jueves, 22 de marzo de 2018

65 La mina de azufre


La mina de azufre

Antonio García Velasco



El olor a azufre se le atribuye al supuesto diablo. Ello encuentra su explicación en el hecho de que ciertas flatulencias huelen muy mal debido a que ciertas bacterias del intestino grueso producen gases que contienen ciertos compuestos de azufre, que, como es sabido, apestan. El azufre puro, elemental es inodoro. Lo que verdaderamente huele mal es el dióxido de azufre y el ácido sulfhídrico de los huevos podridos, los pedos y los volcanes. Por otra parte, ciertas minas de azufre han sido y son el infierno. Tal era aquella situada en el Monte Etna, en Sicilia, donde obligaban a los niños a trabajar durante diez horas diarias. En cierta ocasión, uno de aquellos muchachos consiguió huir y, harapiento, malnutrido y cansado, llegó hasta una floresta. Quedó maravillado por la fronda de los árboles y la amenidad de los cantos de los pajarillos. Si la mina era el infierno, ahora le parecía encontrarse en el paraíso. Dormido quedó a la sombra de un árbol, tras haber ingerido algunos frutos silvestres.

Su padre lo encontró confiado en un profundo sueño y lo despertó de modo inclemente y cruel:

-Te has escapado y necesitamos el dinero que ganas -dijo al tiempo que le propinaba la patada que le hizo levantar del suelo.

-No aguantaba más, papá.

-Sabes que yo estoy enfermo y no puedo trabajar, que tus hermanos son muy pequeños todavía... ¿Dónde querías llegar?

El niño se limitó a llorar, con la cabeza hacia el suelo, tomando el camino del regreso al infierno.



El azufre es muy importante para el mundo que hemos construido: se usa para fabricar detergentes, extraer minerales valiosos como cobre, níquel, vanadio, fósforo para los fertilizantes... Fue Charles Goodyear, en el siglo XIX, quien descubrió que, si le añadía azufre al látex, o savia del árbol de caucho, creaba un material más firme y durable, que se usó en la fabricación de neumáticos. Mira, por donde, el proceso se llama vulcanización en honor del dios de los infiernos y los volcanes, Vulcano. Junto a los supuestos beneficios, la toxicidad de sus compuestos, el perjuicio de las lluvias ácidas, las gotas sulfurosas que destruyen árboles y ecosistemas diversos.



Aquel niño desconocía las aplicaciones que, en su tiempo, y en el nuestro, tiene el azufre. Sólo sabía el infierno al que su extracción condenaba a él y a tantos otros. Una mañana amaneció muerto sobre su camastro. Posiblemente volvió a la floresta donde su padre lo había encontrado. Ya nadie lo encontraría.


miércoles, 21 de marzo de 2018

Conferencia sobre Juan Breva

Antonio Ortega Escalona, conocido con el nombre artístico de Juan Breva,  nació en Vélez Málaga en 1844 y murió en Málaga en 1918. Está considerado el grande de los cantaores flamencos. Al cumplirse este año el centenario de su muerte, el Ateneo de Málaga (Vocalía de Biblioteca) organiza una conferencia, que tendrá lugar el día 22 de marzo, jueves, a la 20:00 horas. Será impartida por Antonio Jiménez González.




martes, 20 de marzo de 2018

64 El piloto


El piloto

Antonio García Velasco



Los cuatro cazas del ejército del aire iban en estricta y perfecta formación, ni un milímetro adelantaba uno al otro. La exhibición transcurría con éxito absoluto. De pronto, uno comenzó a quedarse atrás. a no responder a las llamadas de control. Era como si algo hubiese puesto freno al vuelo, como si una poderosa fuerza le impidiera avanzar obligándolo a caer. Vino a estrellarse en un campo sembrado de girasoles, pero, por fortuna, el piloto tuvo tiempo de accionar la palanca de expulsión y salvó la vida. Ni él ni, tras examinar las cajas negras, los técnicos pudieron explicar la causa del repentino accidente. Máximo de Guevara cerró tras la caída una etapa de su vida de la que no quería acordarse.

-¿Tanto fue el miedo, tanto te ha impresionado el caso? Por muy traumático que haya sido no te puedes recluir en casa. Tienes que reponerte, asimilarlo, superarlo. Deja de atormentarte.

Dio todas las explicaciones a los mandos del ejército, detalló hasta la más mínima brizna de sus recuerdos e incluso de sus sensaciones. Pero ocultó la aparición en la cabina del extraño ser al que atribuía la tragedia. Si hubiese contado la verdad de la historia, con toda seguridad, lo tacharían de loco y visionario. Pero no tenía la menor duda.

Se preguntaba quién era, de dónde, cómo había accedido al reducido recinto de pilotaje. Se planteaba la posibilidad de un ser extraplanetario, con cara de gato, manos humanas, inteligencia superior y dimensiones reducidas, pues no levantaba una cuarta. ¿O sería su propia imaginación empeñada en justificar un descuido que podría haber sido catastrófico si el avión llega a estrellarse en medio de la población, contra algún edificio?

-Papá, papá, ¿los extraterrestres existen? -le preguntó su hijo, el pequeño Máximo de cinco años.

-No se sabe -dijo él-. Hay muchos muchísimos planetas que tienen condiciones para que vivan como vivimos en la Tierra. Pero no lo sabemos con seguridad.

-Si vinieran a la Tierra, ¿serían buenos con nosotros?

