viernes, 29 de mayo de 2020

0029 Microcuento ENFERMA EN EL PODER


Enferma en el poder

Antonio García Velasco



Una mujer llamada Enferma quiso ser única en el gobierno de su reino. Daba vueltas a su mente sobre el modo de anular al actual rey y a todos sus ministros. Encontró la excusa perfecta cuando el rey quiso que todos admiraran su nuevo traje. En el desfile público, deslumbró a partidarios y a contrarios hasta que un niño gritó: "El rey va desnudo". Como una venda cayó de los ojos de los enemigos del monarca.

-Ha sido un truco demoniaco -dijo Enferma a sus amigos y seguidores-. Es un rey maligno, es el demonio capaz de engañar a su pueblo ingenuo y confiado. Debemos difundir esta idea. Os lo voy a recordar en un poema, porque siempre es más fácil retener la literalidad del verso que la de la prosa.

Entonces hizo que sus secuaces aprendiesen de memoria los siguientes versos:



Demonicemos al rival, consigna

que es ventajosa, tan rentable y fácil

como pintar de rojo una ventana.



Al disidente lo pintamos gris

con azufrados tintes cual demonio...

Pronto verán las masas los colores

que nuestro dedo le señale alzado.



Una batalla que ganamos, fijo,

pues parecerse a los demonios nadie

quiere, desea, tiene en objetivo.



De propaganda basta una campaña

y repetir mil veces quien es malo

porque nosotros somos buenos, santos

que ni mentimos ni de palos damos.



La campaña tuvo su recompensa y fue destronado el rey al que le gustaba el continuo estreno de trajes nuevos. Enferma fue nombrada reina y siguió demonizando a todo el que ponía en duda su legitimidad como monarca o comentaba críticamente sus abusos dictatoriales o sus errores administrativos.







domingo, 24 de mayo de 2020

0028 Microcuento Vanesa y el poder totalitario


Vanesa y el poder totalitario

Antonio García Velasco



Vanesa estaba convencida de que la tentación del poder podría ser superior a la del dinero, quizás porque el poder da dinero, hace adueñarse de dinero, manipular dinero. Cuando se hablaba del erotismo del poder, ella pensaba solamente en que también el poder facilita los placeres de Eros. Muchos monarcas han dado ejemplo de ello, muchos poderosos se habían beneficiado de su posición para conseguir el favor de las mujeres más deseables. A ella la había tentado un poderoso. Se negó en rotundo a esa forma de prostitución y, acaso en el fuego de la rabia, escribió los siguientes versos:



A ti que buscas poder totalitario



Es un perverso afán ese deseo

de poderoso ser. ¿Te mueve a extremos

esa locura ciega y testaruda

que ni reparas en las consecuencias?



¿Nos quieres mal a todos y a ti mismo

te quieres bien y por encima tanto?

¿A qué intereses sirven tus poderes?

¿A qué sombrajos quieres reducirnos?



¿Es tu querer que estemos sometidos

a tu exclusiva voluntad suprema?

Nos vas limando los dineros nuestros,



nos vas marcando los caminos fijos,

nos vas sembrando las consignas tuyas...

¿Cuándo será que tu ambición se pare?





Bastante tiempo estuvo temiendo publicar su soneto de verso blancos. A veces, al releerlo, se le iluminaban los colores de la indignación. Otras, la niebla de la duda o los sombríos bocados del temor. Por fin, los lanzó al viento del desafío por todos los medios a su alcance. Una semana después de que sus palabras comenzaran a dejar huella en los corazones de sus lectores, cuando llegó a su trabajo, recibió una carta de despido y la comunicación del finiquito: despido improcedente, rezaba la carta y en las explicaciones del empresario: “¿Tú crees que si realmente fuese competente en su trabajo iba a despedirla con una justa indemnización, según tiempo trabajado? Para quitármela de encima la he despedido así, sin discusiones. ¡Menuda pájara, que Dios me libre de las aguas mansas!”


sábado, 16 de mayo de 2020

0027 Microcuento Versos para una pregunta sin respuesta


Versos para una pregunta sin respuesta

Antonio García Velasco



La insultaron porque había dado una opinión contraria a lo que, en aquel círculo, se consideraba correcto. Ni la frase evangélica de dudoso origen es aceptable: "Quien no está conmigo está contra mí". Dudaba que eso pudiera haberlo dicho Jesús de Nazaret, que sería una persona ecuánime y sensata. Uno puede no estar con otro, pero no tiene que estar contra él, simplemente puede discrepar. Pero a ella la estaban insultando simplemente por opinar de modo contrario a quienes estaban en el lugar. Se marchó azorada y, al llegar a su casa, escribió:



Versos para una pregunta sin respuesta



¿Cuándo dejar podremos los insultos

a quien no piensa como yo lo pienso?

¿Cuándo dejar los odios burdos, zafios,

a quienes no comparten la supuesta,



convencional verdad que marca el curso

libre, sensato de la mente libre?

¿Cuándo será que democracia sea

un sentimiento puro, no la pose



que compartir queremos sólo, a secas,

con quienes piensan tal pensamos nos?

Me maravilla el fácil descalabro

que se quisiera para quienes no



comulgarán con las ideas mías.

Me maravilla el fácil anular

a quienes no votaron nuestro voto.

El corazón demócrata nos falta.

El egocentro dictador nos sobra.



Con frecuencia el escritor y, después, el lector encuentran en la literatura el consuelo que le niega la vida. Pero, en esta ocasión, tras dar por terminados aquellos versos, un puño férreo, descomunal, implacable salió de la pantalla del monitor y la golpeó en la cara. Desmayada la encontraron al mediodía y, al ser reanimada, comenzó a repetir como disco rayado. "¿Cuándo dejar podremos los insultos / a quien no piensa como yo lo pienso?".




jueves, 7 de mayo de 2020

0026 Microcuento La maldiciente sáfica


La maldiciente sáfica

Antonio García Velasco



Su habilidad para los endecasílabos sáficos (acentos métricos en las sílabas cuarta, sexta u octava y décima) no tenía parangón en estos tiempos de tanta poesía de verso libre tendente al prosaísmo sin ton ni medida. Pero, al decir de críticos y detractores, algo manchaba sus composiciones: el sarcasmo, la ironía, la maldiciente dicción. Era hermosa en extremo y, al hablar con ella, no mostraba ni amarguras personales, ni poses feministas injustificadas, ni, en principio, resentimientos hacia sus semejantes, mujeres o varones. Un día se dejó seducir por el también poeta Emilio Rueda, poseedor de significativos premios literarios.



Tres días después de aquella velada, anunciando su próximo libro (Vates actuales en mi cama libre), publicó en su blog, y también en Facebook, los siguientes endecasílabos con el título “Aquenio poeta”:



Versos los tuyos de sublime canto.

Pero no canta de ese modo nunca

lo que permite que varón te llames:

gurrina escasa con tan poco aliento

que tus amantes para alzar contento

tal vez recurran como yo al consuelo

de un vibrador que no pesara tanto

como pesabas con tus versos tú,

que bien pesado recitabas versos

creyendo en liras que me daban luz.

Fue un polvorón sin aliciente alguno,

una fallida noche con un genio

de azules ínfulas inflado y torpe.

Yo te maldigo, te renombro Aquenio.



Emilio Rueda no quiso denunciarla, pese a los consejos reiterados de sus amigos y seguidores. Ni siquiera cuando averiguó que la bellota es un aquenio y no lamentable ripio consonante con genio: “Todo lo que yo diga será usado para la promoción de su indecente libro”.