historia. A él debemos la clasificación de los seres vivos o taxonomía. Juan Alberto Redondo era tan admirador del científico nacido en Rashult (sur de Suecia) en 1707, que un gran retrato pintado por él mismo ocupaba una de las paredes de su estudio. Con detalle, conocía la obra y vida de Carl Nilsson Linnaeus, nombre latinizado como Carlos Linneo. Refería en algunas ocasiones que Jean-Jacques Rousseau dijo que era el hombre más grande en la tierra, o que el alemán Goethe escribió: "Con la excepción de Shakespeare y Spinoza, no conozco a nadie, entre los que ya no viven, que me haya influido más intensamente".



La primera vez que Juan Alberto llevó a su casa a Belén Carmona, ésta, al ver el cuadro de Linneo exclamó con la naturalidad y frescura que la caracterizaban:

-¡Pero, chiquillo, quién es ese fantoche!

A Juan Alberto le cayeron encima todas las plantas mencionadas y clasificadas por el sabio sueco en sus más notables tratados, junto a todas las que él había pintado en sus cuadernos de botánica. Aguantó las aristas del comentario con una forzada sonrisa: "Fue un prestigioso botánico sueco. Lo he pintado yo", se limitó a decir.

-Pues, chiquillo, bien podrías haberte pintado una decoración más bonita.

El joven no contestó, temeroso de enfriar el calor que los había llevado a la casa. Propuso pasar al salón a tomar una copa. Ella brindó por el buen gusto y él, por la sabiduría. Pese a ello, acabaron abrazados, entre las sábanas, retozonamente.

Acabada la particular fiesta, ella se puso de pie y, apenas cubierta con alguna tela, se ofreció a posar para Juan Alberto y, cuando el cuadro estuviera acabado, lo sustituyera por el fantoche que decoraba el estudio.

-Porque, chiquillo, la peluca de rizos amarillentosos, esa miradilla y la sonrisa que parece que se ríe de una; ay, chiquillo, la ridícula camisa de encaje... ¡Los botoncillos del chaleco a juego con los de la chaqueta sin solapas! ¿De verdad te parece decorativo ese fantoche? La cruz de la condecoración y el ramito que parece bordado... Chiquillo, ¿no podrías haber escogido un modelo más favorecido? ¡Menudo fantoche has pintado ahí!

Era tanto el desparpajo de la mujer que Redondo no se atrevió a discutir.

-Anda, Belén, déjate de tonterías -acertó a contestar.

Ella, entre risas, dejó caer las prendas que la cubrían para mostrar su desnudez:

-¡Si, al menos, hubieses pintado un cuerpo serrano como éste que te dejo ver, chiquillo!

Juan Alberto, arrebatado, se precipitó sobre ella para abrazarla, besarla...

-Prométeme antes que lo quitarás de tu estudio -lo detuvo con su mano.

-No digas tonterías, Belén, ¿qué tiene que ver Linneo con lo que siento por ti?

-¿Me lo prometes?

-Me lo pensaré.

-Y yo también -respondió ella recogiendo su ropa e iniciando el revés del estriptis.



Para la siguiente cita, Juan Alberto llevó un inmenso ramo de tallos ramosos y flores amarillentas de resedas, que él mismo recogió del campo. Pensaba balancear, equilibrar, compensar el rigor con el que se despidieron la última vez. Pero ella rechazó las tonalidades amarillas de las resedas:

-Son vermiculares, chiquillo.... Me dan mal fario, lo siento. Mala espina me dan, chiquillo.

No dudó ni un momento en arrojarlas al contenedor de la basura.

-Eran resedas -dijo él.

-Resedás o resequitas. No me gustan las flores amarillentas, no las quiero, chiquillo.

-¿Vamos a cenar y...?

-A tu casa, no, hasta que quites el fantoche de la pared.

-Belén, se trata del científico del siglo XVIII que más admiro. Ya sabes que también quiero dedicarme a la Botánica y él ha sido el más grande naturalista de todos los tiempos. Él fue el creador de la taxonomía o método científico de clasificación de los animales y las plantas... ¿A qué viene tu manía?

-Chiquillo, ¿me estás llamando maniática?

-No, Belén, disculpa. Pero no comprendo tu obsesión...

-No me gusta el retrato, chiquillo... No soporto la idea de que está allí con su sonrisilla burlona, su mirada, su nariz picuda...

-Está en mi estudio...

-La idea de que está en la casa...

-Nada te molesta...

-No lo soporto, chiquillo...



No fueron a la casa de Juan Alberto y, como no podían ir a la de ella, donde vivían sus padres, entraron en un hotel a calmar sus pasiones en la única habitación que quedaba libre.

-Chiquillo, es un dineral que podríamos ahorrarnos si quitas el dichoso cuadro. Hazme caso chiquillo... -dijo ella en la calma, tras la tormenta del encendido erótico.

-Ya buscaremos la solución -respondió él.



Se le ocurrió, poner un contramarco en el reverso, con un nuevo lienzo en el que aparecía la figura de Belén como "La Ninfa sorprendida" de Eduard Manet. Reflejaba el cuerpo de ella y, de manera, muy precisa su rostro. La mujer quedó satisfecha con el retrato. Pero preguntó:

-Chiquillo, ¿y no te importa exhibir medio desnuda a tu novia?

-Es el arte, Belén. Tu retrato me gusta mucho y me he esmerado en él.

-Chiquillo, ni comparación tiene con el fantoche. Ni que decir tiene, chiquillo. Ni puntito de comparación -comentó eufórica.

Comenzaron a vivir juntos.



Un día que Belén Carmona se quedó sola en casa, indagó y curioseó por todas partes. Descubrió la argucia de Juan Alberto. Arrancó con indignación y cuidado el lienzo de su retrato y se marchó para no volver. Como burlada se sentía. Sin embargo, sometió el cuadro a la valoración de expertos que coincidieron en apreciar la calidad de los trazos, la perfección técnica, la precisión de los pigmentos y el color, la ejecución y composición general. El más interesado le pidió la dirección del pintor y ella, pese al disgusto, no dudó en dársela.

Convencido por el que sería su representante, Redondo abandonó la Botánica para dedicarse plenamente a pintar. En todos los cuadros aparecía, junto a la firma, el retrato en miniatura de Belén y un tallo ramoso con una flor amarillenta de reseda. Los galeristas disputaban sus exposiciones y ganaba fama internacional y dinero con su pintura. El retrato de Carlos Linneo continuó presidiendo su estudio de botánico y pintor.


1 comentario:

  1. La altura de miras suele superponerse al pensamiento arbitrario y amurallado, por muy arropado que éste se encuentre en el continente de la simpatía innata y de la belleza corporal. Esta dicotomía no tiene por qué darse. Pero, hoy por hoy, abunda. Supongo que detrás se encuentran los persistentes, casi perennes, prejuicios sociales. Aunque cambien de antifaz su raíces siguen siendo las partes ocultas del mismo carnaval: el egocentrismo, la ignorancia, el inmovilismo... la incompetencia para buscar la armonía a través del desprendimiento.

    ResponderEliminar