sábado, 22 de febrero de 2014

Conmemoración de la muerte de Antonio Machado

75 años de la muerte de Antonio Machado 
 Antonio García Velasco

 “Es de noche. Se platica / al fondo de una botica. / —Yo no sé, /Don José, /cómo son los liberales / tan perros, tan inmorales. / —¡Oh, tranquilícese usté! / Pasados los carnavales, / vendrán los conservadores, / buenos administradores / de su casa. /Todo llega y todo pasa. / Nada eterno: / ni gobierno / que perdure, / ni mal que cien años dure. / —Tras estos tiempos, vendrán / otros tiempos y otros y otros, / y lo mismo que nosotros / otros se jorobarán. / Así es la vida, Don Juan. / —Es verdad, así es la vida”.

Se trata de un breve fragmento del poema de Antonio Machado “Poema de un día. Meditaciones rurales”. Poema fechado en Baeza, 1911. Poema de un día en cuanto refleja la actividad cotidiana de nuestro autor: el ejercicio de su profesión de catedrático de francés en un instituto, la creación literaria (“aprendiz de ruiseñor”), la lectura de libros, la reflexión, la participación en una tertulia de gentes cultas de Baeza, la vuelta a casa, los libros de nuevo, la meditación… Se supone, el descanso. Nada de particular, en apariencia, tratándose de un intelectual. Pero, en el poema vemos tanto las preocupaciones existenciales como sociales y políticas. Nos da la impronta de las dos Españas que han de helarnos el corazón. Como una simple opinión de contertulios, con sencillez y con profundidad. Pero, ¡ojo! Aunque de opiniones diferentes (liberales perros e inmorales frente a conservadores “buenos administradores… de su casa”) conviviendo en relaciones cordiales y amistosas. Bien lejos de las actitudes tendenciosas y fundamentalistas de quienes sostienen, viven, interiorizan, actúan según el principio tan poco democrático de “quien no está conmigo está contra mí”.

 No vive Antonio Machado ajeno a las gentes de su época: “Te bendecirán conmigo / los sembradores del trigo; / los que viven de coger / la aceituna; / los que esperan la fortuna / de comer; / los que hogaño, / como antaño, / tienen toda su moneda / en la rueda, / traidora rueda del año”. Ni, por supuesto, a las preocupaciones existenciales y sociales: “Mucho importa (en otras versiones: “Algo importa”) / que en la vida mala y corta / que llevamos / libres o siervos seamos”. Y su pizca de resignación: “mas, si vamos / a la mar –a la muerte- / lo mismo nos han de dar”.

 Son versos que constituyen la meditación de un hombre que al contrario de otros, más que saber su doctrina es “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Su lección es clara: consecuente con sus ideas, tolerante con las ideas de otros, filantrópico y, por supuesto, solidario. ¡Y gran poeta!

DEPENDENCIAS

Dependencias 
 Antonio García Velasco

 Dependemos de las máquinas. Hasta cierto punto. Hasta un cierto punto muy alto, pienso. El año comenzó con un atasco en el tubo de desagüe de la lavadora. ¡Menudo problema quedarse sin esta máquina! Primero hubo que recoger el agua que anegaba el lavadero y, posteriormente, tres días pendientes de la solución del dichoso atasco.

A este incidente doméstico le sigue la avería en el coche. Cinco días dependiendo de los transportes públicos o del sano ejercicio de caminar, (cuando no es a la fuerza). Claro que, con los tapones de tráfico que se viven en cualquier ciudad, mejor es depender de las esperas, largas y tediosas, de los autobuses. O caminar, coche de San Fernando, ratito a pie, ratito andando.

Se soluciona el problema del coche y, mira por donde, el ordenador dice que tururú: un pitido era todo su mensaje al tratar de encenderlo. Que el monitor no es, puesto que funciona conectado al portátil. Que si la memoria RAM, que si la placa base, que si un virus maligno y maldito que se te coló por la puerta ancha de Internet. A estas alturas aún ignoro lo ocurrido, pues sigue en el servicio técnico.

Cuando falta ese chisme, se da uno cuenta de que ni escribir una línea sin ordenador. Se paralizan los ordenadores y se hunde este mundo nuestro tan civilizado. Un día vas al banco y se ha “caído” el sistema informático y las colas claman desesperación y parálisis. Una mañana te acercas a las ventanillas de cualquier administración y fallan las computadoras y se levantan las úlceras de la pérdida de tiempo.

