sábado, 7 de abril de 2018

68 El nonio


El nonio

Antonio García Velasco



Su sentimiento de superioridad estribaba en el hecho de que nadie como él media y calibraba los objetos pequeñísimos por medio del nonio. Creerse superior por destacar en algo concreto y específico no está justificado nunca y, sin embargo, abundantes son los humanos que, por ser un gran futbolista, un cantante notorio, un músico de relativa fama, un poeta de cuatro versos reconocidos, un profesor de pedagogía o de cualquier materia, un militar de alta graduación, un secretario general de un partido político, un cargo cualquiera... ya se creen absolutamente superiores en todo al resto de los mortales. A mi homónimo Antonio lo sacamos de sus mediciones con el nonio y se encuentra perdido, desorientado, anhelante. ¿Qué justificación tenía, pues, su sentido de la superioridad?



Para liberarlo de la pesada carga de sentirse superior e inocularle una semillita de humildad y valoración relativa de su persona, decidimos llevarlo con nosotros a un viaje por tierras de idioma raro, de esos que nos resultan tan extraños como los cantos épicos de las ballenas. A Polonia nos dirigimos, de idioma eslavo, sin artículos, con siete casos en sus declinaciones y palabras de difícil pronunciación, considerado una de las cinco lenguas más difíciles del mundo después del vasco, húngaro, chino mandarín y japonés.



Juan Pedro, el humilde, hablaba bien el idioma polaco. Sería nuestro guía y socorro. De nada se ufanaba, pues su lema era que “ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo”. Si no me equivoco, tomó tal insignia de Baltasar Gracián, que aficionado era a la lectura de nuestros clásicos y, de modo especial, del conceptista del siglo XVII.



El tercer día de nuestro viaje, fingimos perderlo en un pueblo de montaña al que no había llegado el turismo que hace chapurrear el inglés para entenderse con los visitantes. Seguros de que no iba a saber ni siquiera preguntar por sus amigos, nos compinchamos para dejarlo solo entre los puestos de un mercadillo callejero.



-Se le bajarán los humos, sin duda -nos dijimos-. Cuando se vea aislado, sin entenderse con nadie, comprenderá que, por muy hábil que sea midiendo y calibrando miniaturas, no puede mantener ese complejo de superioridad que muestra en todo momento.



Nos lo encontramos al día siguiente, departiendo en polaco con una señora de muy buen ver. Se miraban con ternura y se declinaban requiebros amorosos que, según Juan Pedro, se correspondían con el más ortodoxo lenguaje de amor.



-Ella es Agnieszka Kasprzak, experta polaca en mediciones con el nonio. Ha sido una inmensa suerte perderos de vista, pues, de lo contrario, nunca la hubiese encontrado. Creo que me quedaré en Polonia una buena temporada.



Nunca supimos ni cómo ni cuándo aprendió aquel idioma. Volvimos a nuestra tierra con la sensación de que nos pasamos de listos al querer darle una lección de humildad.




2 comentarios:

  1. Claro, resulta muy difícil dar lecciones de humildad. Esas tienen que salir de experiencias espontáneas de quienes se creen superiores a los demás. Pero, el mero hecho de reconocer, sus amigos, el fracaso en dicha empresa, ya es un acto humilde. Si algún día llega a sus oídos tal actitud, quizás le haga reflexionar.

    ResponderEliminar
  2. Estupendo relato. Y además estos tipos tienen suerte...

    ResponderEliminar