Pollo
en salsa de almendras
Antonio García Velasco
"De diez cabezas, nueve / embisten
y una piensa", dejó escrito Antonio Machado. La mía, desde luego, en aquel
momento, era de las nueve que sólo saben embestir. Y lo hubiese hecho con sumo
gusto contra el asqueroso mafioso, el ambicioso banquero sin escrúpulos, el
político corrupto y el empresario corruptor. Y, sobre todo, contra Ambrosio, el
de la carnicería, que me había vendido unos pollos de corral en malas
condiciones. Celebraba un plato de pollo en salsa de almendras y tuve que
lamentarlo, pues todos los míos se tuvieron que precipitar al wáter con una
descomposición de mil demonios y una bruja.
Le lleve una tajadita al susodicho
Ambrosio para que probara lo bueno que me había salido el plato con sus maravillosas
aves criadas en corral. Hasta acompañé la tapa con una cerveza bien fría.
Celebró el detalle hasta que, pasadas unas horas, se largó lamentándolo al
excusado dejando a la clientela plantada hasta que llegara el sustituto.
Por supuesto que no he vuelto a
comprarle ni un filetito de ternera o cerdo, por más ofertas que me reclamen en la
puerta de su negocio. Mi marido me dice que soy muy rencorosa. Pero él, bien
que se precipitó embistiendo contra el aparador, camino del retrete. Todavía luce el
chichón, iba a decir el cuerno, en la frente. Pero, no, por Dios, que una es
muy decente y el pobre mío más bueno que el pan. Aunque me dio por reír cuando,
con la caída, se le cayeron, manchados y apestosos, los pantalones que, para
ganar tiempo, ya llevaba desabrochados. Pena me da por la guasa que le formaron
en el trabajo a cuenta del bulto de la frente.
Me gusta el diagnóstico del marido, que es absolutamente inquietante: "Mi marido me dice que soy muy rencorosa". A saber si era verdad lo que cuenta de Ambrosio o, al final, sería otra cosa...
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