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miércoles, 25 de abril de 2018

69 El hastial de la caída


El hastial de la caída

Antonio García Velasco



Resbaló por la vertiente izquierda del hastial, según contemplamos la fachada desde la calle. Sufrió el apagón de todas las antorchas de sus planes futuros inmediatos: dos piernas rotas, un brazo partido y un golpe contundente en la cabeza contra una piedra sobresaliente del suelo. Hospitalizado tendría que pasar varias semanas.



Recordaba los versos de César Vallejo que su profesor de literatura ponía como ejemplo de "ruptura del sistema": "Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza". Él no era albañil propiamente dicho, aunque había subido al tejado a arreglar unas tejas. Él no había muerto, por fortuna. Él almorzaría a las horas convenidas, aunque fuese en el hospital. Había tenido suerte. Quien no se consuela es porque no quiere.



Su expareja, Ernestina Huesa, se acercó a visitarlo al hospital. La visita le dejó una extraña sensación: aquella sonrisa forzada, aquellos comentarios irónicos sobre su listeza, que si se había creído capaz de hacer cualquier cosa, que si...

-¿Te ensañas conmigo, Ernestina? ¿Te mofas de lo que me ha ocurrido? ¿A qué has venido a verme?

-Quien tuvo, retuvo -fue la respuesta de ella.

-Entre tantos insultos despreciables y menosprecios insultantes, me llamaste buey, o sea, macho vacuno castrado... Bien sabías que no era mi condición.

-Nuestras relaciones eran ya insoportables. Por suerte no tuvimos hijos. Y ahora te caes del tejado de la casa que te quedaste tú. Hiciste lo imposible por arrebatármela, a sabiendas de lo mucho que me gustaba.

-Me correspondía en justicia.

-Tu caída es un castigo.

-Mi porrazo ha sido un accidente. No vengas a sacarme de mis casillas, que de mis escayolas no puedo salir.

-Siempre serás un cabrón, Jaime Alfonso.

-No me hagas decir lo zorra que has sido tú. ¿No fuiste tú la que comenzó cortando el queso de la infidelidad?

-Eras un malísimo amante, Jaime.

-No me hagas reír, Frigiliana. Siempre te mostraste fría, indiferente, apagada como un rescoldo de cenizas aguadas, como una muñeca hinchable.

-Me saca de quicio tu palabrería. Igual que siempre.

-¿A qué has venido, entonces? Bien tranquilo estaba en este calvario de piernas inmóviles y brazo entablillado.

-¿No es una obra de caridad visitar a los enfermos? -preguntó con sarcasmo manifiesto.

-¿Y qué clase de obra es venir a mofarse, a ensañarse con la desgracia, a echar alcohol en las heridas que todavía no han cicatrizado? Eres un ejemplo vivo de perversidad, Ernestina Huesa.

-Y tú eres... -interrumpió la enfermera anunciando que las visitas tenían que salir al pasillo: iban a lavar al enfermo, arreglarle la cama e inyectarle heparina que evitara la coagulación que le podría causar la inmovilidad.



Ernestina Huesa no volvió a la habitación y Jaime se quedó con la incógnita de lo que ella iba a decir. Procuró olvidar la visita y pensar que sólo diría algo que nada nuevo iba añadir a tanto como se dijeron en el proceso de la separación.



Después de salir del hospital, vendió la casa y se fue a vivir a un bloque de pisos.


jueves, 9 de marzo de 2017

Microrrelato 86 Antibióticos injuriosos


Antibióticos injuriosos

Antonio García Velasco



En principio, los llamaron injuriosos porque, en vez de curar las enfermedades infecciosas, aceleraban su gravedad. Los investigadores sospecharon, como en otras ocasiones, que algunos fabricantes escatimaban los principios activos de las cápsulas, bebibles o inyectables. En los laboratorios de un hospital hicieron pruebas y descubrieron la resistencia de las bacterias a los antibióticos. Cundió la voz de alarma. Todos los medios comenzaron a hablar de la amenaza y, en las tertulias televisivas o radiofónicas, los alarmistas se llenaron la boca dibujando el apocalipsis con el fin de humanidad como, en tiempos remotos, tal si ellos hubiesen estado presentes, ocurriera la desaparición de los dinosaurios. "En breve, encontraremos los antibióticos eficaces contra esas bacterias resistentes a los actuales", anunció el Premio Nobel de Medicina. Respiramos de nuevo el aire de la esperanza. El descubrimiento se produjo, en efecto, pero sólo sospechábamos que nos venderían el nuevo medicamento a precio tan injuriosamente alto. Muchos piensan -¡horror!- que todo fue un montaje de ciertas multinacionales farmacéuticas para incrementar sus ganancias millonarias.


viernes, 3 de febrero de 2017

51 La Medicina


Medicina

Antonio García Velasco



Pese a todos los impedimentos y recortes en el I+D+I, continuó trabajando y trabajando hasta que descubrió la medicina que curaba todas las enfermedades conocidas y desconocidas. Pero no quiso hacer negocio con la fórmula y, por otra parte, si un laboratorio farmacéutico la comercializaba, ¿a qué precio para no arruinar todo el negocio de tantas y tantas empresas que viven de la fabricación de medicinas? No le dejaron probar el fruto de tantas y tantas horas de investigación. Pero la ocasión se presentó un buen día que ingresaron a su hija en el hospital con una extraña dolencia. Le proporcionó la medicina y la joven sanó al poco tiempo. Achacaron la curación a un milagro y no al producto elaborado por su padre. Después, el investigador se limitó a suministrar la medicina a escondidas de otros facultativos, que observaban que cada vez iban a buscarlo más pacientes y todos sanaban. Creció su fama de curandero y lo despidieron del hospital por proporcionar medicamentos no recomendados por Sanidad. Ejerció la medicina desde su casa, hasta que una mañana de mucha demanda, una bomba acabó con todo el edificio.

lunes, 12 de diciembre de 2016

La venta de esclavos


La venta de esclavos

Antonio García Velasco




Un rey, sentado en una tribuna, presenciaba la venta de esclavos. Un médico trabajaba tanto en la investigación de remedios medicinales que sus compañeros comenzaron a preguntarle si es que pensaba heredar el hospital o curar él solo a todos los enfermos del mundo. Conocida tal dedicación por el rey, lo mandó llamar. "En primer lugar, Majestad, no admito la esclavitud", dijo el doctor, sin esperar a que el monarca, absorto en la contemplación de la subasta y de la animadora, le permitiese hablar. "Eres atrevido en verdad. ¿Se puede saber por qué no admites la esclavitud?". "Todos los seres humanos somos iguales". "¿Todos son reyes? Estás desvariando". La bailarina seguía sus movimientos ajena a la escena de la tribuna... Irrumpieron los piratas. Vencieron. El Capitán felicitó a Espada Cortada por sus valerosas hazañas. Ni el rey pudo seguir contemplando la venta de esclavos ni el doctor continuar sus investigaciones.