-Claro que sí -dijo para no alarmar al niño.

Si aquel ser había sido la causa de la pérdida del avión, ¿se habría salvado del estrellamiento? ¿Dónde estaba si no había perecido? ¿Tendría compañeros, semejantes?

-Lo más penoso es que fuese fruto de mi imaginación para justificar mis fallos -se decía-. ¿Por qué no me he atrevido a confesar la manipulación que efectuó el extraño ser? Muchas películas se han creado con protagonistas pequeños e inteligentes, burladores de los humanos... ¿No estaré yo influido por esos pitufos, gremlins o similares que se ven en el cine?

-Papá, papá, ¿los pitufos existen?

-No, claro que no, sólo son fantasías.

-¿Qué son fantasías?

-Cosas que se imaginan y no son de verdad.

-Yo imagino que vuelo, papá. ¿Eso es fantasía?

-En un avión podemos volar, pero nosotros no tenemos alas para volar como vuelan los pajarillos.

-¿Los gremlins existen, papá? Mi amigo Carlos dice que ha visto una película.

-No, no existen, son también seres fantásticos, imaginados.

-Dice que eran malos, aunque algunos no tanto.

-No te preocupes, Máximo, que son imaginaciones de los que hacen las películas.

-¿Tú sabes quién es Cutat, papá?

-No, ¿quién?

-Es un gato, pero no es un gato... Es...

En ese momento llegó la madre, el niño corrió a abrazarla y olvidó la descripción de Cutat. El padre quedó sumido en el pozo de la perplejidad y la confusión. Hablaría con su hijo para que le explicara quien era Cutat.


lunes, 19 de marzo de 2018

63 La reseda


La reseda

Antonio García Velasco



Carlos Linneo, científico, naturalista, botánico y zoólogo sueco, describió la reseda, planta resedácea de tallos ramosos y flores amarillentas, con setenta especies diferentes. En realidad, Linneo describió tantas plantas que, una u otra más, puede importar poco, aunque ésta tenga especial relevancia en nuestra historia. A él debemos la clasificación de los seres vivos o taxonomía. Juan Alberto Redondo era tan admirador del científico nacido en Rashult (sur de Suecia) en 1707, que un gran retrato pintado por él mismo ocupaba una de las paredes de su estudio. Con detalle, conocía la obra y vida de Carl Nilsson Linnaeus, nombre latinizado como Carlos Linneo. Refería en algunas ocasiones que Jean-Jacques Rousseau dijo que era el hombre más grande en la tierra, o que el alemán Goethe escribió: "Con la excepción de Shakespeare y Spinoza, no conozco a nadie, entre los que ya no viven, que me haya influido más intensamente".



La primera vez que Juan Alberto llevó a su casa a Belén Carmona, ésta, al ver el cuadro de Linneo exclamó con la naturalidad y frescura que la caracterizaban:

-¡Pero, chiquillo, quién es ese fantoche!

A Juan Alberto le cayeron encima todas las plantas mencionadas y clasificadas por el sabio sueco en sus más notables tratados, junto a todas las que él había pintado en sus cuadernos de botánica. Aguantó las aristas del comentario con una forzada sonrisa: "Fue un prestigioso botánico sueco. Lo he pintado yo", se limitó a decir.

-Pues, chiquillo, bien podrías haberte pintado una decoración más bonita.

El joven no contestó, temeroso de enfriar el calor que los había llevado a la casa. Propuso pasar al salón a tomar una copa. Ella brindó por el buen gusto y él, por la sabiduría. Pese a ello, acabaron abrazados, entre las sábanas, retozonamente.

Acabada la particular fiesta, ella se puso de pie y, apenas cubierta con alguna tela, se ofreció a posar para Juan Alberto y, cuando el cuadro estuviera acabado, lo sustituyera por el fantoche que decoraba el estudio.

-Porque, chiquillo, la peluca de rizos amarillentosos, esa miradilla y la sonrisa que parece que se ríe de una; ay, chiquillo, la ridícula camisa de encaje... ¡Los botoncillos del chaleco a juego con los de la chaqueta sin solapas! ¿De verdad te parece decorativo ese fantoche? La cruz de la condecoración y el ramito que parece bordado... Chiquillo, ¿no podrías haber escogido un modelo más favorecido? ¡Menudo fantoche has pintado ahí!

Era tanto el desparpajo de la mujer que Redondo no se atrevió a discutir.

-Anda, Belén, déjate de tonterías -acertó a contestar.

Ella, entre risas, dejó caer las prendas que la cubrían para mostrar su desnudez:

-¡Si, al menos, hubieses pintado un cuerpo serrano como éste que te dejo ver, chiquillo!

Juan Alberto, arrebatado, se precipitó sobre ella para abrazarla, besarla...

-Prométeme antes que lo quitarás de tu estudio -lo detuvo con su mano.

-No digas tonterías, Belén, ¿qué tiene que ver Linneo con lo que siento por ti?

-¿Me lo prometes?

-Me lo pensaré.

-Y yo también -respondió ella recogiendo su ropa e iniciando el revés del estriptis.



Para la siguiente cita, Juan Alberto llevó un inmenso ramo de tallos ramosos y flores amarillentas de resedas, que él mismo recogió del campo. Pensaba balancear, equilibrar, compensar el rigor con el que se despidieron la última vez. Pero ella rechazó las tonalidades amarillas de las resedas:

-Son vermiculares, chiquillo.... Me dan mal fario, lo siento. Mala espina me dan, chiquillo.

