El repartidor de garrafones de agua
Antonio
García Velasco
En
el piso no contestaban tampoco: "Es raro: la señora me aseguró que estaría
en casa esperando el agua".
Llamó
en el piso contiguo:
—Perdone,
¿ha salido la señora? —preguntó al abrirse la puerta, señalando la que
permanecía cerrada.
—No.
Supongo que no. Al menos la puerta no se ha oído, —respondió Jacinto.
—Es
raro. Me dijo que estaría en casa y necesitaba el agua urgentemente.
—Espere
—entró Jacinto y volvió al momento— ...Ella nos ha dejado su llave. Por si pasa
algo, ya sabe. Como es mayor para tener el timbre asistencial exigen que un
vecino pueda abrir la casa...
Abrió
la puerta con cierto recelo: "Si no hay nadie, puede dejarle la
garrafa".
—Sí,
claro. Doña Amparo es una buena cliente.
El
agua de la pecera estaba efundida por todo el suelo de la vivienda. Los peces,
muertos sobre la mesa, la solería y los pedazos de cristal. Como si alguien
hubiese golpeado el recipiente para romperlo. El dispensador de agua tenía el
garrafón lleno.
—¡Y
la urgencia con la que pidió que viniera?
En
aquel momento, con aspavientos apoteósicos, apareció doña Amparo acompañada de
dos policías:
—Ellos
son, ellos son... ¡Son ellos los que me han roto la pecera!