miércoles, 28 de febrero de 2018

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El carozco

Antonio García Velasco



Aquel presbiteriano se llamaba John Knox y se sentía muy orgulloso de llamarse igual que el fundador de la iglesia presbiteriana. Conocía el precepto de que, como parte de los reformados, debía ser humilde y responsable y nunca mostrarse arrogante: "estamos obligados a una búsqueda constante de la Luz de la Escritura y el Espíritu Santo". Mas, ¿cómo evitar el sentimiento que le producía llamarse como el discípulo de Calvino, fundador de aquella iglesia reformada?

Aspiraba secretamente a ser alguien importante en la junta de su comunidad.



Con aviesas intenciones y con sigiloso paso, se acercó a la consulta del experto en astrología y horoscopología.

"Eres obstinado y no cejarás hasta conseguir tus objetivos. Te haces cargo rápidamente de las situaciones y debes vencer tu tendencia al enojo. Tus sentimientos son profundos y, aunque no pasas desapercibido por tu atractivo físico y tu especial personalidad, debes contenerte en determinados momentos para con convertirte en simple carozco. Es lícito soñar, imaginar el éxito futuro... Pero resulta obligado seguir trabajando. Prosigue tu conducta dadivosa... Cuida tus oídos y tu cuello. No abandones la literatura ni el arte..."

Pagó el importe de la información y se retiró con un sabor agridulce y cierto enojo, pues el supuesto especialista nada concreto le había dicho sobre el éxito de sus aspiraciones.



Meditando sobre lo revelado por su horóscopo, llegó a la conclusión de que no se aclaraba sobre lo que había querido decir con "convertirme en simple carozco". El hueso del durazno, la raspa de la panoja del maíz... El hueso del durazno... La raspa de la panoja del maíz... Es lícito soñar... ¿Incluso con emular a John Knox? ¿Qué pretendo renovar yo? ¿Basta con llamarse como el antepasado ilustre? Distraído estaba mientras pelaba y mordía la fruta. Tanto que el carozco de la ciruela se le quedó atascado en la garganta. Ni para adentro ni para afuera... "Cuida tus oídos y tu cuello". Oh, Dios, me ahoga el maldito hueso. ¿Castigo a mis ambiciones? Tuvo tiempo de marcar el número de las emergencias. La ambulancia con los primeros auxilios llegó a tiempo de salvarle la vida.



Desde aquella fecha, se dedica a la literatura y sus novelas son best seller. El cuello le duele a veces de tener, durante horas, la mirada atenta a la pantalla del ordenador. Los oídos se le resienten con los resfriados. La iglesia presbiteriana celebra tener entre sus miembros un escritor ilustre, que dona una parte de sus beneficios a la comunidad.


1 comentario:

  1. Cuando la ambición se asienta las miras sólo fijan los ojos en los demás para manipularlos en provecho propio. Necesitamos adversidades para que emane la reacción de ponernos en el lugar del prójimo.

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