No dudó ni un momento en arrojarlas al contenedor de la basura.

-Eran resedas -dijo él.

-Resedás o resequitas. No me gustan las flores amarillentas, no las quiero, chiquillo.

-¿Vamos a cenar y...?

-A tu casa, no, hasta que quites el fantoche de la pared.

-Belén, se trata del científico del siglo XVIII que más admiro. Ya sabes que también quiero dedicarme a la Botánica y él ha sido el más grande naturalista de todos los tiempos. Él fue el creador de la taxonomía o método científico de clasificación de los animales y las plantas... ¿A qué viene tu manía?

-Chiquillo, ¿me estás llamando maniática?

-No, Belén, disculpa. Pero no comprendo tu obsesión...

-No me gusta el retrato, chiquillo... No soporto la idea de que está allí con su sonrisilla burlona, su mirada, su nariz picuda...

-Está en mi estudio...

-La idea de que está en la casa...

-Nada te molesta...

-No lo soporto, chiquillo...



No fueron a la casa de Juan Alberto y, como no podían ir a la de ella, donde vivían sus padres, entraron en un hotel a calmar sus pasiones en la única habitación que quedaba libre.

-Chiquillo, es un dineral que podríamos ahorrarnos si quitas el dichoso cuadro. Hazme caso chiquillo... -dijo ella en la calma, tras la tormenta del encendido erótico.

-Ya buscaremos la solución -respondió él.



Se le ocurrió, poner un contramarco en el reverso, con un nuevo lienzo en el que aparecía la figura de Belén como "La Ninfa sorprendida" de Eduard Manet. Reflejaba el cuerpo de ella y, de manera, muy precisa su rostro. La mujer quedó satisfecha con el retrato. Pero preguntó:

-Chiquillo, ¿y no te importa exhibir medio desnuda a tu novia?

-Es el arte, Belén. Tu retrato me gusta mucho y me he esmerado en él.

-Chiquillo, ni comparación tiene con el fantoche. Ni que decir tiene, chiquillo. Ni puntito de comparación -comentó eufórica.

Comenzaron a vivir juntos.



Un día que Belén Carmona se quedó sola en casa, indagó y curioseó por todas partes. Descubrió la argucia de Juan Alberto. Arrancó con indignación y cuidado el lienzo de su retrato y se marchó para no volver. Como burlada se sentía. Sin embargo, sometió el cuadro a la valoración de expertos que coincidieron en apreciar la calidad de los trazos, la perfección técnica, la precisión de los pigmentos y el color, la ejecución y composición general. El más interesado le pidió la dirección del pintor y ella, pese al disgusto, no dudó en dársela.

Convencido por el que sería su representante, Redondo abandonó la Botánica para dedicarse plenamente a pintar. En todos los cuadros aparecía, junto a la firma, el retrato en miniatura de Belén y un tallo ramoso con una flor amarillenta de reseda. Los galeristas disputaban sus exposiciones y ganaba fama internacional y dinero con su pintura. El retrato de Carlos Linneo continuó presidiendo su estudio de botánico y pintor.


miércoles, 14 de marzo de 2018

62 Jacobinos y girondinos


Jacobinos y girondinos

Antonio García Velasco



-Si los girondinos, desde cierto punto de vista, quedaron desprestigiados frente a los jacobinos, no me vengas ahora acusándome de girondino, que ni estamos en la Francia posrevolucionaria, ni soy un hacendado de Gironda o parte alguna, ni me he declarado nunca a favor, porque sí, de la monarquía o la nobleza, que nada me han dado. En la España de las primeras décadas del siglo XXI, todavía, si se quería la descalificación de alguien, se le llamaba franquista, aunque hiciera ya más de cuarenta años que había muerto el dictador y se hubiese pasado por una transición de consenso y respeto democrático a todas las ideologías. Tú te declaras jacobino y, con tal atributo, piensas que tienes la verdad y el derecho te asiste. Pues, amigo, lo tuyo es una forma de radicalismo franquista, valga la paradoja respecto a tus creencias, o, si prefieres, nazista, fascista, totalitario. No se sostiene lo de estás conmigo o estás contra mí, pues buscamos actitudes colaboradoras y no discriminantes o competitivas. En el mismo barco o empeño estamos todos, que nada es más revolucionario que alentar el respeto mutuo, la otredad y la tendencia al diálogo y los acuerdos. Sin exclusiones ni actitudes despreciativas.

-¿Has terminado ya tu monólogo?

-Seamos precisos: has sido mi respuesta, en diálogo, a tu comentario anterior. Por otra parte, ¿me he mostrado yo favorable a alguna guerra? Pues los girondinos pretendían machacar en guerra a todos los europeos que se resistieran a las leyes revolucionarias. ¡Qué tiempo! ¿A qué viene resucitarlos ahora? Porque también los jacobinos guillotinaron a los que no pensaban como ellos.

-Las historias se repiten de una forma u otra.

-Pero tenemos que avanzar, aunque no convenga olvidar, para aprender del pasado.

-¡Tópicos de calderilla!

-No te acoraces, que esa actitud es de intolerante y conocemos lo cerca que andan los intolerantes del radicalismo y el radicalismo del fascismo. Y no seas "semi" que lo propio es no sufrir apoplejías de ningún tipo, ni con parálisis del lateral izquierdo, ni del derecho.

