Laguna de Fuente de Piedra
Antonio García Velasco
La
laguna de Fuente de Piedra era un saladar, donde cuajaba la sal en marismas
preparadas para el efecto o, en épocas de mucha sequía, en toda su superficie.
Ahora constituye una reserva natural y, además de la función de tal, sólo sirve
como atracción turística por los flamencos y otras aves que allí tienen su hábitat.
El redondel de la cantera del Cerro del Palo queda hoy rellenado de piedras,
escombros y tierra y allanado para aparcamiento de vehículos. El otro día,
después de años de ausencia, volvió al lugar con unos amigos y no podía creerse
la transformación. Se colocó bajo uno de los alcornoques o encinas del cerro y
pidió a los amigos que lo dejaran solo, mientras asistían a la proyección que
pasan a los visitantes en el local construido al efecto.
Desde
su observatorio, contemplando la amplia superficie del humedal, pensaba en las
veces que, de niño, se había bañado en aquellas aguas saladas. Recordó aquella
mañana en que iba con sus amigos y compañeros del colegio para jugar en la
orilla o bañarse. Encontraron metiéndose en el agua a Gregorio el de la Santa,
en cueros, con aquel cuerpo blancuzco y arrugado. Por iniciativa de Paquito el
Lagartija, tomaron la ropa del pobre viejo y salieron corriendo. Gregorio, al
darse cuenta, abandonó el agua despotricando y maldiciendo. ¡Menudas palabrotas
echaba por aquella boca sofocada! Llamaba a los chavales, pero éstos parecían
potrillos desbocados por la orilla enfangada de la laguna. Cansados de correr,
fueron esparciendo ropas y zapatos antes de enfilar el regreso al pueblo por la
carretera de Sierra de Yeguas, cruzando las vías por el paso a nivel cercano a
la estación del ferrocarril. Un infarto costó al pobre hombre la travesura de
los escolares. Desnudo, bocabajo lo encontraron sobre el barro, con apenas dos
prendas recogidas del suelo. Los vecinos se explicaron el ataque
cardiovascular, pero no la ropa esparcida por la orilla: "Estaba gordo,
fumaba mucho y era bastante mayor", dijeron. Él enrojeció al recordar la
historia, como en todas las ocasiones en las que, durante su niñez y
adolescencia, escuchaba referencias al suceso.
-Fueron
travesuras de chiquillos irresponsables que para nada miden el alcance de sus
actos -se justificaba una vez más-. Aunque bien que todos guardamos silencio
como de mancomún, sin haberlo hablado de regreso a nuestras respectivas casas.
-¿Qué
es lo que te ocurre, Paco? -le preguntaron sus amigos al regresar del Centro
de Visitantes.
-Nada,
no me ocurre nada. Pensaba en los baños que me di en la laguna. Ahora está
vallada: ni podemos acercarnos a la orilla. En esas aguas aprendí a nadar, ¿os
lo podéis creer?
-¿Y eso
te hace enrojecer?
-Muchas
veces me bañaba desnudo.
-Rubor
retrospectivo -rieron los acompañantes.
-¡Sí,
claro!
Comieron
en uno de los restaurantes de la plaza del pueblo, donde lo saludó Rafalillo el
Brevas.
-¡Lagartija!
¡Qué alegría verte! ¿Cómo por aquí?
-Con
unos amigos que he venido para que vean la laguna.
-¡Mucho
han cambiado las cosas, eh!
No se
mostraba dispuesto a seguir la conversación con el paisano, como si temiera que
le recordara la travesura de otros tiempos. Comprendió Rafalillo que no
quisiera mucha conversación por estar con aquellos amigos: se alejó, reiterando
la alegría de volver a verlo después de tantos años.
Este relato me subjetiva cualquier comentario: mi abuelo y mi padre trabajaron muchas horas al lado de las aguas de esa laguna, en las albinas, lugar llamado así por unos juncos blanquecinos que allí crecen. También me viene a la memoria que a los flamencos no les llamaban así los lugareños, los llamaban "cagarsos", por el sonido que emiten al iniciar el vuelo y en parte de él.
ResponderEliminarVejar y reír a costa de alguien indefenso nunca me parece justificable; aunque se trate de niños; si no tenían suficiente conciencia del daño infligido, ¿por qué huían?
Me parece muy acertado, por parte del autor, retratar la vergüenza de uno de los implicados en la dudosa "broma", a pesar del tiempo trascurrido.
¡Detesto tanto a esos ladrones que roban los bolsos de un tirón a una anciana! ¡Me dan arcadas quienes siguen desde el banco a nuestros mayores y, en el portal del bloque, les intimidan quitándoles a la fuerza la paga de su pensión! ¡Me asquean tanto los desagradecidos con quienes, a través de años de trabajo, nos han legado prosperidad!
No, no hay excusas para los desalmados. La única escapatoria a la que pueden aspirar es el arrepentimiento con hechos que repercutan en bien de los afectados o, si eso no resulta ya posible, de personas necesitadas.
Es el comentario más personal, directo y sentido de los que has escrito. Te lo agradezco y celebro que te haya evocado recuerdos y actitudes contra los desalmados, sean niños irresponsables o adultos interesados.
ResponderEliminarQuerido Antonio: El aroma que se desprende de este relato es tan áspero como tierno, conmovedor diría yo para un lector que encuentra en él tiempos pasados y se recrea de forma vívida en las escenas descritas. Me trae recuerdos de Delibes. Me ha encantado.
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