miércoles, 31 de enero de 2018

31 Asesinato


Asesinato

Antonio García Velasco



El asesinato cometido en el tobar de la zona este de aquel pueblecito de montaña sigue sin aclarar. Treinta años hizo la semana pasada. Es posible que los servicios policiales hayan archivado el caso. Pero pervive en la memoria y conciencia de los vecinos, incluso de los que eran pequeños cuando ocurrió el luctuoso suceso.

Después de tres largas décadas, Julián Castro de Baena, una noche de habitual borrachera, declaró, en medio de su monólogo de beodo, que “por suerte nunca se conocerá el nombre de quien mató a José María de Baena Núñez”.

-¿Por suerte? -se mosqueó Bernardino Ortega-. ¿Por suerte para quién, Julián?

-Es un modo de hablar -replicó el aludido con cierto azoramiento disfrazado de efectos del vino- ¡Nada más que un modo de hablar!

Guardó silencio Bernardino, pero, desde aquel momento, "mi racionalidad, se decía, confirma la sospecha".

Una mañana, abordó a Castro de Baena en una de las callejas que daba a la plaza, junto a la tapia cubierta de verde yedra.

-Una suerte para ti, ¿verdad?

-¿Qué es una suerte para mí, si puede saberse?

-Tu comentario en la taberna me lo ha confirmado: tú mataste a tu primo José María. Ya venía yo sospechando desde hacía años. Y no he podido reunir pruebas contundentes... El subconsciente te ha traicionado, Julián.

Éste, azorado de inseguridad y falta de defensa, quiso alejarse:

-Sólo dices tontadas, Bernardino. El hecho de que seas un jubilado de la Guardia Civil no te da derecho a meterte en mi vida y acusarme -rezongó en su intento de huida.

-El arma asesina fue una faca cortijera que tienes escondida en un baúl del cuarto de los trastos. Igual que la medalla de la Virgen del Carmen que tu primo siempre llevaba puesta.

-¡Déjame en paz! -se desprendió de la mano que sujetaba su muñeca y salió corriendo hacia el secadero de las uvas.

En su alocada carrera por el borde la torrentera, Julián dio un traspié y cayó al torrente golpeándose contra una roca. Se levantó herido y continuó su espantada hasta llegar al barranco del Jumillar, desde donde se arrojó al vacío.

Bernardino guardó silencio sobre las causas del suicidio y la muerte de José María de Baena Núñez perdura en la memoria colectiva del vecindario como uno de los grandes misterios del pueblo.

martes, 30 de enero de 2018

30 Cepillado


Cepillado

Antonio García Velasco



Sufría espasmos gastrointestinales y su abuela le procuró el remedio a base de infusiones de la alhucema que recogía en el bosque cercano. En otra ocasión, se arañó las piernas al caer por un terraplén y, de nuevo, los lavados con la infusión prodigiosa sirvieron de antiséptico y curación. No le cupo la menor duda de que su abuela era una bruja, con grandes conocimientos de plantas medicinales.

-La sabiduría de mi abuela es prodigiosa -comentó en el colegio. Y no había terminado su enunciado cuando ya estaba arrepentido de lo dicho, pues, le habían explicado sobre la persecución de brujas por la Inquisición.

-De eso hace mucho tiempo, Alfonso. No debes preocuparte -le dijo Ramiro con afanes tranquilizadores. Y, ahora atiende a lo que explica el profesor de lengua sobre la síncopa.



-¿Eres una bruja, abuela? -le espetó en la primera ocasión a la madre de su madre.

La mujer se echó a reír.

-¿Quién te ha dicho semejante cosa?

-Te lo pregunto, simplemente.

-Alfonso, tengo conocimientos de plantas medicinales, remedios antiguos que se proporcionaban de manera natural. Mi madre me los transmitió como legado familiar y yo, si quieres, te los puedo proporcionar a ti, como procuro enseñárselos a tu madre, sin éxito, por cierto.

-Bueno, abuela, me gustaría saber tanto como sabes tú.

Complacida la señora, desde aquel momento, comenzó sus lecciones de medicina natural. Ella tenía remedios para múltiples enfermedades conocidas y, estaba segura de que la Naturaleza escondía la solución a todos los males.

-... sólo los revela a quien atiende a las propiedades de las plantas. A los capaces de observar...

-¿A los médicos?

-¡Ah, los médicos! Claro que también. Pero ellos en sus afanes de brujos de la tribu han desnaturalizado la curación de enfermedades con extracciones, sublimaciones, manipulación. Han creado una ciencia que pretenden que esté sólo a sus alcances. Ellos y los farmacéuticos o farmacólogos.

-Nada entiendo, abuela.

-Es igual, Alfonso, ya lo entenderás. Ahora atiende a lo que te explico.