-¡Tópicos de calderilla! -volvió a exclamar, dando muestras de cansancio en una discusión que no llevaba a ninguna parte. Sólo a llenar-vaciar el vaso.

-Es divertida la dialéctica, pero más divertido es el juego del amor y me espera Luisa.

-Luisa me espera a mí.

-¿Qué Luisa? No puede ser la misma persona. Yo iré a buscar a mi Luisa y tú, a la tuya.

-Si confrontamos tu verdad con mi verdad, estaremos, posiblemente, más cerca de la Verdad.

-Borrachos no estamos, ¿verdad?

-¿Mi verdad o tu verdad?

-Mejor la Verdad.

Y dejaron sobre la mesa el importe de cuanto habían tomado y salieron con intenciones claras de llegar cada uno a su casa. Luisa y Luisa, ni puestas de acuerdo, tenían las puertas cerradas con aldabilla y los dialécticos durmieron aquella noche en el descansillo de la escalera de sus respectivas viviendas.

-¿No es, acaso, la de Luisa una actitud intolerante?

"Mi Luisa está enfadada y no me abre la puerta" mensaje en el móvil que se cruzó con este otro: "Enfadada me parece Luisa y me impide entrar en casa". Escribiendo... "Dormiremos la dialéctica, digo la borrachera, en el suelo". "Menos mal que no estamos en invierno y hace buena temperatura... El suelo estaría muy frío".

Ya de madrugada, Luisa y Luisa abrieron la puerta e hicieron entrar a sus parejas, que ni protestaron al pasar por el cuarto de baño y tumbarse en la cama: "Estuvimos discutiendo de girondinos y jacobinos" "Como siempre. ¿Es que no podréis poneros de acuerdo una vez y dejaron de majaderías?"


martes, 13 de marzo de 2018

61 Scolymus hispanicus


Scolymus hispanicus

Antonio García Velasco



Por el aprieto del hambre y el cansancio, pararon el coche en la explanada de una venta. Ocuparon una mesa y se dispusieron a comer. Aunque los reconcomía la desazón de la huida por temor a ser descubiertos, pidieron un plato típico de la zona, tagarninas esparragás. Evaristo, más por conseguir distracción que por verdadero interés, preguntó si las tagarninas se llamaban también cardillo, como en su pueblo. Tenía claro, dijo, que esparragás se debía a que el plato podría cocinarse también con espárragos...

-¿Qué lleva? Está muy bueno.

-Las tagarninas, claro, dientes de ajo, pan frito para la salsa, un poco de comino, pimentón dulce, aceite de oliva virgen extra, pimientos ñoras, sal... Lo propio.

-Está muy bueno -reiteró Evaristo.

Cuando el camarero se retiró, los otros comenzaron sus comentarios burlones: "como si tú fueses a cocinar", "Evaristo el cocinero", "Evaristo el cocinillas"...

-Por distraerme un poco he preguntado. Que no me llega la comida a su asiento... Creo que no teníamos que haber parado.

-Estamos ya lejos de la costa y no creo que la guardia civil nos siga o haya dado aviso... No nos llegaron a ver. No había nadie cuando amarramos la lancha.

-¿Qué sabemos?

Continuaron comiendo o, mejor dijo, engullendo en silencio.

-Tomaremos, al menos, un café. Si voy a conducir yo, lo necesito -dijo Bernardino.

-Tomamos el café y arreando -consintió Manolo, el que parecía el jefe.

-Voy a mear -anunció Ramiro-. También quiero café.

Apareció un vendedor de cupones ofreciendo su lotería. Negaron con la cabeza, menos Evaristo que tomó un boleto.

-¡Suerte! -deseó el lotero.

Regresaba Ramiro y también deseó un número.

-Está bien, cada uno nos llevaremos uno, el mismo. Por si nos llega la suerte. Que en el mismo barco estamos.

-No menciones el barco -propuso Bernardino-. Al menos hasta que se nos pase el susto.

-Tendremos que volver cuando termine esta mala racha y se calme el asunto.

-De momento, que no nos pillen.

Tomaron el café y salieron. La primera operación fue ocultar el coche de posibles miradas indiscretas y cambiar, con todo el sigilo del mundo, las placas de la matrícula.

-Toda precaución es poca -comentó Manolo.

Salieron a la carretera. Se podría cortar el silencio con un cuchillo mellado.

-Leí una vez que el grano de trigo es un fruto indehiscente que se llama cariópside.... -dijo Evaristo.

-Vaya tontada por la que sales.

-Era por romper el silencio, que parece que estamos en una misa de difuntos.

-¡Quién tiene ganas de hablar con la que nos jugamos!

-Lo mismo vamos a tener. Lo decía por el campo sembrado de cereales.

-¡Chorradas, Evaristo, chorradas!

-¡Un control...! -anunció el chófer-. ¿Qué hacemos?

-Por lo pronto, tranquilidad, serenidad, calma -propuso Manolo.

Pararon a la señal de los guardias. No se encontraban de inquietud y temor.

Le hicieron la prueba de alcoholemia al que conducía.

-Nada he bebido -dijo reafirmando la indicación del aparato que mostraba el agente.

-Pueden seguir -anunciaron los civiles.

Respiraron con alivio.

-¡Bien!

-Ya os lo dije, calma, nada de ponerse nerviosos. Esos no sospechaban y hubiese sido una tontería salir corriendo.

