La salsa con neguilla
Antonio García Velasco
Sentada en un saliente, contemplaba
los cachones en la orilla rocosa del mar. Se admiraba de la espuma de blancor
interminable.
Prendida estaba en los poemas
marinos del atardecer y su bolso había quedado, como olvidado, a pocos metros
de su posición contemplativa. Un ratero se iba acercando sigilosamente a su
objetivo. Mas, en el momento de alargar el brazo para alcanzarlo, ella volvió
la cara y el ratero desistió momentáneamente de su propósito. Dijo con soltura:
—Muchacho, creo que vas por
el mal camino. Robar las propiedades ajenas es un delito. El bolso no te
pertenece. Acabarás en la cárcel.
—Supones lo que no es.
—No, muchacho, no me vengas
con cuentos. Mejor te vas, te olvidas —se levantó y recogió su pertenencia.
—Si se hubiese llevado el
bolso, no podría cocinar la salsa con neguilla que tanto le gusta a mi hijo. La
he comprado expresamente para ello y aquí la tengo —se dijo mientras comprobaba
que el envoltorio de las especias permanecía en su sitio.
En aquel preciso momento, se
produjo un cachón gigante. Aguas y espumas le arrebataron lo que tenía en las
manos.
—Lo que no me quitó el
ratero, me lo ha quitado el mar. No tengo otro remedio que dejar la salsa para
otro día.