La tortuga de Anselmo
Antonio García Velasco
La tortuga de Anselmo perdió parte de su dermatoesqueleto
y, la pobre, murió. El niño lloró la pérdida como si de un ser eximio se
tratara.
-Era sólo un quelonio -le dijo su padre.
-Era mi tortuga, papá, mi mascota -respondió Anselmo-. No
era un quelonio ni mucho menos.
-Ay, Anselmo: quelonio se llama a los reptiles como la
tortuga y el galápago.
-No me gusta que lo llames quelonio, parece que dices
celedonio y yo la llamaba Petra, pues dura era como una piedra. Siento mucho
que se haya muerto, papá.
-Ya encontraremos otra en el rastro. He visto yo que las
venden allí.
-La mía estaba cuidada, la llevamos al veterinario,
¿recuerdas?
-Ya lo creo que lo recuerdo -dijo el padre pensando en el
dinero que tuvo que pagar.
El niño enterró la tortuga en el jardín de la vivienda y,
durante un tiempo le rendía culto como si hubiese caído en una especie de dulía
animal. Se le notaba cabizbajo y preocupado, rezador y ceremonioso.
La madre tomó la determinación de consultar al psicólogo
del colegio.
-Señora, por aquí, entre sus compañeros, con sus
profesores, su conducta es completamente normal. Se olvidará de su mascota
cuando tenga una nueva.
Con las mismas, la señora se fue una tienda de mascotas y
adquirió un cachorro de pastor alemán.
Ni padre ni hijo aceptaron el nuevo animal. Éste por la
obsesión de la tortuga perdida, aquél porque no quería perros en su casa.
Le devolvieron el dinero a la mujer y le recomendaron una
tienda donde, posiblemente, vendían tortugas. Compró una preciosa, para ella,
tortuga marina de color verde.
A Anselmo no le hizo ninguna gracia, pero decidió
adoptarla. La tortuga murió al poco tiempo, nostálgica del mar. Le dio
sepultura junto a la anterior y continuó su dulía.
-No exageres, Anselmo. Se trata de tortugas y no de
personas.
-Petra era mi mascota preferida, la otra no ha podido
reemplazarla en mi corazón.
-¡Niño! –gritó el padre, pensando en que su hijo tenía un
comportamiento desquiciado.
Junto a la madre, decidió buscar una explicación y una
solución en un gabinete de psicología.
Nuestros sentimientos evolucionan, pero, ¿llegamos a comprenderlos? Tal vez en parte algunos, otros se nos revelan y rebelan insondables.
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