-¡Grande eres, Manolo!

Unos kilómetros más allá, trataron de emplear la misma táctica en un nuevo control. Pero, esta vez, los buscaban a ellos. Les hicieron bajar del coche y los pusieron de modo que las manos estuviesen a la vista. Efectuaron un registro del maletero y los bajos del coche. Un paquete de cocaína, aunque no grande, confirmó la sospecha. Sin más explicaciones, fueron acusados de traficantes y quedaron detenidos.

-Es para nosotros -alegaron-. No pueden detenernos por consumidores. Tendrían que detener a tanta gente y tantos altos cargos por lo mismo, antes que a nosotros...

-¡Arreando, que es gerundio! -ordenó el agente mientras los introducían en los vehículos policiales.

A los cuatro se les indigestaron las tagarninas esparragás, llamadas también cardillo y, con nombre científico, scolymus hispanicus.

domingo, 11 de marzo de 2018

60 El marxista enamorado


El marxista enamorado

Antonio García Velasco



Bastaban pocos minutos de conversación, para ver aflorar su marxismo rancio y fanático.

Se enamoró de Claudia y, en las llamas del amor, ella trató de hacerle comprender que el barro humano no está hecho para ánforas de un ideal comunista.

-Es necesario el látigo amenazante y la zanahoria estimuladora para que los seres humanos se muevan por su propio interés, no ya por el interés de los demás. No estamos hechos para la solidaridad y la cooperación. Lo siento, Blas.

Él permanecía en la nube del amor, en el edénico jardín de los enamorados, en la plataforma sagrada de Eros. Se dejaba convencer por lo que ella decía. La adoraba.



Un día, ya moderada su ideología radical, descubrió que ella, aunque independizada de sus padres, era hija de un poderoso industrial.

-Me has engañado, Claudia. Creí que hablabas por convencimiento y no respondiendo a los intereses capitalistas de tu familia.

-¿Por qué crees que rompí con mis padres y me gano la vida con mi trabajo?

-Siempre tendrás la tabla de salvación del capital de los tuyos.

-Aunque así fuera, ¿anula eso lo que sostengo acerca de los seres humanos? No somos nada cooperantes ni solidarios con los otros. Nos mueve sólo el egoísmo y, salvo excepciones, no buscamos nada distinto a nuestras satisfacciones personales.

-Hay personas que se sacrifican por filantropía.

-Cierto. A veces por un ideal religioso, a veces por impulsos humanitarios, sin más. Son las excepciones, no la reglas. También hay quien se mueve por la pose del figureo del buenismo. Es decir, por figurar como filántropo.

-Pesimista eres, Claudia.

-Por realista me tengo. Y no te niego que, en determinados momentos, seamos capaces de entregas generosas a los demás.

-Mientras los seres humanos asimilamos la vida en comunidad que propugna el comunismo, es necesario la imposición, la rigidez de la ley, la mano dura del Estado para que el individuo no se desmadre.

-La historia nos ha demostrado el fracaso de las sociedades basadas en el marxismo.

-Humanos somos, Claudia, y erramos con facilidad. Muchos errores cometieron los políticos durante años y, al final, el deterioro social provocó el fracaso. Pero ello no...

-Blas, no dejemos que nos pierda la palabrería. Ven a mis brazos, acude a mis besos. Regálame con tu amor.

Él aparcó sus afanes dialécticos y, respondiendo a la invitación, se entregó a los arduos reclamos de la pasión. Después acudieron a una manifestación ilegal, aunque legítima, pro reconocimiento pleno de los derechos humanos.

Procedente de los antidisturbios, Claudia recibió un balazo de goma que le destrozó la boca y dejó cara y ropas con tintura sanguinolenta. Se la llevaron en ambulancia.

Cuando sus padres conocieron la noticia acudieron al hospital y, al comprobar los daños sufridos, se ofrecieron a llevarla a casa y a pagarle la intervención del mejor cirujano estético que le devolviera el aspecto habitual. No se negó Blas a que el dinero de sus suegros remediara el entuerto, aunque puso la consiguiente denuncia de reclamación a las fuerzas policiales y al ministerio del interior.



Vendada estaba Claudia todavía cuando reanudaron, una vez más, sus pugilatos dialécticos- Blas renegaba de la represión y ella dijo_

-También los marxistas en el gobierno fueron represores. ¿Se lo preguntamos a Lenin, a Stalin?

-¿Estás justificando la carga policial?

-Toda represión es deplorable, pero las leyes pueden justificar ciertas actuaciones que nada nos gustan.

-¿Qué quieres decir, Claudia?

-Que ciertas cosas se comprenden, aunque no se justifiquen.

-Luego, ¿te aguantas con el balazo?

-No me queda otro remedio que aguantarme. Sabíamos todos a qué íbamos, cuáles eran los peligros.

-Claro, Claudia, como tienes un padre rico que pague los gastos de la cirugía estética que te han practicado...

-¿Me querrías igual con mi cara deformada o estarías viendo siempre la causa de tu odio a este sistema, que tan malo es como el que tú defiendes?

-El capitalismo es salvaje, explotador, inhumano con los más débiles.

-No menos que fueron los soviets con los propios rusos y con todos los países de su área de influencia.

-Me decepciona tu obstinación, Claudia.

