domingo, 4 de febrero de 2018

35 Balboas


Balboas

Antonio García Velasco



Al morir su tío residente en la República de Panamá, heredó la ingente cantidad de diez millones de balboas.

-¡Qué! -exclamó al recibir la noticia.

No tenía la más remota idea del valor de un balboa. Y, aun así, le pareció una gran suma.

Una condición imponía su tío en el testamento: que debía trasladarse a la ciudad de Panamá y, si estaba soltero, casara con Isabel Malo Núñez, una joven panameña hijastra del difunto.

-Mi tío no era de los que daban algo gratis -pensó-. ¿Cómo será la tal Isabel Malo? Su hijastra, hija de su segunda mujer, imagino. ¿Y por qué casarme con ella? Habrá querido que comparta con esa mujer su dinero. ¿Y no le habrá dejado nada a ella?

Hizo las consultas pertinentes y cuando supo que el balboa está equiparado al dólar norteamericano desde 1904, comenzó a temblar de emoción, incertidumbre o suerte. “¿Diez millones de dólares para mí, aunque tenga que compartirlos con la tal Isabel mala o fea, rabiosa o exquisita, quién sabe?”

Hizo los preparativos, se despidió de Maruja, una medio novia con la que, a veces, salía, dijo adiós a sus amistades y a su jefe y emprendió el vuelo hacia Panamá.



Isabel Malo Núñez lo recibió en el Aeropuerto Internacional de Tocumen con una pancarta de bienvenida y reconocimiento. No podía creerse que aquella joven tan hermosa fuese su “prometida”.

-Hola -dijo-. Yo soy Jacinto Hernández, el sobrino de Jacinto Hernández Carta.

-Tu tío, mi padrastro, me hablaba mucho de ti, su único sobrino. ¡Tanto gusto! -dijo ella alargando la mano del saludo.

Un taxi (Isabel no tenía aún edad de permiso de conducir) los llevó a la mansión del que fuera tío y padrastro, la que sería su residencia en Panamá. Allí conoció a Teresa, el ama de llaves, la sirviente.

Durante los primeros días, en la nube del asombro y la dicha, recorrió junto a Isabel la ciudad: el canal, lo que queda de la antigua Panamá, las calles y plazas sembradas de rascacielos, los parques… Ella se mostraba cariñosa, amable, atenta, dispuesta siempre a complacer al recién llegado. Pero algo parecía intercalarse entre ellos y ninguno se atrevía a hablar del casamiento que condicionaba la herencia. A veces les parecía que uno se evadía en el cenit y otro en el nadir: la incomunicación resultaba muralla imbatible.

Por fin, una mañana, a la vista del volcán Barú, cuando los arrumacos parecían inevitables, ella se volvió confidencial:

-Tu tío era una gran persona. Se encontraba muy solo y abatido desde que murió mi madre, su esposa. Ignoro si fue por cariño, por lástima, por perversión o, quizás, por venganza… Sí, mi mamá, temerosa de que el “viejo” me prefiriese a mí: hablar conmigo, jugar a los juegos de mesa, consultarme las decisiones de sus negocios… Me hacía la vida imposible…

-¿Qué es lo que quieres contarme, Isabel?

-A los tres meses de morir mi madre, accedí a acompañarlo en la cama, Jacinto. Murió sin saber que estoy embarazada. Me consta que el testamento ya lo tenía registrado desde hacía mucho tiempo, al poco de morir mi mamá, antes de encamarnos. No esperaba morir tan pronto… Pero, te lo aseguro, Jacinto, jamás pretendí que cambiara su voluntad. Y, es más, también a mí me ha dejado una respetable cantidad, como la tuya, al menos. O mayor.

Jacinto había quedado mudo, abatido, indeciso… ¿Renunciar a la herencia, renunciar a la bella panameña, resignarse a ser padre de un hijo que no era suyo?

-Isabel… -dijo al fin-, te quito el Malo y me quedo con el Núñez. ¿Te casarás conmigo?

Jacinto Hernández Carta, ante notario, también había puesto a la joven la condición de que casara con su sobrino. Hubo boda.

Conocemos que la República de Panamá es uno de los países que todavía rinde culto a su conquistador Vasco Núñez de Balboa, quien da nombre a parques y avenidas y, por supuesto, a la moneda. Millones de balboas son administradas y disfrutadas por Isabel y Jacinto. Se supone que las heredará Jacinto Hernández Malo.






4 comentarios:

  1. Las herencias sustanciosas, desde siempre, han generado cambiar algunas decisiones que, sin mediar ellas, nos abstendríamos de tomar. Para estancarnos en un nivel acomodaticio, aceptamos condiciones que en una vida laboral ordinaria desecharíamos. ¿Late en nuestras actitudes una herencia genética de apego a una vida regalada? ¿Se libran de estos genes los artistas consagrados a edad temprana? ¿Abdican de ella las almas libres que, para serlo, dedican su existencia a trabajar por la mejora de las condiciones infrahumanas de sus congéneres?

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  2. ¿Qué respuestas tienes tú a tales preguntas? ¿Tenía otra opción Jacinto¿ ¿Hubiese sido posible?

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  3. A la inmensa mayoría no se nos presenta una gran herencia repentina.
    Jacinto tenía la opción de conocer mejor a Isabel. Si, conociéndola, pensara que compartir con ella la vida merecía la pena, lo hubiera hecho también en circunstancias normales. La opción de renunciar a la herencia en el caso de que no se diera una compenetración entre ambos en un tiempo prudencial, ¿es descabellada? Algunas tentaciones deslumbrantes llevan al desastre vital. Jacinto debería escoger en función de lo que creyera mejor para su futuro, no para su bolsillo. "Al que todo lo tiene algo le ha de faltar, quien le diga la verdad".

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