La
calamita
Antonio
García Velasco
Ocultó
con esmero la calamita que había encontrado en el monte. Su profesora de física
les había hablado unos días antes de ese mineral de color negruzco, constituido
por una combinación de dos óxidos de hierro, muy pesado, que tiene la propiedad
de atraer el hierro y el acero. De hecho, el trozo de roca se le había pegado
como un imán a la hebilla de su zapato izquierdo. Lo reconoció enseguida por su
parecido expreso con la muestra que había visto en el colegio.
-¿A
qué has ido al monte? -le recriminó su padre.
-A
buscar minerales, papá.
-Una
niña no tiene que andurrear sola por esos lugares.
-Papá,
el monte está detrás de nuestra casa y he ido con Mari Pepa, la vecina, mi
compañera, mi amiga.
-El
monte comienza cerca, sí, pero es muy amplio y peligroso, Carmen. Sí, te lo
digo en serio, es muy peligroso que las niñas andéis solas por ahí.
-No
te enfades, papito -empleó la niña el diminutivo a sabiendas de que a su padre
le resultaba expresión de cariño-. He encontrado un trozo de calamita.
-¿Calamita?
¿La aguja de un imán?
-No,
papi, no. Un trozo de mineral. Se me pegó en la hebilla del zapato. ¡Mira!
En
aquel momento llegó la madre, cansada de haber estado reunida con otros
miembros de la comisión municipal encargada de investigar malversaciones de
fondos en el Ayuntamiento.
-Vengo
cansada de una reunión estéril -dijo tras besar a su marido y a su hija,
echándose en el sofá como un fardo de heno mojado.
-Mira,
mamá, he encontrado calamita buscando minerales en el monte.
-Calamita
la que yo tengo encima. Ya me lo contarás mañana, Carmen, por favor.