La
bailarina ratera
Antonio García Velasco
Iba por la calle causando la admiración con sus pasos de danza.
La acompañaba una música invisible que se hacía oír por los transeúntes. Se
acercaba con sus cabriolas a cualquier persona y, sin que nadie se diera
cuenta, le hurtaba la cartera del bolsillo o el monedero del bolso. Todos
celebraban la melodía que envolvía la situación y la agilidad de sus pasos de
bailarina. Nadie advertía la presteza de su mano apoderándose de lo ajeno.
Cuando los robados advertían la falta, ya se encontraban lejos del lugar y no
se explicaban lo ocurrido, en qué momento. Habían celebrado el encuentro feliz
de aquel espectáculo callejero, lo habían gozado. No podían imaginar una
preciosa bailarina ratera, no podían concebir que tanto arte como derrochaba
aquella joven fuese la causa del desaguisado de un robo. Un buen día, un
curioso estaba obnubilado por los brazos y piernas danzantes, pero sus rápidos
reflejos detuvieron la mano que intentaba despojarlo de su dinero. La mujer
renunció al botín y continuó danzando como si nada hubiese ocurrido.