-¿Te digo lo mismo yo? Oh, Blas... No podemos pasarnos la vida discutiendo sobre el mundo mejor. La especie humana tiene que encontrar todavía el norte que como tal especie le corresponde. Lástima que no podamos besarnos ahora con estos vendajes.

-Oh, Claudia, lástima -respondió él arrellanándose en los brazos de la mujer.




sábado, 10 de marzo de 2018

59 La nariz superlativa


La nariz superlativa

Antonio García Velasco

            Desde que le practicaron la rinoplastia se sentía otra mujer. Su cara, en efecto, ganó en equilibrio y proporcionalidad. Resultaba bella, atractiva. Había pedido traslado en su trabajo con intención de comenzar una vida nueva, donde nadie la conociera, pues segura estaba de que sus amigos y compañeros estarían siempre pensando en el sayón y escriba que tuvo por nariz, en el pez espada muy barbado, en el reloj de sol mal encarado... No estaba dispuesta a martirizarse con tales pensamientos, que ya bastante fue aguantar en el colegio, en el trabajo... Tuvo que sobreponerse cada día para salir a la calle y acudir a las correspondientes obligaciones laborales o, antes, de estudiante. Tenía que olvidarse tanto de lo sufrido como de los pensamientos que, pensaba, tendrían todas las personas conocidas. Hasta de sus mismos padres quería olvidarse, pues la miraron siempre con pena, desilusión y, acaso, con cierta rabia vergonzosa, como si ellos tuvieran la culpa de los crueles caprichos que, en ocasiones, parece tener la Naturaleza.

-Pues otros sufren desgracias y malformaciones mucho más graves que una nariz de elefante boca arriba.

-No estaré tranquila hasta que un cirujano plástico me arregle semejante desarreglo.

-Ya quisiéramos nosotros ayudarte, pero bien sabes que nuestros ingresos no dan para lujos.

Ella pensaba que no era un lujo, sino una necesidad extrema. Había vivido aguantando su enorme nariz, su desproporcionada napia, los comentarios y pensamientos que provocaba. Había ahorrado lo necesario para el inicio de la operación y estaría pagando el préstamo como quien paga la hipoteca del piso que ha comprado. Arreglaría su cara como quien arregla el bollo que le hicieron a la carrocería del coche.

"Yo quiero confesar, don Juan, primero, / que esa bella nariz de nuestra amiga / no tiene de ella más, si bien se mira / que el haberle costado su dinero", dijo el pedante rememorando los versos de Bartolomé Leonardo de Argensola e imaginando el nuevo rostro de la compañera. Y se echó a reír. Pero nada pudo decir a Rosario Delgado: le concedieron el traslado cuando aún estaba de baja y con la cara vendada. Desapareció como la luz eléctrica al pulsar el interruptor. Su jefe guardó el secreto del lugar de su traslado y, poco a poco, se fue borrando su recuerdo activo, aunque, de cuando en cuando, alguno evocara aquella nariz superlativa. Más cuando los hijos estudiaban la literatura barroca y se topaban la hipérbole de Quevedo a una nariz. ¡Cuántas veces ella había tachado indignada aquella página de los libros de texto! ¡Cuántas veces había temido aparecer por clase y que sus compañeros le recitaran el celebrado soneto!

           En su nuevo destino se sintió liberada. Alquiló un piso, hizo nuevos amigos, tuvo compañeros que admiraban su rostro equilibrado y bello... Un día conoció a Eduardo Belmonte. Iba en una procesión de Semana Santa transportando el pebetero y se acercó a ella, espectadora, atufándola de incienso, para decirle: "Es usted la mujer más bonita que he visto nunca contemplando un desfile procesional". Se vieron en otras ocasiones y terminaron casándose, pese a que, como alguna vez le confesó, celebraba con devoción la poesía mística y el poema “A una nariz", que recitaba de memoria en cada una de sus versiones.

            Se planteaba ahora si un hijo podría heredar el naricísimo infinito que ella había padecido y dejado atrás.

-Lo operaré en el primer momento -se dijo a sí misma sin comentar lo más mínimo con su marido, ajeno al aspecto de ella antes de la operación y empeñado en la paternidad.

Nació un niño con nariz desproporcionada y Eduardo pensó en un castigo divino por sus entusiasmos ante el poema de Quevedo.


viernes, 9 de marzo de 2018

58 El cirujano poeta


El cirujano poeta

Antonio García Velasco



Le dijo a Elvira, como si la entrecogiese después de una larga espera irrefutable:

-Sí, cierto, yo fui seminarista. Estudié gracias al Seminario, cierto. Mis padres no tenían medios para que estudiara y marchar al Seminario fue la gran solución. Pasado el tiempo, en uno de aquellos tediosos paseos por la ciudad, alineados como soldados de Cristo, te vi. Tu madre vociferó tu nombre llamándote. Y, oh, Elvira, ya no pude olvidarte. Te soñaba, te imaginaba junto a mí. Suspiraba por tu sonrisa, por tu atención... También por tus besos, por más remordimientos que me asaltaran como futuro sacerdote. Bueno, esto era un decir, porque nunca tuve el convencimiento de consagrarme a Dios. Gracias al Seminario, conseguí una fuerte formación lingüística y el amor a la palabra y el amor a ti me llevaron a la Poesía. Poéticos se me antojaban aquellas estrofas que escribía para memorarte. Hoy, comprendo que eran ripiosas y muy alejadas de las auténticas formas poéticas. Pero aquellos fueron mis orígenes como poeta, aunque estudiara medicina a base de becas y mucho esfuerzo. Te he soñado mucho durante toda mi vida. Hoy te encuentro en este lapsus de presentar un libro de poemas... Puede que no deba un cirujano prestigioso descender a las minucias de los versos, Elvira. Puede... Al verte, se me vinieron a la mente los recuerdos del pasado.

