La recogida de algodón
Antonio
García Velasco
No
llovió mucho aquella temporada. Cabía la posibilidad de que la parcela que
Frasco Gallardo dedicaba cada año al cultivo de algodón no produjera otra cosa
que pequeñas cápsulas con una ridícula mancha blanca donde, con lluvia, crecería
una pella de fibra de gran calidad.
-Es
hora de excavar un pozo -dijo.
-Tienes
muchas ganas de hacerlo, desde hace décadas -le respondió Rosario, su mujer.
-Prometí
a Natalia que tendría suficiente algodón como para algodonar todos sus cojines
y almohadas. Si no tenemos agua, se arruinará la cosecha.
Sin
pensarlo más, contrató los servicios de un zahorí, quien determinó el punto
exacto donde debían comenzar a cavar.
Dos
semanas después llegaron al venero. Dejaron construido el pozo, instalaron el
motor para la extracción del agua y el secano se convirtió en regadío. Pudieron
salvar el algodonal y también otros cultivos de la huerta.
Fue
por aquellos días de copos blancos cuando recibieron la visita de Ricardo,
hermano de Frasco, con unos amigos. Llegaron de la capital y, Vicente Reyes, al
ver el algodón exclamó:
-¡Oh,
yo pensaba que el algodón lo hacían en las fábricas! Me admira ese albo color
que tienen los copos.
-Pues,
si quieres, puedes echar una mano en la recolección, que no podemos dejarlo
para más tarde.
El
capitalino se animó a participar en la recogida, junto a la familia, sus amigos
y dos empleados. Sin embargo, como no estaba acostumbrado a doblar el espinazo,
apenas llegó a arrancar medio canasto de copos. Se colocó, como quien toma
posesión de un observatorio, a la sombra de un melocotonero. No se percató de
las malévolas sonrisillas que despertaba, pero no perdía puntada del trabajo de
los campesinos, sobre todo, se extasiaba mirando a Natalia, quien, para él,
recogía algodón con una habilidad, un garbo, un salero que sobrepasaba los
límites de lo humano.
A
la hora de la comida -barbacoa campestre cocinada por Ricardo- procuró
plantarse al lado de la joven y proporcionarle amena conversación.
-¿Qué
harán con todas esas sacas que han llenado? -preguntó al final de la jornada.
-La
cosecha se vende, aunque yo, personalmente -dijo Frasco-, trataré todo el
necesario para que Natalia rellene sus cojines y almohadas.
-¿Qué
se hace después con el algodón? -volvió a preguntar Vicente.
-El
algodón de fibra larga es más caro puesto que sirve para la fabricación de
tejidos, vestidos o camisas; el de fibra mediana se dedica a la ropa interior o
camisetas y el de fibra corta, el más barato, se emplea para fabricar ropa de
trabajo o sábanas. El que hemos conseguido este año es de fibra larga y
blanquísima.
-Papá
-dijo Natalia-, he leído que, por ingeniería genética, se consigue un algodón
de colores. Azul, por ejemplo, para los pantalones vaqueros. Y lo hay rojo,
verde o negro.
Vicente
escuchaba tan sorprendido como cuando vio por primera vez el blanco copo que
sobresalía de las cápsulas de las semillas.
Llegada
la hora, se negó a regresar con sus amigos: prefería quedarse a escuchar a la
familia de la huerta.
-Te
hizo tilín Natalia, ¿no es eso? -le dijo en un aparte el tío de la joven-. Pero
no vas por buen camino.
Se
ruborizó Vicente y, riendo, el hermano de Frasco anunció la vuelta a su casa:
"Te advierto, Vicente, que tendrás que regresar solo, después".
-¿Y
me voy a perder? ¿Por eso dices que no voy por buen camino?
-No,
Vicente, no. Te lo digo porque Natalia tiene novio y está preparando el ajuar
para casarse.
Vicente,
que hasta había soñado a la sombra del frutal con quedarse en el campo como
hortelano, volvió al pueblo decepcionado y anunció su inmediata vuelta a la
capital. Sólo le quedó el consuelo de haber aprendido como se produce y recoge
el algodón.
¿Resulta fácil aprehender las ilusiones repentinas? Sí, con el anhelo; sí, escalándolo; sí, desde el sudor de la perseverancia...
ResponderEliminarNo, rindiéndose al primer revés. Aunque el desenlace sea el mismo la sensación del intento por alcanzar un hallazgo atrayente en el camino, fortalece. Cambiar de itinerario, al primer obstáculo, debilita. La dignidad se aparea con la entrega generosa a cualquier causa sincera. Esa es la meta, no el puntual triunfo. ¿Quién o qué, carece de riesgo?