La reseda
Antonio
García Velasco
Carlos Linneo, científico, naturalista, botánico y zoólogo
sueco, describió la reseda, planta resedácea de tallos ramosos y flores
amarillentas, con setenta especies diferentes. En realidad, Linneo describió
tantas plantas que, una u otra más, puede importar poco, aunque ésta tenga
especial relevancia en nuestra historia. A él debemos la clasificación de los
seres vivos o taxonomía. Juan Alberto Redondo era tan admirador del científico
nacido en Rashult (sur de Suecia) en 1707, que un gran retrato pintado por él
mismo ocupaba una de las paredes de su estudio. Con detalle, conocía la obra y
vida de Carl Nilsson Linnaeus, nombre latinizado como Carlos Linneo. Refería en
algunas ocasiones que Jean-Jacques Rousseau dijo que era el hombre más grande
en la tierra, o que el alemán Goethe escribió: "Con la excepción de
Shakespeare y Spinoza, no conozco a nadie, entre los que ya no viven, que me
haya influido más intensamente".
La primera vez que Juan Alberto llevó a su casa a Belén
Carmona, ésta, al ver el cuadro de Linneo exclamó con la naturalidad y frescura
que la caracterizaban:
-¡Pero, chiquillo, quién es ese fantoche!
A Juan Alberto le cayeron encima todas las plantas mencionadas
y clasificadas por el sabio sueco en sus más notables tratados, junto a todas
las que él había pintado en sus cuadernos de botánica. Aguantó las aristas del comentario
con una forzada sonrisa: "Fue un prestigioso botánico sueco. Lo he pintado
yo", se limitó a decir.
-Pues, chiquillo, bien podrías haberte pintado una decoración
más bonita.
El joven no contestó, temeroso de enfriar el calor que los
había llevado a la casa. Propuso pasar al salón a tomar una copa. Ella brindó
por el buen gusto y él, por la sabiduría. Pese a ello, acabaron abrazados,
entre las sábanas, retozonamente.
Acabada la particular fiesta, ella se puso de pie y, apenas
cubierta con alguna tela, se ofreció a posar para Juan Alberto y, cuando el
cuadro estuviera acabado, lo sustituyera por el fantoche que decoraba el
estudio.
-Porque, chiquillo, la peluca de rizos amarillentosos, esa
miradilla y la sonrisa que parece que se ríe de una; ay, chiquillo, la ridícula
camisa de encaje... ¡Los botoncillos del chaleco a juego con los de la chaqueta
sin solapas! ¿De verdad te parece decorativo ese fantoche? La cruz de la condecoración
y el ramito que parece bordado... Chiquillo, ¿no podrías haber escogido un
modelo más favorecido? ¡Menudo fantoche has pintado ahí!
Era tanto el desparpajo de la mujer que Redondo no se atrevió
a discutir.
-Anda, Belén, déjate de tonterías -acertó a contestar.
Ella, entre risas, dejó caer las prendas que la cubrían para
mostrar su desnudez:
-¡Si, al menos, hubieses pintado un cuerpo serrano como éste
que te dejo ver, chiquillo!
Juan Alberto, arrebatado, se precipitó sobre ella para
abrazarla, besarla...
-Prométeme antes que lo quitarás de tu estudio -lo detuvo con
su mano.
-No digas tonterías, Belén, ¿qué tiene que ver Linneo con lo
que siento por ti?
-¿Me lo prometes?
-Me lo pensaré.
-Y yo también -respondió ella recogiendo su ropa e iniciando
el revés del estriptis.
Para la siguiente cita, Juan Alberto llevó un inmenso ramo de
tallos ramosos y flores amarillentas de resedas, que él mismo recogió del
campo. Pensaba balancear, equilibrar, compensar el rigor con el que se
despidieron la última vez. Pero ella rechazó las tonalidades amarillas de las
resedas:
-Son vermiculares, chiquillo.... Me dan mal fario, lo siento.
Mala espina me dan, chiquillo.
No dudó ni un momento en arrojarlas al contenedor de la
basura.
-Eran resedas -dijo él.
-Resedás o resequitas. No me gustan las flores amarillentas,
no las quiero, chiquillo.
-¿Vamos a cenar y...?
-A tu casa, no, hasta que quites el fantoche de la pared.
-Belén, se trata del científico del siglo XVIII que más
admiro. Ya sabes que también quiero dedicarme a la Botánica y él ha sido el más
grande naturalista de todos los tiempos. Él fue el creador de la taxonomía o
método científico de clasificación de los animales y las plantas... ¿A qué
viene tu manía?
-Chiquillo, ¿me estás llamando maniática?
-No, Belén, disculpa. Pero no comprendo tu obsesión...
-No me gusta el retrato, chiquillo... No soporto la idea de
que está allí con su sonrisilla burlona, su mirada, su nariz picuda...
-Está en mi estudio...
-La idea de que está en la casa...
-Nada te molesta...
-No lo soporto, chiquillo...
No fueron a la casa de Juan Alberto y, como no podían ir a la
de ella, donde vivían sus padres, entraron en un hotel a calmar sus pasiones en
la única habitación que quedaba libre.
-Chiquillo, es un dineral que podríamos ahorrarnos si quitas
el dichoso cuadro. Hazme caso chiquillo... -dijo ella en la calma, tras la
tormenta del encendido erótico.
-Ya buscaremos la solución -respondió él.
Se le ocurrió, poner un contramarco en el reverso, con un nuevo
lienzo en el que aparecía la figura de Belén como "La Ninfa sorprendida" de
Eduard Manet. Reflejaba el cuerpo de ella y, de manera, muy precisa su rostro.
La mujer quedó satisfecha con el retrato. Pero preguntó:
-Chiquillo, ¿y no te importa exhibir medio desnuda a tu novia?
-Es el arte, Belén. Tu retrato me gusta mucho y me he esmerado en él.
-Chiquillo, ni comparación tiene con el fantoche. Ni que decir
tiene, chiquillo. Ni puntito de comparación -comentó eufórica.
Comenzaron a vivir juntos.
Un día
que Belén Carmona se quedó sola en casa, indagó y curioseó por todas partes.
Descubrió la argucia de Juan Alberto. Arrancó con indignación y cuidado el
lienzo de su retrato y se marchó para no volver. Como burlada se sentía. Sin
embargo, sometió el cuadro a la valoración de expertos que coincidieron en
apreciar la calidad de los trazos, la perfección técnica, la precisión de los
pigmentos y el color, la ejecución y composición general. El más interesado le
pidió la dirección del pintor y ella, pese al disgusto, no dudó en dársela.
Convencido
por el que sería su representante, Redondo abandonó la Botánica para dedicarse
plenamente a pintar. En todos los cuadros aparecía, junto a la firma, el
retrato en miniatura de Belén y un tallo ramoso con una flor amarillenta de
reseda. Los galeristas disputaban sus exposiciones y ganaba fama internacional y
dinero con su pintura. El retrato de Carlos Linneo continuó presidiendo su
estudio de botánico y pintor.
La altura de miras suele superponerse al pensamiento arbitrario y amurallado, por muy arropado que éste se encuentre en el continente de la simpatía innata y de la belleza corporal. Esta dicotomía no tiene por qué darse. Pero, hoy por hoy, abunda. Supongo que detrás se encuentran los persistentes, casi perennes, prejuicios sociales. Aunque cambien de antifaz su raíces siguen siendo las partes ocultas del mismo carnaval: el egocentrismo, la ignorancia, el inmovilismo... la incompetencia para buscar la armonía a través del desprendimiento.
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