jueves, 25 de enero de 2018

25 Las viandas revenidas




Las viandas revenidas

Antonio García Velasco



Probó las viandas guardadas en una fiambrera de plástico y, aunque guardada en el frigorífico, el tasto le hizo escupir enérgicamente. Vertió agua de la jarra en un vaso y bebió un buche para enjuagarse la boca. El mal sabor no desaparecía. Al contrario, se acentuaba y le despertaron náuseas. Tuvo que correr al cuarto de baño por la basca. Y vomitó, en efecto. Las arcadas inútiles que siguieron le produjeron un dolor en la zona malar. Corrió a la cocina y, con desesperación, arrojó con fuerza la fiambrera al cubo de la basura. No le quedaron ganas de comer y, en el fondo, sintió una profunda satisfacción por el incidente: si no comía, no engordaba. Si no comía, perdería peso y ganaría esbeltez.

-No seas ingenua, mujer. Ese no es el modo más conveniente de adelgazar -le dijo su novio, con quien compartía piso.

-No pienso comer en mi vida -respondió.

-Mañana te voy a cocinar yo un platito que siempre te ha gustado mucho: con garbanzos y espinacas, su poquito de cominos, su pimentón... Rehogado con ajitos...

-¡Buaf! -y, con gesto de asco, rememorando el tasto, volvió al cuarto de baño.

Ernesto trató de buscar argumentos para su persuasión. Pero ella, por más razones que escuchaba, persistía en su negativa a comer.

-Iremos al tres estrellas michelín que hay en la plaza. Seguro que alguno de los platos que ofrecen consigue reabrir tu apetito.

-¡No quiero comer nunca más! -gritó fuera de sí.

Como último argumento, se fue al cubo de la basura, buscó la fiambrera, la abrió y se dispuso a comer:

-¡No lo hagas, por Dios! -le gritó ella.

-Pues promete que comerás, aunque sea un plato en el tres estrellas que te he ofrecido.

-He dicho que no volveré a probar bocado... Pero, por favor, ni siquiera pruebes lo que encierra la fiambrera.

-Tú lo has querido -y con la mano, sin buscar cuchara o tenedor, se introdujo un poco de aquella comida pasada, revenida o putrefacta.

No le quedó otro remedio que escupir, correr impulsado por la desazón a arrojar por la taza del wáter.

-Te lo dije, te lo dije...

-No volveré a comer en mi vida -sentenció Ernesto.

Los propósitos formulados impulsivamente sólo duran el tiempo en que persisten los efectos de la causa que los motivaron: a los tres días Ana y Ernesto comían regaladamente en el restaurante reconocido con tres estrellas michelín.



1 comentario:

  1. Para reconciliarnos con aquello que nos reconforta y, sobre todo, con los placeres, nuestra predisposición es mucho mayor que para realizar un esfuerzo, aunque éste conlleve solidaridad.

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