La joven del piercing
Antonio García Velasco
Era hermosa en extremo, pese a los dos
mocos de plata que aparecían por sus fosas nasales.
-No son mocos, son piercings -aclaró su compañera acercándose al oído
del observador, viajero, como ellas, en el ave de regreso.
Éste no replicó y continuó mirando a la
joven de los bastoncillos argénteos que asomaban por la nariz: su cara
sonrosada, de piel tersa y blanca, ojos grandes, claros, con pestañas largas
que oscilaban como cañaverales mecidos por el viento... Estaba prendado, mas
con todo exclamó:
-¡Lástima que los mocos le estropeen su
porte de modelo!
-No son mocos, son piercings.
La joven permanecía insensibilizada, como
afectada por un elemento patógeno que la hubiese enajenado.
Al llegar a su destino, bajando del
vagón, la hermosa de los bastoncillos nasales le dijo al observador de su
persona como recobrando el pulso:
-Usted debe ser un carca con ideas
licuefactas...
-Y tú, una joven hortera y sin seso que
sólo sabe seguir las modas que le imponen. ¡Lástima de hermosura estropeada por
mocarreras de plata! -y no quiso saber ni oír más, pues se alejó con rapidez,
confundiéndose entre los viajeros que ocupaban el andén. Como si huyera.
Meses después, él se acercó a solicitar
empleo u orientación en el organismo oficial.
-¿Qué desea?
Pero él se había quedado mudo al
reconocer los bastoncillos de la nariz.
-Si no me cuenta su caso, no podré
ayudarlo -insistió ella.
Pero el usuario, como si huyera, se
alejaba con rapidez.
Ella, con aparente insensibilidad, exclamó: "¡El siguiente!"