Lolita
Antonio García Velasco
Hacía alardes de su
menoría y, a sabiendas de que los menores de edad están protegidos por ciertas
leyes revisables, iba por la vida de burlona provocadora y pervertida. Nos
contaba a las amigas que, en múltiples ocasiones, había "levantado los
ánimos de respetables hombres hechos y derechos" y, cuando creían tenerla dispuesta a
aceptar todas sus depravaciones, les enseñaba el carnet de identidad para que
apreciasen la fecha de nacimiento. "Se les caían los palos del sombrajo,
quiero decir el subidón de la libido. Le exigía un pago, pues yo no tenía la
culpa de que ellos no pudieran hacerlo con una menor. Unos pagaban y otros no,
pero yo me reía de todos. Es frágil el hombre, os lo aseguro".
-Pero, te arriesgas
demasiado -le dijo María-. Puede que algunos no sean tan remirados o
melindrosos.
-Ya me los he
encontrado, no creas. Y ha sido placentero, sobre todo el chantaje posterior.
Pues siempre he sacado fotos.
Me dijo mi madre:
-No me gusta esa
Lolita con la que sales.
-A mí tampoco
-añadió mi padre.
Lolita ya me había
contado que lo había intentado con él.
Pregunté:
- ¿Por qué, papá,
no te gusta, por qué?
Se puso rojo como
los tomates maduros.
-No me gusta, no me
gusta -repitió. Y se retiró de la escena.
Un trienio después,
cuando Lolita ya era mayor de edad... Mi madre y yo habíamos salido y volvimos
a casa antes de lo previsto. Sorprendimos a mi padre con mi amiga: ella
desnuda, excitante y él, negando con la cabeza: "No puede ser, Lolita, no
puede ser". "Ya soy mayor de edad", reía ella. "Que no,
Lolita, que no puede ser". No, no pudo ser, pues, mi madre la corrió a
escobazos escaleras abajo. Luego tuvo la deferencia de tirarle la ropa a la calle, “que no se vaya a resfriar
la muy guarra”. Mi padre está deprimido desde entonces.
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