-Estoy casada, Germán. Tengo dos hijos.

-Estoy casado, Elvira. Dos hijos tengo también. Pero ella me dejó en la soledad, en el estudio, en la entrega a la medicina y a la poesía. Hoy estará riéndose a carcajadas, pues, como la de Bécquer, pensaba que un poema sólo es bello en un billete de banco escrito. Pienso que hasta con el bisturí hay que ser poeta de versos bellos, bien medidos, perfectos. En cada hilo que cierre una herida hay que poner el alma de los versos, el arte de lo bien hecho. Esto lo hago por profesionalidad y escribo versos con el sudor de mis capacidades lingüísticas. Ignoro qué me cuesta más: la escritura de un verso o la salvación de una vida en el quirófano al que se ha confiado el enfermo. Piensan, no obstante, que un médico como yo pierde el tiempo cuando se pone a escribir poemas.

Ella arrancó recitando a Jovellanos:



Ríñenme, bella Enarda,

los mozos y los viejos,

porque tal vez jugando

te escribo dulces versos.

"Debiera un cirujano",

susurran, "más severo,

"de las livianas musas

"huir el vil comercio".

"¡Qué mal el tiempo gastas!",

predican otros. Pero,

por más que todos gruñan,

tengo de escribir versos:

quiero loar de Enarda

el peregrino ingenio

al son de mi zampoña,

y en bien medidos metros;

quiero de su hermosura

encaramar al cielo

las altas perfecciones;

de su semblante quiero

cantar el dulce hechizo,

y con pincel maestro

pintar su frente hermosa,

sus traviesos ojuelos,

el carmín de sus labios,

la nieve de su cuello;

y váyanse a la... al rollo

los catonianos ceños,

las frentes arrugadas

y adustos sobrecejos;

que Enarda será siempre

celebrada en mis versos.



-Gracias por el cambio que has hecho. Gracias por decir cirujano y no magistrado como dijo Jovellanos. Que bien conozco el poema. Aunque también escribo sobre temas ajenos a lo amoroso.

-Te mereces lo mejor -dijo Elvira besándolo en la mejilla a modo de despedida.



Se vio de nuevo en el Seminario, soñando con aquella mujer. Vino a interrumpir su ensoñación la llamada en el móvil: en el Clínico lo requerían para que salvara la vida a un accidentado en un prosaico choque de automóviles. ¿Podría un médico escribir versos líricos sobre el prosaísmo de los renglones torcidos de la enfermedad?




jueves, 8 de marzo de 2018

57 Mujer y varón


Mujer y varón

Antonio García Velasco



Fue tanta la lucha por encontrar su ideal que su blanquísima piel se tornó renegrida. Las terribles horas caminando bajo el sol la iban transformando en otra persona. Había renunciado a sus zapatos de altos y delgados tacones. Se resignó a salir de casa sin maquillaje. Optó por rechazar la prolongación de los baños supuestamente relajantes. Decidió olvidarse de vestidos de moda y vestir según la conveniencia cómoda del momento...

De caballeresca forma, le preguntó Gerardo:

-Pero ¿qué es lo que buscas?

-Volver, regresar a la autenticidad.

-Destruyes tu belleza, tus armas de mujer.

-¿Acaso no vale más la inteligencia, el auténtico yo y no lo que quieran imponernos con malas artes eficaces y aviesas intenciones? ¿Acaso necesitamos armas las mujeres para ser personas?

-Las armas de mujer son otra cosa. Muchas las exhiben por la calle y van pidiendo guerra de modo más o menos consciente. Otras las utilizan para conseguir sus fines, aprovechando las debilidades masculinas.

-Estás mostrando una visión muy machista de las relaciones entre varones y mujeres.

-Tengo que ver el mundo como hombre. Otra cosa distinta es que considere necesario el respeto a la mujer, incluso para hacer desaparecer lo que llaman brecha salarial, que, por otra parte, existirá siempre que mantengamos este sistema, no entre hombres y mujeres, sino entre unas personas y otras, entre políticos y no políticos, entre personal cualificado y aquellos otros que no tuvieron la fortuna o el talento para su formación... Hay genios desperdiciados en cualquier parte.

-También entre las mujeres, cuyas oportunidades han sido menores por tradición.

-A mi madre le impusieron las tareas domésticas cuando era niña mientras sus hermanos iban a la escuela y consiguieron estudiar.

-Me estás dando la razón.

-Siempre procuro dar la razón a quien la tiene. Lo que no significa que defienda o exprese mis puntos de vista.

-En consecuencia, no me vengas con argumentos como la destrucción de la belleza, armas de mujer. Quiero encontrar la autenticidad y, si es necesario que el envase se deteriore, nada importa.

-Se puede ser auténtico conservando un hermoso cuerpo.

-A veces resultan incompatibles envases y contenidos. En nuestra sociedad se da más valor al continente que a lo guardado en él. Hablan de marketing para justificar el desequilibrio, aunque éste se imponga con el paso de los años. En tal sentido, ninguno quiere aparentar su edad verdadera.

