Las
viandas revenidas
Antonio García Velasco
Probó las viandas guardadas en una
fiambrera de plástico y, aunque guardada en el frigorífico, el tasto le hizo
escupir enérgicamente. Vertió agua de la jarra en un vaso y bebió un buche para
enjuagarse la boca. El mal sabor no desaparecía. Al contrario, se acentuaba y
le despertaron náuseas. Tuvo que correr al cuarto de baño por la basca. Y
vomitó, en efecto. Las arcadas inútiles que siguieron le produjeron un dolor en
la zona malar. Corrió a la cocina y, con desesperación, arrojó con fuerza la
fiambrera al cubo de la basura. No le quedaron ganas de comer y, en el fondo,
sintió una profunda satisfacción por el incidente: si no comía, no engordaba.
Si no comía, perdería peso y ganaría esbeltez.
-No seas ingenua, mujer. Ese no es el
modo más conveniente de adelgazar -le dijo su novio, con quien compartía piso.
-No pienso comer en mi vida -respondió.
-Mañana te voy a cocinar yo un platito que
siempre te ha gustado mucho: con garbanzos y espinacas, su poquito de cominos,
su pimentón... Rehogado con ajitos...
-¡Buaf! -y, con gesto de asco,
rememorando el tasto, volvió al cuarto de baño.
Ernesto trató de buscar argumentos para
su persuasión. Pero ella, por más razones que escuchaba, persistía en su
negativa a comer.
-Iremos al tres estrellas michelín que
hay en la plaza. Seguro que alguno de los platos que ofrecen consigue reabrir
tu apetito.
-¡No quiero comer nunca más! -gritó fuera
de sí.
Como último argumento, se fue al cubo de
la basura, buscó la fiambrera, la abrió y se dispuso a comer:
-¡No lo hagas, por Dios! -le gritó ella.
-Pues promete que comerás, aunque sea un
plato en el tres estrellas que te he ofrecido.
-He dicho que no volveré a probar
bocado... Pero, por favor, ni siquiera pruebes lo que encierra la fiambrera.
-Tú lo has querido -y con la mano, sin
buscar cuchara o tenedor, se introdujo un poco de aquella comida pasada,
revenida o putrefacta.
No le quedó otro remedio que escupir,
correr impulsado por la desazón a arrojar por la taza del wáter.
-Te lo dije, te lo dije...
-No volveré a comer en mi vida -sentenció
Ernesto.
Los propósitos formulados impulsivamente
sólo duran el tiempo en que persisten los efectos de la causa que los
motivaron: a los tres días Ana y Ernesto comían regaladamente en el restaurante
reconocido con tres estrellas michelín.
Para reconciliarnos con aquello que nos reconforta y, sobre todo, con los placeres, nuestra predisposición es mucho mayor que para realizar un esfuerzo, aunque éste conlleve solidaridad.
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