El niño creció en conocimientos de plantas medicinales. Pero también cursó la carrera de medicina. Después, en el ejercicio profesional, procuraba siempre recetar remedios naturales. Trataba de convencer a sus colegas de la bondad de la Naturaleza, donde estaban todas las soluciones. Los laboratorios de farmacia se planteaban si ficharlo para aprovechar su sabiduría o...

-...cepillárselo y borrarlo del mapa -apuntó el Maquiavelo de turno.




lunes, 29 de enero de 2018

30 El periscopio


El periscopio

Antonio García Velasco



El submarino estaba anclado en el puerto, esperando la orden de sumergirse y emprender su navegación bajo las aguas del océano. De pronto se escuchó un golpe seco. Se percataron de que un proyectil, piedra o bala, había impactado en el periscopio: las lentes exteriores quedaron destrozadas. La reparación retrasaría unos días la partida, lo que provocó una serie de peticiones de permiso para pasear por la ciudad.

Alcántara Fernández, Juan Ignacio, aprovechó el permiso para regresar a su casa y estar más horas con su esposa e hijos. Uno de éstos, Juanito, lo recibió con una felicidad y euforia que sobrepasaban la normalidad.

-¿Por qué estás tan contento? -le preguntó su padre.

-He conseguido que vuelvas -fue la respuesta del niño.

-¿Qué has conseguido que vuelva?

-Estaba seguro de que lo conseguiría -afirmó mientras acariciaba la horquilla de la resortera que llevaba en la cintura.

No fue necesario insistir en el interrogatorio. El marino comprendió.

-Juanito, eso merece una sanción.

-Lo sé, papá. Pero quería volver a verte. Y también mamá que lloraba tu marcha.

Padre e hijo se fundieron en un abrazo y la imposición de castigo se evaporó como agua de un cacillo puesto al fuego de una hornilla de gas.

El hecho fue un evocativo de la argucia que el mismo Juan Ignacio, siendo niño, había protagonizado para tratar de evitar que su padre y su madre se separaran. Eran otros tiempos, ciertamente, pero, por hache o por equis, lo consiguió, sus padres se reconciliaron y, al cabo de los meses, nació Aurora, la hermana a la que tanto quería.

-No vuelvas a hacerlo -recomendó-. Debemos aceptar las imposiciones y exigencias de la vida, sobre todo cuando son de fuerza mayor: navegar en el submarino es mi trabajo.

-Necesitaba verte, papá. Y mamá no hacía otra cosa que llorar.

-Como en una rifa que te tocara estoy en casa: podrían haberme negado el permiso.

-Saben que vives aquí, que tus hijos y mamá estamos en esta ciudad. No podían negarse a tu desembarco mientras reparan la rotura.

-Es demasiado temerario lo que has hecho. No vuelvas a repetirlo.

-Te lo prometo, papá.

Dos días y medio tardó la reparación del periscopio estropeado. Al cabo de los cuales, reclamaron a todos los miembros de la tripulación y el submarino zarpó para realizar labores de reconocimiento y vigilancia. Tentado estuvo Juanito de disparar de nuevo un proyectil certero sobre la lente externa del periscopio. Y lamentó no haberlo hecho, pues, el submarino, como el argentino ARA San Juan, desapareció para siempre por causas que todavía no se han aclarado.

domingo, 28 de enero de 2018

28 El crucero


El crucero

Antonio García Velasco



Llegó hablando del acojonante crucero que había realizado en un transatlántico de lujo. La verdad es que tuve que hacer esfuerzos para convencerme de que el término empleado no significaba "que acobarda o asusta", de que, simplemente, lo empleaba en el sentido de que lo había dejado estupefacto. Luego dijo que había sido "de muerte", que tampoco se podía tomar con el significado literal sino en el figurado de impresionante.

-Un viaje que te cagas -remató su informe.

¿Por dónde había que tomarse sus explicaciones? ¿Un viaje que asusta o acobarda por la amenaza de muerte que lleva a la descomposición de vientre? ¿Un crucero maravilloso que, de tanto, dejaba impresionado positivamente hasta la emoción extrema? Es cierto que nos contó algunas anécdotas y relató algunos de los motivos de disfrute del barco, las escalas y la convivencia a bordo. Pero cabía pensar que eso ocurrió a otros pasajeros y no a él ya que parecía echar pestes sobre el viaje: que si acojonante, que si de muerte, que si era para descomponerse encima, sin esperar a llegar al lugar oportuno.

-Mides en demasía con un micrómetro -me reprochó Teresa cuando le conté los detalles de mi reflexión lingüística.

-¿Mido? Reflexiono. Y te diré más "demasía" podría tomármelo con el significado de "insolencia, descortesía o desafuero" y lejos de mí semejantes actitudes.

Y respondió mi amiga, que disimuladamente, había consultado el diccionario en el móvil:

-Tómate demasía como "Terreno franco, pero no adecuado para libre concesión por su insignificancia o irregularidad, comprendido entre dos o más minas, a las cuales se debe adjudicar como complemento, por derecho preferente".

