¿El ladrillazo de Haití?
Me cuentan en la presentación adjunta a un correo-e que un ejecutivo brillante y bien pagado, en la burbuja de su ego inflado de éxito, corría en su auto, caro, magnífico, deslumbrante. Su pavoneo era absoluto. De pronto, escuchó un duro golpe en la puerta. Detuvo la máquina y comprobó el daño en la carrocería flamante del signo externo de su posición social. Con las mismas, giró, cambió de sentido y se acercó al lugar del impacto. Un chiquillo parecía el responsable del ladrillazo. El ejecutivo le echó la bronca y le pidió explicaciones con la amenaza de pagar caro el daño a la chapa de su coche. El chico llorando explicó entre lágrimas: “Por favor, señor, por favor. ¡Lo siento mucho! No sé qué hacer. Le lance el ladrillo porque nadie se detenía... Es mi hermano. Se descarriló su silla de ruedas y se cayó al suelo... Y no puedo levantarlo. ¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Está golpeado, y pesa mucho para mí sólito... Soy muy pequeño”. El ejecutivo reaccionó positivamente: después de cerciorarse de la verdad, ayudó al niño a subir al hermano en la silla de ruedas. Le limpió las heridas al joven indefenso y, cuando el niño, empujando trabajosamente la silla, se alejó hacia su casa, se subió en su jaguar y se marchó. Eso sí, conmovido, emocionado, marcado por lo que había visto. Termina el relato con estas palabras: “El ejecutivo aún no ha reparado la puerta del auto, manteniendo la hendidura que le hizo el ladrillazo, para recordarle que no se debe ir por la vida tan distraído y tan deprisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención a la realidad del mundo”.
Tiene peligros de perderse en el jardín laberíntico de un dios inescrutable el hecho de colegir del relato que lo ocurrido en Haití es un ladrillazo a nuestro mundo occidental, tan ejecutivo y eficaz, pese a la crisis tan artificial como lamentable y con víctimas tan concretas, siempre las mismas. Existe la indigencia nuestra de cada día, existe la miseria, la injusticia, existen las marcadas diferencias entre ricos y pobres. Y sólo las desgracias apocalípticas como la del reciente terremoto hacen que detengamos nuestro patinete, nuestro carro, nuestro coche, nuestro tren de vida. ¿A costa de qué desgracia vamos a reaccionar de una vez por todas? La cuestión no es reaccionar una vez ante un ladrillazo atroz, la cuestión es luchar cotidianamente por un mundo más justo y equilibrado socialmente.