-Menos aún las mujeres.

-Ya sale de nuevo tu vena masculina.

-Vena es palabra femenina.

-Ya te lo estás tomando a broma.

-Estoy perdido, Luisa, lo que yo pretendía es llevarte al huerto y estoy cada vez más lejos de saber cómo proponerle amor a una mujer como tú.

-A ninguna persona, no digo ya mujer, le amarga una proposición honesta, respetuosa y bien intencionada.

-¿Sin que se considere agresión, acoso, machismo?

-Inténtalo.

Dieron por terminada la conversación y se encontraron, como tantas veces ocurre, en el amor.




miércoles, 7 de marzo de 2018

56 Sueños


Sueños

Antonio García Velasco



Se quería comprar un barco de cincuenta metros de eslora, por lo menos. Pintaría el casco de color morado y le pondría un nombre con letras doradas: "Isabella". Iría allende las islas y volvería con las bodegas cargadas de farro, el cereal que mejor toleraba su bella enamorada. El mecanismo de su gametogénesis se ponía en funcionamiento a toda máquina y, tanto ardor amatorio le producía, que había de acudir necesariamente al burdel en busca de desahogo y alivio.

-¡Isabella, oh, mi Isabella! ¿Hasta cuándo me harás esperar, amada mía?

Iba a visitar a Isabella cuando su oficio de pescador se lo permitía. Hacían planes para contraer matrimonio y soñaban. Él le proponía relaciones más íntimas y ella se negaba por sus arraigados principios religiosos y sus profundos temores a que sus padres se enteraran. Seguían viéndose en casa de ella, siempre en presencia de su madre o hermana. A veces, paseaban, también acompañados de alguna pariente. En ocasiones iban juntos a la misa de los domingos y rozaban sus dedos para ofrecerse agua bendita. Si alguna vez se besaban, él saltaba de felicidad y soñaba con un jardín de flores y besos. Sus pasiones eran ahogadas en las carnes mercenarias de las mujeres del prostíbulo.

-¡Isabella, oh, mi Isabella! ¿Hasta cuándo me harás esperar, amada mía?



-Mis padres dicen que tú eres un chichirivaina y proponen casarme con Bergamín el carnicero, hombre serio y formal, con un seguro porvenir pues cada día tiene más clientela su carnicería. Afirman también que tú eres un putañero que no me mereces.

-Salgo todos los días a pescar soñando contigo, tratando de ahorrar para que nos casemos... ¡Y tus padres me vienen con esas! ¿Y qué es lo que dices tú?

-Te quiero, Santiago, pero tú no te decides a pedir mi mano. A Bergamín no le importa que haya tenido novio. Me conoce y está seguro de que guardo mi flor para el matrimonio.

-Mira, que listo el carnicerito.

Aquella noche fingió que se iba, pero no se marchó de la casa de ella, faltando a su cita diaria con la barca de pesca. Subrepticiamente, sin que nadie se diese cuenta, se escondió bajo la cama de la Isabella. Aguardó a que el sueño calmase los sentidos de los habitantes de la vivienda, cerró el pestillo de la puerta de la habitación y se introdujo bajo las sábanas de su amada. Cuando esta vino a darse cuenta, el ardor de Santiago había arrebatado violentamente la virtud virginal de la doncella. Una mano férrea le apretaba la boca para que no gritase, a la vez que le musitaba tiernas palabras de amante enamorado... El dolor intenso de un principio se fue transformando en placentera excitación. Una mancha de sangre en las sábanas marcó el testimonio de lo ocurrido. Santiago le juró amor eterno. Isabella, en el mar de la confusión, entre el infierno y la gloria, no acertaba a explicarse lo ocurrido.

-Júrame que me quieres, Santiago. Júrame que lo has hecho por amor. Te lo ruego.

-Juro que te quiero y sólo el amor me ha llevado a lo que he hecho.

-¡Isabella, te pasa algo, Isabella! -aporreaba la madre la puerta de la alcoba.

-No, mamá, nada me pasa.

-La puerta está cerrada, ¿por qué?

-La cerré sin darme cuenta. Te abro -dijo mientras aleaba a Santiago a esconderse bajo la cama.

Entró la madre en el cuarto y no pudo menos que fijarse en la mancha roja de la cama.

-¡Las reglas! Me han sorprendido las reglas, mamá.

-Ve a lavarte mientras te pongo una muda limpia.

-No es preciso, mamá, ya lo hago yo. Acuéstate y descansa. Ya me las arreglo yo. No te preocupes, mamá.

Se retiró la madre a su dormitorio sin más averiguaciones, segura de la virtud de su hija.

Santiago abandonó su escondrijo y, a oscuras, fue conducido por Isabella hasta la puerta de la calle.

-¿Qué es eso? -preguntó la madre desde la cama al escuchar el ligero portazo.

-Soy yo, mamá, voy al cuarto de baño y he tropezado. No te preocupes. Estoy bien.

"No se llevará Bergamín el carnicerito lo que he soñado tanto tiempo. No se lo llevará", se fue diciendo Santiago. "Y, ahora, que la casen si quieren".



Nunca tuvo Santiago un barco de cincuenta metros de eslora, ni navegó en busca de farro para complacer a su amada, ni salió de pobre pescador. A Isabella la casaron con el carnicero, pero nunca dejó de pensar en la noche de bodas que vivió junto a su primer amor.