-¡Muy graciosa! ¿Y quién entiende semejante definición, tan rebuscada como especializada?

-Tú, que estás demasiado quisquilloso con la semántica.

-No me enfado, comento.

-Dejémoslo estar.

Pusimos fin a la conversación. Me besó la mejilla a modo de despedida y se fue a preguntar en una agencia de viajes por el más acojonante de los cruceros programados. Le dieron los folletos de uno que está de muerte y, de otro, que te cagas. Ignoramos por cual nos decidiremos.






sábado, 27 de enero de 2018

27 Las exclamaciones de Pedro Martínez


Las exclamaciones de Pedro Martínez
Antonio García Velasco
          Ante la contradicción más mínima, sin tener en cuenta la situación en que se encontrara ni, por supuesto, las personas que hubiera a su alrededor, invariablemente, exclamaba:
-¡Mierda!
Lo miraban extrañados, admirados, contrariados, en reproche. Algunos resoplaban despidiendo vaho, si el ambiente estaba frío. Se lo reprocharon en numerosas y variadas ocasiones. Su madre misma le advertía que ese lenguaje le traería más de un disgusto. Pero su manía resultaba incorregible, incontrolable, pertinaz.
-¡Mierda! ¿Por qué?
Un día escuchó contar que, a los actores y gente de teatro, cuando estrenan una obra, se les desea "que haya mucha mierda". Se alegró del hecho, aunque ignoraba la causa de semejante dicho. Amparo Díaz se lo explicó:
-Antiguamente, la burguesía y nobleza, que eran los asistentes a los espectáculos teatrales, operísticos y demás, iban en coche de caballo. Los equinos no controlaban sus esfínteres en la explanada donde los cocheros aguardaban a sus señores y, si la plaza estaba llena de excrementos, era señal de éxito, de asistencia masiva y continuada... De ahí proviene el dicho de desear que haya mucha... "
-¡Mierda! No te cortes. No seas tan pudorosa, Amparito.
-Ciertas palabras, si se pueden evitar, debes evitarlas.
-¿Por qué?
-No son de buen gusto, ni del gusto de todos.
-¡Mierda! ¿Por qué?
-¡Tanta pregunta! Pareces un inquisidor. Y hemos venido a hablar de tus negocios...
Hablaron de los negocios que lo había llevado al banco y, al finalizar, Pedro Martínez planteó:
-Se habla de deflación, ¡mierda!, de que nos puede traer una recesión económica que en nada nos beneficiaría. ¡Mierda! La crisis sería fenomenal. Peor que la pasada.
-No será para tanto.
-¡Mierda! ¿Por qué estás tan segura?
Amparo, directora de la sucursal de aquel banco con el que Pedro trabajaba sus asuntos financieros, le hizo alusión a ciertos informes confidenciales a los que ella había tenido acceso.
-¡Mierda! He escuchado lo de la recesión y no me llegaba la camisa al cuerpo.
-Pues tranquilo.
-Menos inquieto me voy -dio por concluida su gestión y se marchó rezongando. "¡Mierda con la Amparito de Dios! Menos mal que se lo he planteado y me ha demostrado que nada de una deflación que me hubiese costado enormes pérdidas. ¡Mierda, mierda!"



viernes, 26 de enero de 2018

26 Borrachera de aguapié


Borrachera de aguapié

Antonio García Velasco



Aquel aldeano elaboraba un aguapié aterrador, que, no obstante, se bebía en las tabernas de su pueblo. La aldea era una pedanía del municipio y allí cada uno hacía de su capa un sayo.

-Mientras que lo beban y ninguno enferme -explicaba Frascuelo-, ¿qué impide que haga vino o aguardiente o lo que sea con agua y orujo?

-Tiene pésima calidad el aguapié que elaboras aquí, en tu casa -replicó Jacinto y se echó al gaznate otro vaso de licor.

-Bien que coges tú tus buenas borracheras.

-Por eso te lo digo, que, al día siguiente, tengo una resaca de mucho y peor cuidado.

-Todo exceso es malo, que ya lo decían los clásicos.

-Será por lo que tú has estudiado -se escanció una nueva copa y se la empinó de un trago.

-Mi padre me lo repitió muchas veces: Frascuelo, que, como decían los griegos, todo exceso es malo.

-Tu padre sí era un hombre sabio.

-Él me enseñó a hacer el vino aguapié. Y sigo su receta punto por punto, sin saltarme ni una coma. ¡No será tan aterrador cuando la gente lo bebe!

-Porque la gente se apega a todo lo fácil y barato.

-No estoy entendiendo lo que pretendes con tanto criticar mis vinos. Si no lo quieres probar, no lo pruebes, nadie te obliga -cogió la botella con intención de retirarla.

-No pretendo perjudicarte. Pero no me perjudiques tú a mí -le echó mano al cristal y, nuevamente, se llenó la copa.

