El
cuelmo
Antonio García Velasco
Encendió su cuelmo para recorrer el largo
pasadizo oscuro. La luz que proporcionaba la llama no era suficiente para
iluminar sus pasos: a veces tropezaba con piedras del suelo no evidenciadas por
la escasa iluminación. Mas persistió en su empeño, acaso irrenunciable.
"La vida, se decía, es también un
recorrido que nunca está suficientemente iluminado. Tratamos de aprender,
tratamos de hablar otros idiomas, anhelamos una cultura amplia y unos
conocimientos científicos del universo y, en general, tenemos que conformamos
con la escasa luz de una astilla de madera resinosa que encendemos en nuestro
desamparo. Pero seguiré buscando afanosamente por este largo pasadizo que mi
hacha alumbra de modo precario".
Una nueva piedra le hizo tropezar,
interrumpiendo su meditación. Acercó la llama al obstáculo y descubrió los
puntos dorados que brillaban en la roca incrustada en el suelo.
-¿Oro?
Se afanó en arañar aquella superficie con
su cuchillo y consiguió extraer varias pepitas del metal precioso. Se le desplegaron
las ramas de la dicha y sintió la tentación de quedarse extrayendo más y más
riqueza.
-No, es vana la ambición de acumular
riqueza deteniendo nuestro paso hacia el final del pasadizo que es la vida. Me
llenaría los bolsillos de oro que incluso me pesarían a la hora de caminar -se
dijo y continuó con las pepitas recogidas hasta el momento.
La astilla resinosa que le servía para
iluminarse anunciaba su final. Al percatarse de ello, sintió que una suerte de
tenia comenzaba a debilitarlo.
-Debo resistir, aun en la oscuridad
próxima que sobrevenga a la consunción de la tea y de mí mismo.
Sus familiares y amigos lo encontraron
delirante, febril, repitiendo como con aire sazonado:
-No es la suerte del oro lo que nos
salva, es el oro de la suerte de tener familia y amigos. ¿Dónde, dónde están
ahora mis familiares, mis amigos? No es la suerte del oro, es el oro de la
suerte de mi familia, de mis amigos.
Lo sacaron del pasadizo y lo llevaron a
un hospital. Consiguió reponerse. Cuando echó mano a las pepitas que llenaron
sus bolsillos, sólo encontró el recuerdo. A reír comenzó y, cuando le
preguntaron la causa, contestó de modo desapasionado:
-Tal vez fue una ilusión, una traición de
mis sentidos cansados... He soñado que me han robado el oro y no es oro todo lo
que reluce.
En el fondo, se le levantó la intención
del volver a tropezar por segunda vez en la piedra de las pepitas de oro
naranja. Procuraría ir más preparado.
Cada uno construimos en el avance de nuestra existencia una filosofía para abordarla con la máxima felicidad posible. ¿Reside en tal construcción entender la vida tanto como para afrontarla sin prejuicios que debiliten nuestras ilusiones? ¿Hasta qué punto un golpe de suerte para obtener riquezas terrenales nos aliena, a través de la ambición, con la sociedad establecida? ¿A quiénes derrumba este eventual azar lo construido dentro de sí como único?
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