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domingo, 11 de marzo de 2018

60 El marxista enamorado


El marxista enamorado

Antonio García Velasco



Bastaban pocos minutos de conversación, para ver aflorar su marxismo rancio y fanático.

Se enamoró de Claudia y, en las llamas del amor, ella trató de hacerle comprender que el barro humano no está hecho para ánforas de un ideal comunista.

-Es necesario el látigo amenazante y la zanahoria estimuladora para que los seres humanos se muevan por su propio interés, no ya por el interés de los demás. No estamos hechos para la solidaridad y la cooperación. Lo siento, Blas.

Él permanecía en la nube del amor, en el edénico jardín de los enamorados, en la plataforma sagrada de Eros. Se dejaba convencer por lo que ella decía. La adoraba.



Un día, ya moderada su ideología radical, descubrió que ella, aunque independizada de sus padres, era hija de un poderoso industrial.

-Me has engañado, Claudia. Creí que hablabas por convencimiento y no respondiendo a los intereses capitalistas de tu familia.

-¿Por qué crees que rompí con mis padres y me gano la vida con mi trabajo?

-Siempre tendrás la tabla de salvación del capital de los tuyos.

-Aunque así fuera, ¿anula eso lo que sostengo acerca de los seres humanos? No somos nada cooperantes ni solidarios con los otros. Nos mueve sólo el egoísmo y, salvo excepciones, no buscamos nada distinto a nuestras satisfacciones personales.

-Hay personas que se sacrifican por filantropía.

-Cierto. A veces por un ideal religioso, a veces por impulsos humanitarios, sin más. Son las excepciones, no la reglas. También hay quien se mueve por la pose del figureo del buenismo. Es decir, por figurar como filántropo.

-Pesimista eres, Claudia.

-Por realista me tengo. Y no te niego que, en determinados momentos, seamos capaces de entregas generosas a los demás.

-Mientras los seres humanos asimilamos la vida en comunidad que propugna el comunismo, es necesario la imposición, la rigidez de la ley, la mano dura del Estado para que el individuo no se desmadre.

-La historia nos ha demostrado el fracaso de las sociedades basadas en el marxismo.

-Humanos somos, Claudia, y erramos con facilidad. Muchos errores cometieron los políticos durante años y, al final, el deterioro social provocó el fracaso. Pero ello no...

-Blas, no dejemos que nos pierda la palabrería. Ven a mis brazos, acude a mis besos. Regálame con tu amor.

Él aparcó sus afanes dialécticos y, respondiendo a la invitación, se entregó a los arduos reclamos de la pasión. Después acudieron a una manifestación ilegal, aunque legítima, pro reconocimiento pleno de los derechos humanos.

Procedente de los antidisturbios, Claudia recibió un balazo de goma que le destrozó la boca y dejó cara y ropas con tintura sanguinolenta. Se la llevaron en ambulancia.

Cuando sus padres conocieron la noticia acudieron al hospital y, al comprobar los daños sufridos, se ofrecieron a llevarla a casa y a pagarle la intervención del mejor cirujano estético que le devolviera el aspecto habitual. No se negó Blas a que el dinero de sus suegros remediara el entuerto, aunque puso la consiguiente denuncia de reclamación a las fuerzas policiales y al ministerio del interior.



Vendada estaba Claudia todavía cuando reanudaron, una vez más, sus pugilatos dialécticos- Blas renegaba de la represión y ella dijo_

-También los marxistas en el gobierno fueron represores. ¿Se lo preguntamos a Lenin, a Stalin?

-¿Estás justificando la carga policial?

-Toda represión es deplorable, pero las leyes pueden justificar ciertas actuaciones que nada nos gustan.

-¿Qué quieres decir, Claudia?

-Que ciertas cosas se comprenden, aunque no se justifiquen.

-Luego, ¿te aguantas con el balazo?

-No me queda otro remedio que aguantarme. Sabíamos todos a qué íbamos, cuáles eran los peligros.

-Claro, Claudia, como tienes un padre rico que pague los gastos de la cirugía estética que te han practicado...