-Yo también bebo mi aguapié, amigo. Y no quiero para otro lo que no quiero para mí.

-¡Un santo varón!

-Cada uno tiene sus defectos, Jacinto. Y sus virtudes. Pero si no quieres beber mi vino, si tan aterrador te parece, con no probarlo, ya has cumplido.

Jacinto, levantó la copa recién llena de aguapié y ofreció un brindis conciliador:

-Por Frascuelo y su vino malo que, como las lentejas, si quieres lo tomas y si no, las dejas.

Al fabricante no le hizo gracia el brindis, pese a las buenas intenciones del amigo: sin decir ni media palabra, con rotunda decisión, retiró la botella y los vasos de la mesa,

-Se acabó lo que se daba.

-No te enfades, Frascuelo. Que muy buenos ratos pasamos charlando.

-No hay enfado, pero tampoco hay más invitaciones al vinate de mi bodega.

-¡Jo, Frascuelo! -rezongó Jacinto y, dando tumbos de beodo, se marchó por donde había llegado.

-¡Cría amigos para que vengan a criticarte en tu cara y en tu casa!




jueves, 25 de enero de 2018

Recital Poético en LA MÍNIMA

Recital poético en LA MÍNIMA

Mañana, día 26 de Enero, 2018, viernes, leo poemas en LA MÍNIMA, librería-cafetería del Rincón de la Victoria (Málaga). Comenzaremos a las 20:30 horas.

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25 Las viandas revenidas




Las viandas revenidas

Antonio García Velasco



Probó las viandas guardadas en una fiambrera de plástico y, aunque guardada en el frigorífico, el tasto le hizo escupir enérgicamente. Vertió agua de la jarra en un vaso y bebió un buche para enjuagarse la boca. El mal sabor no desaparecía. Al contrario, se acentuaba y le despertaron náuseas. Tuvo que correr al cuarto de baño por la basca. Y vomitó, en efecto. Las arcadas inútiles que siguieron le produjeron un dolor en la zona malar. Corrió a la cocina y, con desesperación, arrojó con fuerza la fiambrera al cubo de la basura. No le quedaron ganas de comer y, en el fondo, sintió una profunda satisfacción por el incidente: si no comía, no engordaba. Si no comía, perdería peso y ganaría esbeltez.

-No seas ingenua, mujer. Ese no es el modo más conveniente de adelgazar -le dijo su novio, con quien compartía piso.

-No pienso comer en mi vida -respondió.

-Mañana te voy a cocinar yo un platito que siempre te ha gustado mucho: con garbanzos y espinacas, su poquito de cominos, su pimentón... Rehogado con ajitos...

-¡Buaf! -y, con gesto de asco, rememorando el tasto, volvió al cuarto de baño.

Ernesto trató de buscar argumentos para su persuasión. Pero ella, por más razones que escuchaba, persistía en su negativa a comer.

-Iremos al tres estrellas michelín que hay en la plaza. Seguro que alguno de los platos que ofrecen consigue reabrir tu apetito.

-¡No quiero comer nunca más! -gritó fuera de sí.

Como último argumento, se fue al cubo de la basura, buscó la fiambrera, la abrió y se dispuso a comer:

-¡No lo hagas, por Dios! -le gritó ella.

-Pues promete que comerás, aunque sea un plato en el tres estrellas que te he ofrecido.

-He dicho que no volveré a probar bocado... Pero, por favor, ni siquiera pruebes lo que encierra la fiambrera.

-Tú lo has querido -y con la mano, sin buscar cuchara o tenedor, se introdujo un poco de aquella comida pasada, revenida o putrefacta.

No le quedó otro remedio que escupir, correr impulsado por la desazón a arrojar por la taza del wáter.

-Te lo dije, te lo dije...

-No volveré a comer en mi vida -sentenció Ernesto.

Los propósitos formulados impulsivamente sólo duran el tiempo en que persisten los efectos de la causa que los motivaron: a los tres días Ana y Ernesto comían regaladamente en el restaurante reconocido con tres estrellas michelín.



miércoles, 24 de enero de 2018

24 La tortuga de Anselmo


La tortuga de Anselmo

Antonio García Velasco



La tortuga de Anselmo perdió parte de su dermatoesqueleto y, la pobre, murió. El niño lloró la pérdida como si de un ser eximio se tratara.

-Era sólo un quelonio -le dijo su padre.

-Era mi tortuga, papá, mi mascota -respondió Anselmo-. No era un quelonio ni mucho menos.

-Ay, Anselmo: quelonio se llama a los reptiles como la tortuga y el galápago.

-No me gusta que lo llames quelonio, parece que dices celedonio y yo la llamaba Petra, pues dura era como una piedra. Siento mucho que se haya muerto, papá.

-Ya encontraremos otra en el rastro. He visto yo que las venden allí.

-La mía estaba cuidada, la llevamos al veterinario, ¿recuerdas?

