El discurso oprobioso
Antonio García Velasco
Primero escogía las palabras, las
mimaba, las acariciaba, las estudiaba, profundizaba en su esencia. Después, las
barajaba, las ordenaba, las apilaba cuidadosamente, procuraba montar con ellas
el palacio, la mazmorra, el monumento, la muralla, las frases expresivas y
correctas.
-Constituye delito de lesa humanidad
construir textos oprobiosos por su forma o su fondo -afirmaba.
-¿Y si son oprobiosos para las
actitudes dictatoriales?
-El dictador se encargará de vengar
la ofensa. A menos que la construcción sea tan sutil que, aun mostrando la
verdad, el tirano no la perciba. Ni los mastines de su montaje censor. En tal
caso la obra perdurará en el tiempo.
-Fosco resulta tu discurso.
-Tampoco necesita la meridiana
claridad del mediodía mediterráneo. Ya sabes lo del buen entendedor.
¡Cualquiera diría que hablaban de su
escritura! Pero, veamos su compromiso.
Estaba tan fatuamente seguro de su
conocimiento de la lengua que tuvo el atrevimiento de ofrecerle al dictador la
posibilidad de escribirle los discursos, sobre todo, el último que pronunciaría
como tal magistrado supremo irrevocable.
-No necesito tales servicios de un
poeta -fue la respuesta oficial.
-Pero, acaso sí, de un publicitario.
-Tengo mi equipo completo.
-Dan muestras de agotamiento y
repetición. Su majestad necesita renovar su palabrería.
-¿Palabrería llamas a mis mensajes y
discursos?
-Hueca, señor. Alejada completamente
del interés de las gentes.
-¿Tal atrevimiento?
-Las palabras tienen el poder que
queramos darle los hablantes. En sí mismas, no poseen ningún sentido mágico.
Pero podemos conseguir que los demás las perciban de una u otra forma. Incluso
con poder y magia.
-Te vas a introducir
irremediablemente en un jardín de flores carnívoras que acabarán devorándote.
-Tal jardín sólo puede ser cuidado
por el poder supremo de un dictador. Su majestad no pretende pasar a la
historia como jardinero de plantas carniceras.
-Márchate al exilio, poeta. No quiero
que figures como mártir y tu obra perdure.
-Usted se queda sin discurso final y
pretenderá inútilmente perpetuarse en el poder.
Sin mediar repuesta, el gobernante
hizo un gesto a sus custodios, que sacaron fuera del palacio al oferente vate.
Fue un poeta maldito desde entonces.
Su reconocimiento llegaría muchos años después, cuando el mundo se hizo lugar
de gentes colaborativas y no de piratas, oprobiosos, delincuentes, dictadores
en cualquiera de sus setenta y siete especies.
Cuando se ostenta el poder con el propósito de sentirse importante y no útil, en el vasallaje de los halagos se dilata cada poro en forma de ídolo; la capacidad solidaria se difumina en mantener adeptos; la valía de los demás no es tal si no se somete a la corriente social que mantiene al depredador con sus presas indefensas... en el privilegiado puesto. Pero, sin darle importancia al minuto a minuto, las horas, los días, los meses, los años... convierten la existencia en infecunda, por muchas estatuas que llenen multitud de plazas del omnisciente huero.
ResponderEliminarSé previsor: si tienes talento, nunca le retes con él. Utilízalo con modestia. Sácale todo el jugo por compartirlo. Con eso sobra.