-¿Me querrías igual con mi cara deformada o estarías viendo siempre la causa de tu odio a este sistema, que tan malo es como el que tú defiendes?

-El capitalismo es salvaje, explotador, inhumano con los más débiles.

-No menos que fueron los soviets con los propios rusos y con todos los países de su área de influencia.

-Me decepciona tu obstinación, Claudia.

-¿Te digo lo mismo yo? Oh, Blas... No podemos pasarnos la vida discutiendo sobre el mundo mejor. La especie humana tiene que encontrar todavía el norte que como tal especie le corresponde. Lástima que no podamos besarnos ahora con estos vendajes.

-Oh, Claudia, lástima -respondió él arrellanándose en los brazos de la mujer.




viernes, 2 de febrero de 2018

33 Relación condicionada


Relación condicionada

Antonio García Velasco



La llamaban compartidora desde el momento en que descubrieron que compartía su pareja con otra mujer. Ésta comprendía que era la forma más fácil de satisfacer sus necesidades sexuales. O pagaba a un gigoló o aceptaba la propuesta ofrecida por su hermana. No disponía de dinero para la primera opción. En nada era agraciada: ni cara bonita, ni tipo bien proporcionado, pechos pequeños... Laura, por el contrario, era una miss con belleza de concurso, aunque nunca había querido competir: guapa, esbelta, bien proporcionada.

-Una condición te pongo, Gerardo: que, cuando ella lo requiera, vayas a retozar con mi hermana.

-No te comprendo, Laura.

-Ya sabes como es. Y tiene las mismas necesidades que cualquier mujer. Si vas con ella, me tendrás completamente entregada a tus satisfacciones.

Totalmente enamorado de Laura, apasionado por su ser, Gerardo terminó aceptando la insólita proposición.

-Primero con ella y, después, conmigo.

El hombre acudió a casa de Ernestina, que lo esperaba con la casa a tenue luz, en ropa ligera, con una música íntima e incitadora, con una copa de licor y un brindis. Se mostró cariñosa y él, que, en principio, sentía la cáscara de los prejuicios y el rechazo, tras apurar el néctar ofrecido, respondió a las provocaciones.

-¡Oh, Gerardo, ha sido maravilloso! -exclamó ella.

-No, no ha estado mal.

-Te aviso para la próxima vez.



Cuando volvió a casa de Laura, ésta ya había recibido la llamada de su hermana, con el relato de los hechos, con la confesión eufórica y feliz de lo bien que lo había pasado. La bella miss escuchó los detalles del encuentro y comenzó a experimentar el zumbido de la excitación.

-Gerardo, vamos -dijo sin más, arrastrándolo a la habitación.

Pero el cuerpo de Gerardo no respondía ni a la belleza de ella, ni a su estriptis, ni a los besos, ni a las caricias.

-¿Tan agotado te ha dejado mi hermana?

-Supongo que sí, Laura querida. Supongo que sí. Me ha exprimido como a un limón.

-Mañana será otro día -respondió la mujer, resignada, comenzando a vestirse.

Durmieron uno junto a otro, en un roce estéril e impreciso: ella decepcionada; él, exhausto e invadido de un sentimiento agridulce. Por la mañana, no obstante, tras el desayuno, Laura y Gerardo consumaron la relación. Ella no experimentó la intensidad del placer que le había relatado Ernestina y él no quedó tan satisfecho como la noche anterior: ni había experimentado los mismos impulsos ni la necesidad de repetir dos veces más como ocurrió con Ernestina.



Los episodios se sucedieron y Gerardo, cuando iba a casa de Ernestina, con la copa, la música, la ropa ligera que la cubría, terminaba siempre entregado con una pasión fuera de lo común. Tras tales encuentros, Laura encontraba un hombre deshecho, incapaz de erección satisfactoria, mohíno y desganado. Se acercó a casa de su hermana y descubrió la sustancia que disolvía en la copa previa. Experimentó también con la media luz, la música íntima e incitadora, la ropa insinuante y la copa de la magia.