-Ya lo creo que lo recuerdo -dijo el padre pensando en el dinero que tuvo que pagar.

El niño enterró la tortuga en el jardín de la vivienda y, durante un tiempo le rendía culto como si hubiese caído en una especie de dulía animal. Se le notaba cabizbajo y preocupado, rezador y ceremonioso.

La madre tomó la determinación de consultar al psicólogo del colegio.

-Señora, por aquí, entre sus compañeros, con sus profesores, su conducta es completamente normal. Se olvidará de su mascota cuando tenga una nueva.

Con las mismas, la señora se fue una tienda de mascotas y adquirió un cachorro de pastor alemán.

Ni padre ni hijo aceptaron el nuevo animal. Éste por la obsesión de la tortuga perdida, aquél porque no quería perros en su casa.

Le devolvieron el dinero a la mujer y le recomendaron una tienda donde, posiblemente, vendían tortugas. Compró una preciosa, para ella, tortuga marina de color verde.

A Anselmo no le hizo ninguna gracia, pero decidió adoptarla. La tortuga murió al poco tiempo, nostálgica del mar. Le dio sepultura junto a la anterior y continuó su dulía.

-No exageres, Anselmo. Se trata de tortugas y no de personas.

-Petra era mi mascota preferida, la otra no ha podido reemplazarla en mi corazón.

-¡Niño! –gritó el padre, pensando en que su hijo tenía un comportamiento desquiciado.

Junto a la madre, decidió buscar una explicación y una solución en un gabinete de psicología.






martes, 23 de enero de 2018

23 Piratas o colaborativos


Piratas o colaborativos

Antonio García Velasco



ÁLVARO. Será un señuelo perfecto. Pero debes ponerle el cimbel de modo adecuado.

PACO. Cimbel en mi pueblo llamamos al "ave real, o figura de ella, que se usa como señuelo para cazar".

ÁLVARO. Bien, bueno, se admiten los dos significados, el cordel que ata al ave que sirve de trampa para atraer a otras y ¡pin, pan, pun! cazarlas, o cimbel es el ave real o simulada que constituye el cebo. De cualquier modo, los seres humanos siempre han tendido carnadas para engañar y aprovecharse del engaño.

PACO. No te gusta cazar, ¿verdad?

ÁLVARO. No me gustan las trampas, los engaños, las argucias...

PACO. Pues estamos al cabo de la calle, ya que todo el mundo las emplea y desde siempre se han empleado.

ÁLVARO. Nunca podré explicarme la conducta victimaria ni las pretensiones de aprovecharse de los demás. Mucho más provechosa sería la conducta colaborativa.

PACO. Deliras. Desde que el mundo es mundo, el hombre ha sido un pirata para el hombre.

ÁLVARO. ¿Y dejas atrás a la mujer?

PACO. Hombre comprende tanto a los varones como a las mujeres y los mediopensionistas.

ÁLVARO. No estás a la altura del lenguaje actual.

PACO. No soy político.

ÁLVARO. Ni políticamente correcto.

PACO. Exageramos.

ÁLVARO. De todos modos, debes anotar lo que te digo.

PACO. No soy un tapinocéfalo.

ÁLVARO. ¿Como los encontrados en las rizas?

PACO. Mejor que rizas, risas.

ÁLVARO. Tu respuesta me indica que no conocer el término riza.

PACO. No me vengas con sapiencias, sabihondo. En mi pueblo se llama riza al rastrojo de alcacer o campo de cebada.

ÁLVARO. Pues en el mío, alcacer es el residuo del pienso de las caballerías.

PACO. ¿Nos unimos los pueblos y los significados de las palabras o seguimos siendo piratas el uno para el otro condenándonos al no entendimiento?

ÁLVARO. Aunque tú y yo no seamos piratas, los seres humanos son piratas los unos de los otros. A veces vencen unos, en ocasiones los otros. Llegan a las propiedades ajenas y las saquean. Si encuentras obstáculos reales o temidos, asesinan sin contemplaciones. Estoy avergonzado de pertenecer a la especie humana. En la primera ocasión me marcho a cualquier lugar donde se pueda comenzar de nuevo.

PACO. Hasta que lleguen los piratas...

(De tal modo continuaron hasta que el sueño los venció o la borrachera les hizo caer en la profundidad del silencio).


lunes, 22 de enero de 2018

22 El comentario de los Rayas


El comentario de los Rayas

Antonio García Velasco



Notable resulta que siempre hable del pauperismo del país, que lo que denuncie, que reclame soluciones inmediatas, mientras él cobra una sobresaliente cantidad mensual por el mero hecho de ser diputado al parlamento. Justifica su trabajo hablando de los menesterosos, a quienes, en la realidad, no conoce. Se lo dijeron así y, entonces, fue a visitar a la familia que más fama tenía de pobres. Buscó los datos en los ficheros más recónditos: niños en el comedor escolar, pues los padres sólo disponían de nómina de cuando en cuando; cobros de desempleos desde tiempo inmemorial; vivienda proporcionada por el ayuntamiento; asistencia frecuente al comedor social...

