Naranjas
cajeles
Antonio García Velasco
Le canjeó una caja de
naranjas cajeles o cajelillas por un joyero con una joya. En realidad, ella le
llevó los cítricos desinteresadamente y él, perdidamente enamorado, le regaló
una lucida gargantilla de oro.
— Aunque sea difícil
encontrarlas, no valen tanto las naranjas.
—Pero sí lo vales tú,
Ana María —respondió él.
—No estoy en venta.
—Ni yo quiero comprar
tu amor. Sería muy poco el oro del mundo para pagártelo.
—No hablemos del amor
como de una mercancía.
Se miraban como quien
se contempla en el espejo tras maquillar su cara.
El beso se quedó en el
camino de los labios por la entrada en la joyería de una mujer interesada en
unos pendientes.
Esperaron con alardes
de paciencia que la señora trasteara en los expositores y, por fin, decidiera rechazar
la oferta.
Cuando la fallida compradora abandonó la tienda, él puso el cartelito de "Cerrado", le tomó la mano a Ana María y pasaron a la trastienda.