La música
extremada por sabia mano gobernada
Antonio García Velasco
Era
un músico de éxito popular. Tocaba el acordeón con tal habilidad y dominio que,
siempre que se ponía a interpretar, era rodeado de una gran muchedumbre que
escuchaba boquiabierta y entusiasmada. Lo divisó en la plaza, rodeado, como de
costumbre, por un nutrido grupo de gente. Se distrajo observándolo cuando
sobrevolaba por encima de un edificio. Quedó tan embebido por la música que
vino a clavarse en la veleta del tejado. Sólo el perrillo de Lucía se percató
del grito y comenzó a ladrar con la vista puesta en aquel tejado. Cesó la
música, muy a pesar de la concurrencia. Nadie podía explicarse el suceso,
aunque muchos pensaron que era un santo despistado que levitaba, un superhéroe
suicida o un técnico que había sufrido un accidente laboral.
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