-No puede haber otros que pertenezcan con más causa al pauperismo de estos lares -se dijo. Y tomó la determinación de visitar la vivienda.

La televisión plana con la última tecnología fue lo primero que golpeó su rostro; teléfonos móviles de alta gama de los que él mismo no tenía noticia aparecieron en los bolsillos de cada uno de los miembros de la familia, incluida la niña de diez años; colgantes de oro macizo en el cuello de los mayores; un paraguas con empuñadura dorada en el paragüero de la entrada...

-Se supone que sois pobres...

-Y lo somos -explicó el padre-. Ni oficio ni beneficio tengo, parado llevo más de dos años.

-Pero, todo esto...

-¡Bah, caprichitos!... Que también los pobres tenemos derecho a disfrutar los adelantos... ¿o no le parece justo?

-Si, claro -dijo el político-. Y tanto que me alegro, porque creo muy justo acabar con la pobreza, con la miseria toda... Derecho no hay a que haya personas en la indigencia.

Se despidió confundido. "¿Cómo explicar lo que he visto, cómo?", se preguntaba una y otra vez.

Al día siguiente, en el parlamento, se informó de una serie de medidas para acabar con la economía sumergida. La televisión dio la noticia de la intervención policial llevada a cabo contra la distribución de estupefaciente. Entre los detenidos quiso reconocer al padre de la familia que había visitado. A los dos días, un parlamentario murió a manos de unos pistoleros que lo esperaban a la salida de su casa. El asunto del terrorismo llenó las portadas de los periódicos y abrió el sumario de los telediarios y noticieros radiofónicos durante una semana.

"Ha encontrado su merecido. Vino a visitarnos como si fuese un caritativo defensor de los pobres y luego dio el chivatazo a los guardias. No tiene perdón... Ni hablar, que muerto y bien muerto está". Fue el comentario de los Rayas.

domingo, 21 de enero de 2018

8ª Aula de Poesía en la Uma


8ª Aula de Poesía en la Uma

El próximo martes, 23 de enero de 2018, celebraremos en el Salón de Actos del Rectorado, la 8ª sesión del AULA DE POESÍA EN LA UMA. Rafael Alberti será el poema homenajeado e Inés María Guzmán, la poeta invitada. que será presentada por Antonio Porras Cabrera. La visión general de la poesía de Alberti estará a cargo de quien escribe esta nota.
Os esperamos.

21 Un ábaco y un gato verde


Un ábaco y un gato verde

Antonio García Velasco



Mi hijo había abandonado el ordenador y la calculadora y realizaba las operaciones aritméticas con un antiguo ábaco que era de mi padre. Más de sesenta años tenía el instrumento de cálculo que lo absorbía como si se tratara de un novedoso descubrimiento. Y lo sería, sin duda, para él.

En aquel momento entró en la casa un gato verde y el niño ni siquiera se inmutó, absorto en la manipulación del ábaco.

-¡Un gato verde, un gato verde! -gritó la niña.

Tanto mi mujer como yo nos acercamos precipitadamente para ver el raro animal. Juanito ni se alteró.

-¡Juanito, un gato verde! -le grité, al tiempo que me daba cuenta de que ordenador y calculadora estaban en la papelera.

-¿Qué has hecho, Juanito? -vociferé de nuevo, fuera de mí.

El gato seguía su paseo por la casa bien ajeno a las admiraciones y temores que despertaba.

-¿De dónde viene este gato? -preguntó Adela, mi mujer.

-¡Y el niño con el ordenador en la papelera y el ábaco del abuelo! ¿Qué bicho le habrá picado?

-¡El gato verde! -gritó Susanita como si estuviese dando respuesta a mis preguntas.

-¿Cómo que el gato verde, qué es lo que estás diciendo, Susanita? ¿Es que ese extraño gato ha mordido a tu hermano?

-El gato verde se ha hecho caca sobre la alfombra -explicó la niña.

-Llama a la policía municipal, a la perrera... ¡Qué sé yo! A quien proceda con tal de que se lleven ese animal.

Me fui hacia Juanito para comprobar donde le había mordido el gato. Mi hijo no tenía el menor síntoma de daño y, aunque lo zarandeé para examinarlo, no dejó el ábaco:

-¡Papa, por favor! ¿Qué quieres, qué me haces? ¿No ves que estoy haciendo mis deberes?

-¿Por qué has tirado el ordenador? Si no quieres usarlo, déjalo en la mesa, que daño no te hace...

-Papá, esto es más divertido... Y las cuentas me salen mejor.

-El gato se ha marchado por la ventana -llegó diciendo Adela.