Nada podemos hacer sin las máquinas. Dependemos de ellas, nos esclavizan. Ya planteaba Julio Cortázar que, cuando se regala un reloj a un niño, en realidad, se está regalando un niño a un reloj. Hoy el escritor argentino hubiese escrito en vez de reloj y necesidades de darle cuerda, ponerlo en hora, limpiarlo, etc., “teléfono móvil”, otra máquina que se impone y se hace imprescindible, nos esclaviza y condiciona. No se sabe qué hacer y se coge el móvil para contemplar su pantallita, manipular su teclado y explorar sus interminables funciones y aplicaciones descargadas.

 Y, mientras los vecinos nos entretenemos de estas ocupaciones y dependencias, los políticos españoles en el empeño de reformar vía decreto ley, crear repúblicas de taifas y dejar a la ciudadanía con menos posibilidades y más recortes cada jornada. En contraste, los europeos, queriendo borrar fronteras por una parte y despenalizado las eutanasias por otro, que se borren los valores humanos, que predominen sólo los valores rentables desde la perspectiva del dividendo. Y los que miran aún más lejos, en el empeño de la globalización dominada por el capital, dependiente, por descontado, de los ordenadores y, por supuesto, con el riesgo de que un buen –mal- día se estrelle el sistema y nos estrellemos todos con él.

domingo, 2 de febrero de 2014

El avaro y el jornalero



El avaro y el jornalero
Antonio García Velasco

Los bancos, avaros donde los haya, están declarando, aclamando, proclamando sus millonarios beneficios, superiores a los años anteriores. El dinero de los bancos parece ignorar su función social, la humana solidaridad (no le pidamos peras al olmo, y menos al olmo viejo, hendido por el rayo de la ambición y en su mitad podrido).

Tales declaraciones, aclamaciones, proclamaciones me han hecho recordar la vieja fábula (de Fábulas de Juan E. Hartzenbusch), titulada El avaro y el jornalero. Nos cuenta la historieta de que “Todo su caudal guardaba / cierto avariento cuitado / en onzas de oro, metidas / en un puchero de barro”. No se sentía seguro el hombre con tanto dinero en casa y “Por tenerlo más seguro, / fue con su puchero al campo: / al pie de un árbol cavó, / y lo enterró con recato”. No es el proceder de los bancos, ciertamente. Muy al contrario, ahora, quienes pueden ahorrar unos eurillos se van al banco y los dejan allí, para que el banco los guarde, les cobre por guardárselos o comercie con ellos para mayor beneficio bancario.

Frente al avaro, “Amaneció al otro día / hambriento y desesperado / un jornalero, sin pan / ni esperanza de ganarlo”. Sin esperanza de ganar el pan de cada día, ¿cuántos tenemos en estos momentos? Y tan desesperados, quizás, como el de la fábula que “Sacudió las faltriqueras, / y hallando en una unos cuartos, / sale, se compra una soga, / y enseguida, como un rayo, / se va al campo a que le quite / los pesares el esparto”. No era la solución, sin duda, aunque la hayan escogido algunos desdichados.

“Trataba de ahorcarse, en fin, / y escogió para ello el árbol / que era del tesoro en onzas / inmóvil depositario”. Para el avaro el pie de aquel árbol fue el presunto entierro de su intranquilidad, para el jornalero sin trabajo, el consuelo sería una rama alta de la que colgar la soga. Pero… “Al afianzar de un rama / bien la soga el pobre diablo, / se le hundió en el hoyo el pie / y halló el puchero enterrado”.

Celebró su suerte con entusiasmo desmedido: “Cogióle, besóle y fuese”. Había cambiado su vida ante el hallazgo inesperado. Mas el avaro no vivía tranquilo  “y corriendo a corto rato / sus preciosas amarillas / vino a visitar el amo. / La tierra encontró movida, / y el hoyo desocupado; / pero de puchero y onzas / no vio ni sombra ni rastro”. ¡Oh, desesperación del avaro arruinado! Un rescate, por favor, un rescate, aunque les cueste bajada de sueldos, bajada de pensiones, recortes indecibles al resto de los mortales del país. Pero no estaba el mundo para rescates y el avaro “Reparó en la soga entonces, /y haciendo a la punta un lazo, / se ahorcó para no vivir / sin sus tesoro adorado”.

La moraleja no se hace esperar y, al contrario que en la vida real. “Así el puchero y la soga / mal o bien se aprovecharon: / él en un hambriento, y ella / en el cuello de un avaro”.