-¡Oh, Gerardo, Gerardo, hoy sí que me has satisfecho! -exclamó tras la prueba con los procedimientos de su hermana.

-¿Habremos encontrado, al fin, la clave de nuestra relación? -preguntó el hombre.



Gerardo mantuvo durante algún tiempo las relaciones con las dos hermanas. Adelgazaba de manera alarmante y decidió tomarse unas vacaciones en un monasterio, alejado de mujeres, copas y músicas que no fuesen cantos de oración y penitencia.




miércoles, 23 de diciembre de 2009

UN CUENTO DE NAVIDAD

Un cuento de Navidad

Antonio García Velasco

Desde su perspectiva de hombre enamorado, ella era la mujer más hermosa del mundo. Sin embargo, desde el punto de vista de otro cualquiera, ella era… hermosa en extremo, posiblemente más que otra mujer del mundo. Estaba convencido de que ella lo amaba y, por tanto, su único temor era pensar que Dios pudiera elegirla para madre de su segundo hijo. Si bajara el arcángel a hacerle la anunciación de que concebiría por obra y gracia del Espíritu Santo, él se revelaría hasta el punto de renunciar a su fe y proclamar a los cuatro vientos la injusticia divina. No tenía madera de santo José y, ni por Dios, estaba dispuesto a renunciar a su amada, bella entre las bellas, hermosa como ninguna.

Cuando escuchaba hablar del hambre en el mundo, de la crisis económica afectando sólo a los que menos poseen, de las desigualdades entre ricos y pobres, de la corrupción y la miseria, de la maldad reinante, de la degeneración humana, de la indiferencia de los poderosos ante las enfermedades graves pero curables, de las flagrantes injusticias… cuando, en fin, oía afirmar que es la hora de una segunda venida del Mesías, se ponía a temblar, seguro de que Dios escogería para encarnar a su hijo a la mujer más hermosa de la tierra, y esa era ella, su amada. Y como la quería por encima de todas las cosas, terrestres o celestiales, chabacanas o sublimes, no estaba dispuesto a renunciar a su amor. No se resignaría como San José, pobre hombre, impresionado porque su desposada había sido elegida por la Divinidad como madre del Redentor. Por buenazo, aceptó complacido, protegió a María contra las habladurías y fue como un padre terrenal para el hijo de Dios. Él no estaba dispuesto a semejante sacrificio. Incluso, a veces, siendo partidario de la vida y respetuoso con los no nacidos, hasta se daba en pensar que, si a Dios se le ocurría engendrar en su amada, por muy divino y redentor que fuese el engendro, aprovecharía la ley Aído y la llevaría a una clínica pública o privada. Que lo supiera Dios que con él no se jugaba así como así.

En otros momentos, temía el enfrentamiento con el Todopoderoso, ya que se consideraba un pobre mortal, sin más oficio ni beneficio que su carrera universitaria y un trabajo mal remunerado de técnico en telecomunicaciones. Eran momentos de abatimiento y celos que desaparecían al verla a ella, radiante como una diosa, perfecta como un amanecer, sublime como la música de Mozart. “Oh, Bibiana, mi Bibiana”. Y se crecía hasta sentirse capaz de todo con tal de ser el único.

Bibiana, además de bella, era creativa, sociable, dinámica e independiente. Respetaba la forma de pensar de los demás, a los que escuchaba con gran interés. Por ello era muy querida por sus amistades. Y, sobre todo, por él, que tan profundamente enamorado se mostraba.

Un día apareció turbada, inquieta, temerosa. Y, al mismo tiempo, complacida, llena de gracia entre todas las mujeres, feliz. No se atrevía a confesar los motivos de su estado de ánimo. Pero él lo supo desde el primer momento: sus temores se habían cumplido. Bibiana estaba embarazada. Era un 25 de marzo, día de la Encarnación. El niño-Dios nacería, como cada año, el 25 de diciembre. Pero él no estaba dispuesto a celebrar una nueva Navidad. Nunca más, una Navidad, aunque tuviese que renunciar a todas sus creencias y llevar a Bibiana a una clínica pública o privada.