Entrevista a Carlos Guillermo Navarro
Antonio García Velasco
Carlos Guillermo Navarro es un novelista indiscutible. Lo avalan sus
obras:
El toque de rebato (1999),
Por la ruta de los mares (2002),
Apuntes de una crónica negra (2006),
El paraíso de las flores marchitas
(2013) y el libro de relatos
Crónicas
narradas, cuya primera versión es de 1977 y la segunda de 2009.
Carlos, aunque natural de Utrera (Sevilla), ha trabajado y vivido en
Málaga desde 1970. Gran aficionado al cine (ha dirigido durante muchos años el
cine fórum del Ateneo de Málaga) y al teatro: en 1972 fundó el grupo “Cascao”
que llevó a cabo numeras representaciones de obras diversas.
Antes de contestar a las preguntas, ha preferido
hacer una breve introducción:
Introducción
Como
breve introducción diré que en los apartados que contiene el cuestionario me
voy a referir a la novelística o al relato, dejando a un lado mi producción
teatral, que igualmente es un modo de expresión literaria pero donde se plasma
el arte también con la escenografía. El texto en el teatro depende al final del
montaje, o sea, de los actores, de los decorados y de los variados componentes
de la representación. Cuando me refiero a la novela larga contemplo también el
simple relato, aunque por su brevedad el ámbito estructural se someta a
tratamiento distinto.
¿Qué crees
que aporta tu obra literaria al conjunto de la literatura actual?
Sería demasiado pretencioso por
mi parte especificar la aportación significativa dentro de un contexto tan
enorme, ni siquiera aunque se tratase en uno básicamente más escueto. Lo que sí
considero importante por mi capacidad de autor es hablar sobre la forma de mi
narrativa que supone darle una dimensión especial al contenido, y puede suceder
que quienes efectúen su lectura, les conduzca a plantearse el tema de la
pregunta.
Muchas veces me han dicho, y yo
lo he tenido a bien cuando me lo han preguntado, tus novelas y relatos no se
pueden copiar por la forma que están escritos y los contenidos que desarrollan.
Ni mucho menos pretendo que sean difíciles de leer, sino que tengan
connotaciones que se acerquen a una narración que desemboque en una visión apartada
de otros planteamientos autorales. Quizá lo deseable en cualquier obra es que
quien la lea diga que está inmerso en una historia diferente, donde se traslada
la estructura y el fondo a perspectivas desacostumbradas.
Me formé en la cultura del cine y de la literatura, y hay elementos narrativos
del primero que son buenos trasladarlos a la segunda; a fin de cuentas, el cine
siempre ha bebido constantemente de la literatura. ¿Por qué no coger igualmente
lo que contenga de particularidad este medio expresivo? Y pondré un ejemplo, una
película desarrolla su recorrido con saltos de acción que no rompen su unidad y
que a su vez hacen que intuyamos o sepamos lo que ha pasado, son huecos que
quedan en el espectador para que inicie una actuación imaginativa, muchísimo
más acentuada que en el desarrollo de una lectura. Es la visualización con que nos
invade la película, y la descripción con la que se acompaña la novela. Y
cabríamos preguntarnos ¿cómo crear una imagen viva a través de lo escrito? Por
ello es bueno que se impregne con imágenes la novelística. Y así si en el cine
se ve a una persona que pasa por detrás de unas casas y le persigue alguien, y
luego vemos por la parte contraria aparecer al perseguidor con un objeto para
una acción violenta, el espectador tiene imaginativamente que completar el
espacio obviado y dotarlo del contenido correspondiente.
A mí en la narrativa
me interesan estos saltos o huecos sugerentes que nos hacen intuir las cosas, así
como abrir caminos diferentes en un punto determinado, aunque yo conduzca la
acción hacia donde me interesa. Ejemplo en “Apuntes de una crónica negra”, la
novela termina con una insinuación sobre el desarrollo de lo que va a pasarle
al personaje central pero sin definirlo ni especificarlo. Acaba pronunciando la
frase de “sintió como si le persiguiesen con un aliento pegado al cogote”. No
obstante, una frase similar se encuentra al inicio, donde otro personaje siente
ese mismo aliento, y a renglón seguido en el siguiente capítulo está muerto. No
me interesa la tendencia del novelista a centrarse claramente en la muerte de
ese personaje, pero sí hacer una solapada indicación del camino por donde se ha
de seguir, aunque la acción no se haya completado. Se trata de matizaciones de
la acción que recogen, de una u otra forma, algunos escritores. Nadie inventa
nada.
