El conjuro
Antonio
García Velasco
Tanto
su falda como su blusa estaban adornadas de randa. Era una mujer esbelta y de
finos modales. Vivía sola en el centro del pueblo. Un día Andresillo pasaba por
su puerta y ella apareció en el umbral.
-Muchacho,
por favor...
Se
acercó con recelo y ella le pidió que le comprase un pan. Le alargaba la moneda
y una talega, pero el joven dudaba.
-No
temas. Lo que sobre es para ti. Me está doliendo mucho la pierna y no me atrevo
a salir de casa.
Andresillo
aceptó el encargo y, corriendo, se acercó a la panadería.
-Un
pan para Isabella.
-¿Te
ha mandado a ti por el pan? -se extrañó Frasquito el panadero.
-Le
duele una pierna y teme caerse si sale de casa.
-¿Te
ha dicho eso?
-Sí
-respondió el zagal, recogiendo el pan y alargando la moneda. Se retiraba
cuando:
-Te
sobra dinero.
Se
volvió para recibirlo.
Corrió
de nuevo hacia la casa de Isabella. Llamó con la aldaba.
La
mujer apareció sonriente y el muchacho le alargó el pan en su talega y las
monedillas sobrantes.
-Es
para ti lo que haya sobrado. Ya te lo dije... Puedes pasar -le franqueó la
entrada.
Desconfiado
se mostró Andresillo, pero terminó pasando al interior de la casa.
-Tú
eres hijo de Tomasa y Andrés Peláez, ¿verdad?
El
chico afirmó con la cabeza.
-Éramos
grandes amigas tu madre y yo... Un día, por unas simples ancas de rana... ¿No
te ha contado la historia? -negó el muchacho-. Necesitábamos las dos unas ancas
de batracio para un brebaje... Me las arrebató con malas artes de brujería
fina. ¿No te lo ha contado? Se acabó nuestra amistad y nuestra colaboración.
Aunque no le guardo rencor y la añoro. Después se casó... Tienes dos hermanos,
¿verdad? ¿Alguno de vosotros es brujo?
-Mi
madre tampoco es una bruja -gritó Andresillo buscando la puerta.
-No
te vayas, muchacho. Yo puedo enseñarte y, luego, le preguntas a tu madre para
que complete la enseñanza.
-¡No
es una bruja mi madre! -con las mismas, arrojando las monedas al suelo, salió
corriendo.
Por
aquellas fechas, leyeron en clase una novela sobre un joven que se fue a un
colegio de brujos. Se lo pensó mejor y, ya que no se atrevía a hablar a su
madre de aquel asunto, acudió tímidamente a casa de Isabella, como si de una
escuela de brujería se tratara.
La
mujer le enseñó el arte de los conjuros, la elaboración de brebajes, le puso en
conocimiento de los efectos de éstos, le alimentó la ilusión de convertirse en
auténtico brujo con poderes sobrehumanos.
-¿Y
volar en la escoba, cuándo?
-Pobre
Andresillo. Eso son cuentos y sólo cuentos. Nuestro poder está en la sabiduría,
el conocimiento de plantas y remedios para males del cuerpo y del alma. Quizás
los mismos con los que vuestra madre os haya curado a ti y a tus hermanos.
La
madre de Andrés, intrigada por las ausencias de su hijo tanto de la escuela, a
veces, como de los juegos con otros niños, lo siguió hasta verlo entrar en casa
de Isabella. Dirigió sus pasos furiosos hasta el lugar.
-¡Deja
a mi hijo en paz, Isabella! ¿Qué es lo que le estás enseñando, bruja, más que
bruja?
-Mamá,
todo es bueno, mamá...
Las palabras del hijo
aplacaron a la madre que, al encontrarse frente a frente con su aparente rival,
al mirarla a los ojos ajenos al rencor, quedó paralizada.
-No
nos hemos visto tan de cerca desde las ancas de rana -dijo Isabella-. ¡Ah
Tomasa, cuánto te he echado de menos!
Se
abrazaron. Andresillo se relamía de gusto celebrando el éxito de su conjuro.
Cierto: la amistad se pierde, demasiadas veces, por asuntos baladíes. Para recuperarla hay que saber distinguir entre orgullo y dignidad. Mientras ésta se encuentre a salvo, debemos olvidarnos del amor propio. El aprecio recíproco bien lo merece.
ResponderEliminar¿Fue eficaz el conjuro de Harry Potter, aprendiz de brujo? ¿O el refrán de "quien tuvo, retuvo" y bastó un soplo para avivar la llama?
ResponderEliminarSoy partidario de la mente abierta. Cualquier interrogación se subordina a situaciones y momentos concretos, incluso a pálpitos vivenciales. Las elecciones suelen tener un "depende".
ResponderEliminarRefiriéndome a tu relato, escojo la segunda opción.