El nonio
Antonio García Velasco
Su sentimiento de superioridad estribaba
en el hecho de que nadie como él media y calibraba los objetos pequeñísimos por
medio del nonio. Creerse superior por destacar en algo concreto y específico no
está justificado nunca y, sin embargo, abundantes son los humanos que, por ser
un gran futbolista, un cantante notorio, un músico de relativa fama, un poeta
de cuatro versos reconocidos, un profesor de pedagogía o de cualquier materia,
un militar de alta graduación, un secretario general de un partido político, un
cargo cualquiera... ya se creen absolutamente superiores en todo al resto de
los mortales. A mi homónimo Antonio lo sacamos de sus mediciones con el nonio y
se encuentra perdido, desorientado, anhelante. ¿Qué justificación tenía, pues,
su sentido de la superioridad?
Para liberarlo de la pesada carga de
sentirse superior e inocularle una semillita de humildad y valoración relativa
de su persona, decidimos llevarlo con nosotros a un viaje por tierras de idioma
raro, de esos que nos resultan tan extraños como los cantos épicos de las
ballenas. A Polonia nos dirigimos, de idioma eslavo, sin artículos, con siete casos
en sus declinaciones y palabras de difícil pronunciación, considerado una de
las cinco lenguas más difíciles del mundo después del vasco, húngaro, chino
mandarín y japonés.
Juan Pedro, el humilde, hablaba bien el
idioma polaco. Sería nuestro guía y socorro. De nada se ufanaba, pues su lema
era que “ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo”. Si no me
equivoco, tomó tal insignia de Baltasar Gracián, que aficionado era a la
lectura de nuestros clásicos y, de modo especial, del conceptista del siglo
XVII.
El tercer día de nuestro viaje, fingimos
perderlo en un pueblo de montaña al que no había llegado el turismo que hace
chapurrear el inglés para entenderse con los visitantes. Seguros de que no iba
a saber ni siquiera preguntar por sus amigos, nos compinchamos para dejarlo
solo entre los puestos de un mercadillo callejero.
-Se le bajarán los humos, sin duda -nos
dijimos-. Cuando se vea aislado, sin entenderse con nadie, comprenderá que, por
muy hábil que sea midiendo y calibrando miniaturas, no puede mantener ese
complejo de superioridad que muestra en todo momento.
Nos lo encontramos al día siguiente,
departiendo en polaco con una señora de muy buen ver. Se miraban con ternura y
se declinaban requiebros amorosos que, según Juan Pedro, se correspondían con
el más ortodoxo lenguaje de amor.
-Ella es Agnieszka Kasprzak, experta polaca en mediciones con el
nonio. Ha sido una inmensa suerte perderos de vista, pues, de lo contrario,
nunca la hubiese encontrado. Creo que me quedaré en Polonia una buena
temporada.
Nunca supimos ni cómo ni cuándo aprendió
aquel idioma. Volvimos a nuestra tierra con la sensación de que nos pasamos de
listos al querer darle una lección de humildad.
Claro, resulta muy difícil dar lecciones de humildad. Esas tienen que salir de experiencias espontáneas de quienes se creen superiores a los demás. Pero, el mero hecho de reconocer, sus amigos, el fracaso en dicha empresa, ya es un acto humilde. Si algún día llega a sus oídos tal actitud, quizás le haga reflexionar.
ResponderEliminarEstupendo relato. Y además estos tipos tienen suerte...
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