lunes, 9 de agosto de 2010

Un euro para el Teatro de Madariaga

El euro mejor gastado

Antonio García Velasco


Estábamos paseando por Torre del Mar. Decidimos recorrer los puestos de libros situados en el Paseo de Larios. En una de las casetas, el letrero: libros a 1 euro. Entre ellos el que compré: Salvador de Madariaga, Teatro en prosa y verso, Espasa-Calpe, Madrid, 1983, 484 páginas, “amenísimo volumen compuesto por una decena de obras que asombrarán al lector”. ¿Cómo es posible que por un euro se pueda comprar semejante libro, magníficamente editado, pasta dura, papel de alto gramaje y calidad extrema? Eso sin contar el contenido. Las oportunidades las pintas calvas y hay que cogerlas por los pelos.

Conocido es que Salvador de Madariaga (1886-1978) fue un escritor de formación y vocación liberal, de gran cultura, que escribió numerosísimos artículos, ensayos, novela, poesía y teatro. Su padre había pensado para él que realizara estudios de ingeniería, pues estaba persuadido de que España necesitaba técnicos que la rescataran de su atrasado. En efecto estudió ingeniería en París y trabajó como ingeniero en la Compañía de Ferrocarriles del Norte. Pero su vocación literaria se impuso y terminó abandonando la carrera técnica para dedicarse al periodismo, a los estudios de historia, a la literatura.

Nunca está de más volver a los grandes hombres del pensamiento español. Salvador de Madariaga, republicano –fue embajador y, en 1934, ejerció brevemente como ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes y ministro de Justicia en el tercer Gobierno de Alejandro Lerroux-, exiliado a raíz de la guerra civil –volvió a España en 1976, tras la muerte de Franco-… Salvador de Madariaga, digo, es uno de esos grandes pensadores españoles y universales: no en vano recibió el premio Carlomagno en 1973 por su contribución a la idea de Europa y a la paz europea. Personalmente, por la oportunidad de haber “invertido un eurito” en una de sus obras, estoy ahora en plena lectura o relectura –en algún caso- de sus libros. E invito a que otros se interesen por este autor en estos momentos en los que tanto importa la contribución personal de todos y cada uno –varones y mujeres- a realizar una valoración crítica y justa de las circunstancias en que nos ha tocado vivir.

Daré cuenta en otro momento de la lectura del libro del euro.

domingo, 1 de agosto de 2010

Sobre la propiedad léxica

Lo humanitario

Antonio García Velasco

Nos dice el DRAE que humanitario, ria. (Del lat. humanĭtas, -ātis) es un adjetivo que significa: 1. Que mira o se refiere al bien del género humano. 2. Benigno, caritativo, benéfico. Y 3. Que tiene como finalidad aliviar los efectos que causan la guerra u otras calamidades en las personas que las padecen. Pues bien, se supone que quienes escriben en la prensa han de tener unos mínimos conocimientos del significado de las palabras que emplean. Pero no siempre es así: en un titular de “El mundo digital” –no visto todavía el diario impreso- leemos: “Pakistán alerta del 'desastre humanitario' por unas inundaciones con 830 muertos”. ¿Cómo puede ser un desastre humanitario? Menos aún con 830 muertos. Claro que también podríamos decir que la gramática –la semántica, la propiedad léxica- no es importante ante un desastre como el de las inundaciones de Pakistán. Si lo decimos así, estaríamos comparando elementos completamente dispares. Y la propiedad léxica es exigible en todo hecho de comunicación.

Se emplea tan mal el término “humanitario” que destaca siempre en contra de los gestos de ayuda humanitaria que, en casos de desastres, han de prestar, y prestan, instituciones gubernamentales, no gubernamentales y personas particulares.

El cuerpo de la noticias en “El mundo” es reincidente en el mal uso del término humanitario: “El ministro de Información, Mian Iftikhar Hussain, pidió ayuda rápida a la comunidad internacional y o (sic) de lo contrario "la situación se convertirá en un gran desastre humanitario". La región, dijo, vive la "peor catástrofe humanitaria de su historia". La impropiedad léxica no es achacable al ministro, supongo, pues hablaría en urdu o inglés. De hecho “El País” recoge las declaraciones del ministro pakistaní de un modo diferente: “Tememos que el balance de muertos aumente una vez que baje el nivel del agua. Nos enfrentamos al peor desastre en la historia de nuestra provincia", afirmó por su parte el ministro de Información paquistaní, Mian Iftikhar Hussain, desde la capital provincial, Peshawar. […] El Gobierno ha declarado el estado de emergencia y ha pedido ayuda internacional”. Lo mismo ocurre en otros diarios.

Por desgracia el error semántico de “El Mundo” no quita tragedia a las espantosas, terribles, desproporcionadas lluvias e inundaciones causadas por el monzón. Esperemos, pues, que les llegue eficazmente la ayuda HUMANITARIA de la comunidad internacional.

Apasionantes palabras

Apasionantes palabras

Antonio García Velasco

Vamos a seguir precisando sobre las palabras, a propósito del artículo de Manuel Rodríguez. Son símbolos las palabras de objetos reales, virtuales o mentales. "Agua" es un símbolo de esa sustancia líquida imprescindible para la vida y que el diccionario define como "Substancia formada por la combinación de un volumen de oxígeno y dos de hidrógeno, líquida, inodora, insípida, en pequeña cantidad incolora, y verdeazulada en grandes masas". Pero, observemos: un símbolo definido con un conjunto de símbolos, de significado convencional y con referentes -elementos de la realidad física, observable o mental- concretos y diversos. Si decimos "el agua es H2O" sólo estamos definiendo un símbolo con otros símbolos procedentes de un ámbito diferente al lenguaje convencional.

Decía que las palabras son símbolos de objetos reales, virtuales o mentales. Pero el significado de las palabras es más complejo que la mera referencia o relación con ese objeto o elemento llamado referente. De hecho, en toda palabra -o expresión lingüística, o enunciado- hemos de distinguir tres grados de significado: referencia, significación y sentido. La referencia, digámoslo de modo simple, es el significado objetivo, directo, el que nos hace pensar en el objeto o elemento real, en el referente concreto. Si digo "agua" me refiero a ese líquido que todos conocemos. La significación supone ya el añadido convencional, subjetivo, o sea, una serie de connotaciones procedentes de la cultura, creencias, visión del mundo de los usuarios de la lengua; “concepto mancomunado” lo llama José Antonio Marina. El sentido, por fin, es el valor que las palabras o enunciados adquieren en el uso concreto en un momento determinado: "Agua" puede significar en una situación concreta "mar" –o agua del mar-, “río” –o agua del río- o, simplemente, “fallo”, como en el juego del hundimiento de barcos en el que “agua” significa que la casilla señalada no "ha tocado" en ninguna de las posiciones en las que están situadas las embarcaciones.

Si nos dice la prensa que “El tijeretazo de Fomento afectará a una de cada cinco obras ya en marcha”, hemos de entender que tijeretazo no es el “Corte hecho de un golpe con las tijeras” –referencia- sino la “disminución del dinero destinado a la realización de obras” (sentido). Y, por obras sólo hemos de entender las realizadas con el dinero público administrado por el Gobierno. Porque, por supuesto, las obras que está realizando mi vecino en su casa no se van a ver afectadas por la decisión del Ministro de Fomento.

Es apasionante la “selva del lenguaje”. Y transitable. Nos permite entendernos, expresar nuestros sentimientos y opiniones, nuestro conocimientos. Y escribir. Y hasta hablar del propio lenguaje (función metalingüística, que diría Jabkoson).