Por
ello no puedo hablar de lo que aportan mis novelas y relatos, sino de las estructuras
específicas de tratar los contenidos, que sirven para adquirir cierto tono
novedoso. Me interesa de mi narrativa lo que conllevan en sí misma, nunca lo que
aporta a la literatura actual, ni siquiera en cualquier otro ámbito regional o
más reducido. Lo que si tengo presente es lo que por algunos se ha expuesto
como un elemento fundamental de ella, que lo local se convierta en universal. O
lo que es lo mismo, que identificándose mis obras con hechos concretos,
alcancen perspectivas mucho más amplias.
¿Cuál
consideras tu obra más importante? ¿Por qué?
Hay una persona que cuando escribí la primera
y la segunda novela, me dijo que cómo era posible escribir dos novela tan distintas.
Hay otra que me aseguró a su vez, que se notaba que estaban escritas por un mismo
autor independientemente de sus diferencias. Se trata de la exposición de una
fórmula personal que me halaga cualquiera que sea el tipo de comentario.
Ciertamente no podría
afirmar cuál de mis obras es la más importante, sólo me pronuncio sobre la que
me ha supuesto más trabajo, o cuáles son los componentes que me llevaron a
realizarlas. Y esto que acabo de exponer no centra la pregunta a contestar de
este apartado.
Las
novelas tienen sus dimensiones cuantificables en extensión que no tienen que
coincidir con su valor, otras veces sus componentes y contenidos son semejantes
a los de otros muchos escritores, y también es bueno decir que varios supuestos
narrativos pueden quererse por igual. O sea toda novela debe contener las
páginas que precise, nunca dimensionarla en exceso ni acortarla. Tengo
reproducido constantemente, que el trabajo realizado en mis novelas, es de
años, unas más y otras menos. Pero el resultado ideológico, formal y de respeto
hacia ellas, ha sido siempre el mismo cuando las he concluido: mi satisfacción
personal por creer que he escrito algo que merece la pena como fiel reflejo de una
realidad que he visto y que la he conducido por el campo de la ficción, dado
que se trata de una novela o un relato. Aunque siempre entiendo que la ficción
debe tener ese punto de realidad o de verosimilitud. Decía un gran cineasta que
lo que le preocupaba de las películas del espacio, era que el ser humano no fuera
simplemente eso.
La
importancia está por tanto para mí, en la personalidad que uno le imprima. Yo podría
informar que para la realización de mis novelas me inspiré en tan o cuál
suceso, que me interesaba seguir el tema de una novela ya leída o que son cosas
que me pasaron, pero garantizar que el novelista no se inspira en ningún supuesto
o que lo narrado es fruto de la “creación”, me produce desconfianza porque
parece que se está sacando de algún misterio celestial. Y es curioso porque
ocurre, que una vez planteada mi narrativa de esta manera, nadie me ha hablado del
modelo en el que me basé, porque en el fondo lo importante es que se haya
constituido en una obra independiente sin que aparezca el reflejo aludido, o
sea, como ya he afirmado, que sea distinta.
La
importancia que le doy, pues, es un concepto igualitario respecto a la
totalidad de mi producción. Y me refiero que no sabría nunca elegir con un
sentido preferencial a la otra, anteponiéndose sobre todo el hecho de que el contenido tiene una
única y exclusiva forma de aplicación por el autor que no deben ser desvirtuados
ni cambiados, sino llevados a cabo tal como él los concibe y los representa.
¿En qué tipo
de lectores piensas cuando escribes?
Se debe pensar únicamente en la historia que se narra y el
desarrollo de la acción novelada. No pienso en ningún lector, porque ya
estaría excluyendo a otros.
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En la escritura
nadie debe traicionarse a sí mismo. Y esto lo hacen quienes piensan que una
novela se hace para una búsqueda honorífica u ostentosa que englobe premios,
editoriales importantes o un número de lectores fijados de antemano. Se debe
pensar únicamente en la historia que se narra y el desarrollo de la acción
novelada. No pienso en ningún lector, porque ya estaría excluyendo a otros. Además,
la finalidad de cualquier publicación novelada, pretende, por lo general, que
se convierta en la más leída del mundo. Cualquier otro planteamiento sería un
tanto absurdo, porque nadie concibe trabajar en el campo artístico para
conservarlo en un cajón. El hecho de ese extensivo conocimiento globalizador,
es una ilusión que puede cuadrar perfectamente con una narrativa centrada por
su autor en la aspiración de hacer únicamente lo que quiere, sin intentar hacer
concesiones a un inmenso grupo de persona con sus dispares maneras de pensar. Y
mucho menos pretender escribir las historias que hoy ofrecen una gran oportunidad
de lanzamiento. Las personas se pierden con esa manera de escribir, y anulan su
idiosincrasia, a pesar de que, a la larga, el tener como recompensa ser fieles
a uno mismo, les lleve a muchos a quedarse en el olvido y en el silencio.
