Derecho a decidir
Antonio García Velasco
Dijo
uno: No puedo decidir el colegio al que quiero que vayan mis hijos. Pues
solicito el que creo más conveniente y los puntos (declaración de la renta,
cercanía del domicilio familiar, etc.), según el baremos que yo no he decidido,
no me alcanzan.
Mi
hijo mayor tampoco puede decidir su carrera, pues sus notas imponen sus
estudios –replicó otro.
Dijo
el tercer contertulio: No puedo decidir sobre la compra del coche que me gusta,
pues el presupuesto no me llega ni para la oferta pive del más barato.
Imaginemos la opción para cada uno de los cinco millones de parados.
Añadió
un cuarto: No puedo decidir sobre la casa en la que quiero vivir y he de
conformarme con el piso hipotecado hasta la jubilación donde estoy viviendo.
El quinto contribuyó con: No puedo decidir el hospital donde ir a curarme, ni el laboratorio de las medicinas que podrían sanarme. El hospital tiene que ser el que toque al distrito de mi casa. Los medicamentos, los que imponga el gobierno de la autonomía.
Sumó
otro paisano que resultó ser funcionario: El médico al que visitaba por mi mal
se ha quitado de la compañía médica y no puedo decidir una nueva consulta. Sin
que me cueste los cuartos.
Dijo
un catalán que en Cataluña vive: No puedo decidir, sin problemas, que mi hijo
reciba la enseñanza en español, mi lengua materna y la suya.
Por
no poder decidir –fue la contribución de otro-, ni los políticos que formen el
gobierno, pues votas a unos y luego, las alianzas anulan tu voto.
Dijo
otro: Ni sobre impuestos podemos decidir, ni sobre Educación, ni sobre Sanidad,
ni sobre las pensiones… Los políticos deciden por ti, tantas veces en tu
contra. Y siempre a favor del sueldo de ellos, las pensiones de ellos, sus
privilegios. Y si son los servidores del pueblo, ¿por qué no es el pueblo quien
decide su sueldo y su pensión?
Añadió
el más callado: Yo quiero decidir mi puesto de trabajo, el sueldo que debo
ganar, el horario de estar ocupado, rindiendo, claro. No puedo, no puedo
decidir. He de conformarme con lo que tengo.
Otro
levantó la mano: No puedo decidir ni la hora de acostarme o levantarme, ni la
moneda con la que pagar, ni el precio justo de los alimentos de primera
necesidad, ni de segunda o tercera.
Ah,
añadí, pero al menos en Cataluña quieren votar el derecho a decidir.
Y si sale el sí, ¿quiénes podrán decidir algo de los que hemos mencionado aquí? La libertad es una quimera. Y ciertos empeños políticos –derecho a decidir, con todas sus connotaciones independentistas-, un anacronismo que sólo alimenta ambiciones personales, si no locuras desde las que seguir fijado a la poltrona. Sin contar que nos encontramos ante un juego semántico al que no se puede decir NO, a menos que se explique su verdadero alcance. ¿Lo harán?
Apuramos la cerveza y marchamos cada uno por donde había venido.