Susanita lloraba por la pérdida. Comencé a recoger y recomponer el ordenador. El niño terminó sus deberes con el calculador manual. Adela salió tras el gato verde para que la niña dejara de llorar…

Son las dos de la madrugada y aún no ha vuelto. Los niños rendidos por el sueño están dormidos sobre el sofá y yo no atino a reorganizar el ordenador y sus periféricos.


sábado, 20 de enero de 2018

20 El brindis por la justicia


El brindis por la justicia

Antonio García Velasco



-Has dejado grietarse o agrietarse tu país. O, dicho con más propiedad, has conseguido que se abran grietas profundas en el suelo y en las gentes de tu pueblo. Y ¿aún te crees revestido de inculpabilidad? ¿Y aún te crees vestido de inocencia? ¿Y aún te crees capaz de insistir en el empeño de volver? ¿De qué pasta estás hecho? ¿Qué cara te hace sonreír todavía? ¿Qué clase de privilegiado te crees? ¿Por qué has huido si no te consideras culpable? ¿Y, desde la cueva de tu refugio, te dispones a regir los destinos de la gente? ¿En serio? ¿O, simplemente, es una huida hacia adelante? ¿Un hablar y hablar para que no se escuche el discurso de los otros? Has provocado una batahola demasiado grave. Lo peor es que contribuyen muchos a que ese gran ruido siga mortificando los oídos... ¿Por qué no callas y dejas sedimentar las piedras de la tormenta?

-Las piedras no, pero deja sedimentar tú el puñetazo que te mereces -y, con las mismas le hizo señas a guardaespaldas para que le lanzase un terrible gancho a la mandíbula.

El consejero se tambaleó hasta caer al suelo, lisiado, sangrando. El otro lo miraba con rabia y puños tensos. El gorila se frotaba las manos por el deber cumplido. El lesionado se levantó como pudo y se marchó.

-No se pueden decir sandeces y quedar impune. Merecido tiene el castigo y la destitución inmediata. ¿Qué grietas he abierto yo en mi pueblo, en las gentes de mi pueblo? ¿De qué soy culpable? Ellos me acusan, sí, pero de nada tengo que arrepentirme. Estoy en mi derecho de volver y que me dejen en paz como inocente que soy de haber procurado el bien para los míos. Y si no me dejan volver, que, al menos, no se opongan a que, desde la distancia, rija los destinos de mi gente. Sé perfectamente lo que quiero.

-No has debido mandar que le pegaran -le dijo uno que había presenciado los hechos.

-Me estaba acusando sin motivo.

-Creo que te equivocas.

-No, no sigas por ese camino que todavía tengo fuerzas en los puños de mis leales... Y poder para que te vayas de mi lado. Advierto.

Se callaron todos los presentes. Él levantó la copa de cava para brindar por la justicia y los comportamientos democráticos.




viernes, 19 de enero de 2018

19 La niña


La niña

Antonio García Velasco



Cuando hablaba de niña nunca se refería a persona que está en la niñez o infancia.

¿No?

Nunca. Se refería a la pupila del ojo, a lo que antiguamente se llamaba genilla, palabra que el diccionario recoge como desusada pero que algún autor moderno la emplea muy provechosamente, como para rescatarla del olvido. Nunca empleaba niñas, siempre hablaba en singular. No supimos la causa hasta mucho más tarde: uno de sus ojos era de disimulante cristal.

El empleo de niña en tal sentido le trajo algunos disgustos. "Te quiero más que a mi niña", dijo a su pareja. Y ésta pensó que era padre de una criatura, lo consideró un desnaturalizado y comenzó a desconfiar de él. Luego comprobó que Mauricio Aguado era soltero y no padre. Pero resultaba ya demasiado tarde para recuperar el amor roto.

En otra ocasión hablaba de su niña llorona, de que perdería la vista con tantas lágrimas.

-Y no la llevas al médico, al psicólogo... ¿Qué clase de padre eres?

-Me estoy refiriendo a mi genilla izquierda.

-No entiendo lo que dices. Creo que hablamos la misma lengua, pero distinto idioma. ¿O era el mismo idioma, pero distinta lengua? Sea como sea, no logro entenderte.

Mauricio se echó a reír, lo que escamó a su interlocutor. que se marchó mohíno, como quien sufre un agravio grave, gravísimo.

El derrame de lágrimas descontroladas prosiguió... Podemos llorar con un solo ojo, ya que...

-¿Qué?

          -Somos unos privilegiados que hasta nos permitimos gastar bromas con tanto hablar de niña, pupila o genilla.

-Creo que estás muy equivocado. Primero perdí un ojo con su niña fija, cerrada a causa de globo y nervios oculares deshechos y corruptos. Ahora voy por el mismo camino. Mi única niña llora y yo lloro con ella.

