miércoles, 17 de enero de 2018

17 La sacerdotisa anglicana


La sacerdotisa anglicana

Antonio García Velasco



Me regaló aquel ramo de nelumbios con tanto amor que me vi impulsada a arrojarme a sus brazos. De sus brazos, a los besos, a la pasión, al lecho de plumas del desahogo. Y la placentera batalla.

Fue el inicio de una singular aventura amorosa. Al intimar le confesé mis deseos de ser sacerdotisa. En el anglicanismo que practico, hoy en día, se cuenta con más sacerdotisas que sacerdotes. Siempre me conmovió la vocación religiosa.

-Te quiero -dijo-. No me gustaría que renunciaras a mí.

-Puedo ser sacerdotisa y estar casada. Nuestra religión lo permite.

Se puso serio, mohíno, huraño.

-¡Yo soy ateo! -explotó al fin.

-Siempre que respetes mi dedicación...

Estábamos comiendo en un restaurante, arrugó con malhumor la servilleta y la arrojó contra la mesa.

-Me parece que no funcionaría -comentó levantándose para marcharse sin más.

Tuvo la deferencia de pagar la cuenta antes de salir del restaurante.

Pensé que, obviamente, quería ponerme a prueba. Acaso Dios permitía tal situación conflictiva para tentar la firmeza de mi vocación. O, por castigar mis relaciones extramatrimoniales. No tenía que renunciar a él para ordenarme. Pero se había marchado y no respondía a mis llamadas: "¡Oh, Dios, ayúdame a recuperarlo, a convertirlo, a que no se oponga a mi consagración a Ti!"

Estaba convencida de que podría compaginar el amor a él, a los hijos que pudieran venir y el sacerdocio. ¿Por qué se oponía a mis deseos? Tal vez no sea amor la falta de respeto a la vocación de la pareja. Tal vez no me quiera como lo quiero yo. "Mi ateo, mi amor... ¡Dios mío, Dios mío!"



No tuve noticias suyas hasta bien pasados los años. Me ordenaron, me consagré al altar. Compaginaba mi trabajo a tiempo parcial con los servicios religiosos... Una mañana lo vi cuando oficiaba un funeral: se trataba de su madre, por supuesto, creyente. Con nerviosismo y conmovida, proseguí el ceremonial. No podía dejar de mirarlo. Las coronas de lotos, o sea, de nelumbios, su flor preferida, adornaban el féretro.

Para mi sorpresa, se levantó y se aproximaba a comulgar. ¿Me había mentido al decirme que era ateo? ¿Lo hacía sacrílegamente por guardar las apariencias ante sus familiares? ¿Qué lo impulsó a marcharse del restaurante y a alejarse de mí? Fiel es el amor de Dios. La mano me temblaba ante la idea de acercarle la sagrada forma. Tenía sus ojos prendidos en los míos. También él me había reconocido, sin duda, pese a los ornamentos sacerdotales.

Se volvió antes de comulgar y abandonó el templo aun con su madre de cuerpo presente.

2 comentarios:

  1. ¿Se puede ser fiel a unas ideas renunciando al objetivo de la felicidad compartida?

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  2. Intrigante todo. El loto, la palabra "nelumbio" o "nelumbo", el amado, la narradora...

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