Los
chotacabras
Antonio García Velasco
Palomino el cabrero estaba desesperado
desde que descubrió la bandada de pajarillos que había comenzado a volar por
encima y alrededores de su rebaño. La preocupación que le impedía dormir surgía
de la creencia de que esas aves eran chotacabras que, según la creencia popular, se
alimentan de leche de cabra. Se pensaba que, por las noches, cuando
sobrevolaban el rebaño, se disponían a picotear en las ubres de los rumiantes y
mermaban su producción láctea. Por ello no dormía, agitando espantapájaros y
paseándose entre sus animales para amedrentar a los dañinos gorriones.
-Perdido estás, Palomino, como no
espantes a esa "infame turba de nocturnas aves".
No se preguntó Palomino de donde le venía
a su vecino Gabriel aquella expresión que le pareció tan de libro. Pero lo
entendió perfectamente.
-Mira -continuó Gabriel-, el nombre
romano que le daban a esos pájaros era "Caprimulgo", o sea
ordeñadores de cabras. Y, en español, chota significaba mamar. ¿No le llamas tú
choto a los cabritos todavía mamones? Pues eso, que son pájaros mamones de las
cabras. Te pueden arruinar, Palomino.
Nunca sabría Gabriel el aumento de la
preocupación que ocasionó a su amigo.
Sin embargo, pasadas las semanas, el
cabrero no había observado ninguna disminución en la producción de leche de sus
cabras. Se lo achacaba a su sinvivir nocherniego, pues no daba tregua a los
pajarillos nocturnos que sobrevolaban el redil. Pero, a veces, estaba tan
rendido que se dormía en cualquier sitio, agitando en sueños el espantapájaros
que se había fabricado.
-Pondré algunos de estos espantajos bien
distribuidos para proteger a mis cabras. Pero necesito dormir en cama blanda y
cómoda.
Habían regresado por aquellas fechas su
mujer y su hijo Fernando y, a ella, no le parecía adecuado que pasase la noche
entre los animales, por más que él le explicara lo que estaba ocurriendo con
los chotacabras.
-Ay,
papá, ay, papá -exclamó el hijo al enterarse del asunto.
Fernando había comenzado la carrera de
veterinario en la capital y no podía admitir un comportamiento paternal
justificado en creencias falsas.
-¿Qué estás insinuando, Fernando? Toda la
vida se ha tenido al pajarillo ese por un chupaleches de las cabras. ¿Te crees
más listo que nadie para venir a negarlo?
-Mira, papá, los mamíferos, como las
cabras o las personas, se alimentan de leche, pero los pájaros no son mamíferos,
y, por tanto, no necesitan leche. ¿Sabes por qué sobrevuelan el redil?
Sencillamente, porque se alimentan de mosquitos, de insectos, y donde hay
animales, hay moscas, mosquitos y toda clase de insectos. Si alguna vez los han
visto picotear las ubres ha sido por limpiarlas de bichitos parásitos. Se
podría decir que te están haciendo un favor.
-Lo dicho, que mi Fernandito es más listo
que nadie y nos viene a desmentir lo que sabemos desde hace miles de años. Como
me explicó Gabriel, "chota" significa mamar, por ello llamamos chotos
a los cabritos que maman. ¿Y cabras, por qué? Porque maman de las cabras.
-¡Ay, papá, papá! Maman sólo los mamíferos
y un ave es otra especie de animales que no necesitan leche para alimentarse.
-Más listo que nadie mi hijo Fernando -se
fue rezongando Palomino hacia el redil.
Fernando le contó a su madre la
conversación que había tenido con su padre.
-Mira, Fernando, lo que dice la tradición
no puede negarse en un momento. Por mucho que hayas aprendido en los librotes
de la Universidad. No vengas dándotelas de sabihondo, que tu padre bien ha
sabido siempre ganarse la vida y guardar y administrar su rebaño.
A Fernando se le ocurrió escribir un
artículo sobre los prejuicios a los que inducen ciertos nombres y las leyendas
a que pueden dar lugar. “Nacen de la ignorancia ciertamente”, decía. Y no
dejaba de mencionar lo que ocurre con los chotacabras, a los que, dejándose
conducir por el nombre, atribuyen una alimentación impropia de las aves de
cualquier especie. Mandó el escrito a un periódico de la ciudad.
Cuando el farmacéutico leyó el artículo
en la prensa y lo dio a conocer, comenzó un choteo tabernario sobre Fernando,
lo que provocó un alto malestar y disgusto en casi toda la familia. Palomino
reaccionó anunciando que, desde que sobrevolaban aquellos pájaros su rebaño, la
producción de las cabras había aumentado, hasta el punto de que no daban abasto
para ordeñarlas bien a todas y se disponían a contratar a una persona
experimentada en el ordeño.
-Esos pajarillos se comen a los insectos
y, como las cabras están más tranquilas, las ubres se le hinchan bien y echan
más leche -argumentó por defender a su hijo.
-Tú deliras, Palomino, tanto como tu hijo
-le dijo Gabriel.
-Vente conmigo a ordeñar y verás que no miento.
-No sabes qué hacer para librar a tu hijo
de la guasa que les están formando.
-Te aseguro que es cierto lo que digo
-afirmó sin exceso de convencimiento el padre del estudiante.
Fernando por su parte visitó al
farmacéutico para enseñarle un artículo científico sobre la alimentación de las
aves y, en particular, sobre el chotacabras.
-¿Y por qué se van a llamar chotacabras
si no es porque los han visto, desde siempre, mamar de las tetas de la cabra?
-¿Usted los ha visto? Lo desafío a que se
venga conmigo al redil de mi padre para observar la conducta de esas aves.
-Anda, niño, que muy pronto se te han
subido los estudios a la cabeza y te crees más listo que nadie.
Pensó Fernando que no merecía la pena
seguir discutiendo y, sin añadir palabra, abandonó la farmacia. A las pocas
semanas, volvió a la ciudad a reanudar las clases en la Universidad de Córdoba,
donde estudiaba Veterinaria. Palomino dejó alzados los espantapájaros, pero, a instancias de su mujer y de la necesidad de descanso, dormía en su cama blanda y cómoda.