Al poco tiempo supimos que se había quedado completamente ciego. Mas no perdía su extraño sentido del humor.


jueves, 18 de enero de 2018

18 El mol


El mol

Antonio García Velasco



Cuando dijo que le arrojaría un mol a su cabeza de chorlito, nadie imaginó lo que sucedería. Parecían llevarse como pareja bien avenida. Pero, lo descalabró el mol. No físicamente: la herida se produjo mucho más en su interior, en su yo profundo, en su alma sensible, en su mente.

-No entiendo lo que es un mol -le confesó a la profesora de física y química, todavía afectado por el golpe.

-Un mol es una medida internacional con la que contamos la cantidad de sustancia.

-Se burló de mí al decirme que me rompería la cabeza con un mol.

-Hablaba, sin duda, metafóricamente.

O no tanto, pensó y continuó con sus espesas especulaciones sobre el elemento con el que ella lo había golpeado.

-¿Tendré que denunciarla por violencia de género?

-¿Y cómo demuestras que te arrojó un mol? Yo tampoco comprendo lo que sea esto.

No volvieron a verse. Ella finalizó la carrera de química y él, cabeza de chorlito, se quedó en el primer grado de formación profesional. Aunque encontró un buen empleo, mientras que la compañera se vio obligada a emigrar para obtener un trabajo adecuado a su titulación.



Al cabo de los años se encontraron:

-¿Por qué lo hiciste, por qué? -preguntó él- Todavía tengo abierta la herida.

-No soportaba tu estolidez.

-No te aproveches de mi ignorancia, por favor. ¿Qué me quieres decir con estolidez?

-Un diccionario, consulta un diccionario.

Ella se marchó dando media vuelta. Cuando él llegó a consultar el diccionario, ella ya había regresado al país donde la tenían contratada.

Pasados varios años comprendió: Me Olvidarás Lentamente. Pero esta medida es incapaz de calibrar la cantidad de daño proporcionado.

-Sí, me olvidarás. Y yo a ti, también. Espero. Que tratando de olvidarte estoy desde que comprendí lo estúpido que eres.






miércoles, 17 de enero de 2018

17 La sacerdotisa anglicana


La sacerdotisa anglicana

Antonio García Velasco



Me regaló aquel ramo de nelumbios con tanto amor que me vi impulsada a arrojarme a sus brazos. De sus brazos, a los besos, a la pasión, al lecho de plumas del desahogo. Y la placentera batalla.

Fue el inicio de una singular aventura amorosa. Al intimar le confesé mis deseos de ser sacerdotisa. En el anglicanismo que practico, hoy en día, se cuenta con más sacerdotisas que sacerdotes. Siempre me conmovió la vocación religiosa.

-Te quiero -dijo-. No me gustaría que renunciaras a mí.

-Puedo ser sacerdotisa y estar casada. Nuestra religión lo permite.

Se puso serio, mohíno, huraño.

-¡Yo soy ateo! -explotó al fin.

-Siempre que respetes mi dedicación...

Estábamos comiendo en un restaurante, arrugó con malhumor la servilleta y la arrojó contra la mesa.

-Me parece que no funcionaría -comentó levantándose para marcharse sin más.

Tuvo la deferencia de pagar la cuenta antes de salir del restaurante.

Pensé que, obviamente, quería ponerme a prueba. Acaso Dios permitía tal situación conflictiva para tentar la firmeza de mi vocación. O, por castigar mis relaciones extramatrimoniales. No tenía que renunciar a él para ordenarme. Pero se había marchado y no respondía a mis llamadas: "¡Oh, Dios, ayúdame a recuperarlo, a convertirlo, a que no se oponga a mi consagración a Ti!"

Estaba convencida de que podría compaginar el amor a él, a los hijos que pudieran venir y el sacerdocio. ¿Por qué se oponía a mis deseos? Tal vez no sea amor la falta de respeto a la vocación de la pareja. Tal vez no me quiera como lo quiero yo. "Mi ateo, mi amor... ¡Dios mío, Dios mío!"



No tuve noticias suyas hasta bien pasados los años. Me ordenaron, me consagré al altar. Compaginaba mi trabajo a tiempo parcial con los servicios religiosos... Una mañana lo vi cuando oficiaba un funeral: se trataba de su madre, por supuesto, creyente. Con nerviosismo y conmovida, proseguí el ceremonial. No podía dejar de mirarlo. Las coronas de lotos, o sea, de nelumbios, su flor preferida, adornaban el féretro.

Para mi sorpresa, se levantó y se aproximaba a comulgar. ¿Me había mentido al decirme que era ateo? ¿Lo hacía sacrílegamente por guardar las apariencias ante sus familiares? ¿Qué lo impulsó a marcharse del restaurante y a alejarse de mí? Fiel es el amor de Dios. La mano me temblaba ante la idea de acercarle la sagrada forma. Tenía sus ojos prendidos en los míos. También él me había reconocido, sin duda, pese a los ornamentos sacerdotales.

Se volvió antes de comulgar y abandonó el templo aun con su madre de cuerpo presente.