Reconozco que la afirmación de que no me interesa fijarme en un tipo de
receptor de mis novelas, sino en la posibilidad de que sea el mayor número
posible de lectores, es una aspiración mucho más importante para mí. No puedo
escribir con la idea de que vaya dirigida a un público en concreto, sino por el
contrario al público en general, cualquiera que sea su estrado, sentimiento,
edad o situación. No concibo nunca un lector determinado. Lo esencial es que quien
quiera pueda coger el libro y leerlo, que es el proceso final para el que está
escrito.
Entiendo
que es una idea que han abierto ya muchos escritores y artistas, pero desde mi
punto de vista no puedo dejar de pensar en una realización a mi modo y, por
ello, no excluyo a persona alguna, sobre todo si lo que pretendo es hacer
visible la realidad e introducir al lector en el elemento testimonial que he
desarrollado.
En
las presentaciones de mis novelas siempre me he dirigido a todas las personas. Sería
excluyente que al estar hablando e intentando interesarles para que los
asistentes al acto las lean, esté pensando solamente en algunos de los que se
sientan en la sala, aunque sepa que enfrente haya personas que si deciden
leerlas, que es lo que me agradaría, no les gusten.
Complementando
la anterior cuestión: Perfil de los lectores que quisieras para tu obra.
De lo anteriormente expuesto se desprende que no
escribo para un perfil determinado de lector,
no estoy condicionado por las cuestiones ideológicas, aunque las
exponga, ni por ningún grupo de personas reunidas en un contexto social, ni por
aquellos que no concuerdan conmigo y se sospecha que puedan no leer mis
escritos, en este caso desearía que fuera todo lo contrario. Aunque rechacen
mis obras por los motivos que sean, es bueno pensar que esos no admiradores las
leerán porque se trata de una exposición que retrata la realidad como la siento
y como la he visto y vivido. La vida en general, contada dentro del marco de la
ficción debe de ser fuente de conocimiento para todos.
Los
que comulgan con mis pensamientos y mi forma de escribir, percibirán en mi obra una cierta valoración
al no tener discrepancias artísticas con ellos; aquellos que creyesen que no pudiera
entretenerles, sería un buen momento para ser receptivos a lo ajeno y comprobar
si en verdad lo que escribo les interesa o no.
Los personajes de Cervantes, cura y
barbero, arrojan al fuego muchos libros y, con argumentos diferentes, salvan
algunos. ¿Qué argumentos emplearías para defender tu obra si fuese acusada de
falta de calidad y condenada por ello a la hoguera?
El cariño que profeso a mi escritura quizá pudiera llevarme a
enfocar esa decisión en el sentido de que en vez de que quemen algún pasaje de
mis novelas y relatos, que metan en la pira al autor.
Respecto
a mí, lo siento. No se trata de un narcisismo imposible de desprendérmelo, es
que cuando termino una escritura es porque he borrado, quitado, ampliado,
unificado, veinte o treinta veces el texto de la novela o del relato. O lo que
es lo mismo, si sé que hay algo que no me gusta, después de múltiples
revisiones, lo quito sin contemplación porque no debe quedar. Cuando realizo
algunas de mis narraciones me fundo en la totalidad con ellas.
La
defensa que haría, además de lo expuesto, es que cualquiera de mis historia
contadas pretendo que forme parte de la realidad que me ha tocado vivir y por
tanto que sea testimonio de nuestro tiempo.
Como
anécdota diré, que cuando me comunicó una editorial de cierto renombre que para
publicar una de mis obras tenía que quitar algunos párrafos y frases del último
capítulo, le dije que no, que no se le tocaba una coma. Lógicamente no se
publicó.
Es
evidente que habrá autores que tienen preferencia por ciertos capítulos,
párrafos o frases de sus novelas, pero yo no puedo separar la parte del todo.
Es el conjunto de la historia, página a página, lo que al final la pone en
valor o la desacredita.
Muchas
gracias por tus respuestas.