Las
cinco anas
Antonio García Velasco
Hablaba siempre de que disponía, a su antojo
y capricho, de cinco anas satisfactorias y exigentes. Abogado en ejercicio,
apuesto, palabrero comedido con el elogio pronto y la ocurrencia oportuna, a
Germán Peña no le extrañó aquella declaración y pensó que Mendizábal era un
afortunado ligón que llevaba sus amoríos con cinco mujeres, loquitas por él.
-¿Cómo es Ana primera de España y quinta de
tu corazón?
-Mi secretaria se llama Dulce.
-Ana la Dulce.
-¿Y cómo se llama la segunda?
-¿La segunda qué? Tengo una compañera de
bufete que se llama Carmen Benítez y es una mujer muy inteligente, muy
competente y también muy guapa.
-¿Y la tercera Ana?
-Ignoro la ignorancia que te lleva a
preguntar por la ¿tercera qué? Pero voy a comentarte que acaba de llegar una
becaria, Teresa Ribero, que a todos nos hace suspirar con su mirada vivaz, sus
contoneos agresivos, su juventud exultante, su presunta ingenua inteligencia.
-No puedes dejar de hablarme de la cuarta.
-Está bien, curiosón. Mi jefa es Adelaida,
la exigente, la germana, la temible. No te puedes imaginar...
-¿Y también con ella? -hizo un gesto de
relación íntima.
-Estás desvariando, Germán. A Adelaida no se
la lleva a la cama ni su propio marido que en paz descanse.
-¿Se lo cargó ella?
-Fue el fundador de nuestro bufete, abogado
de prestigio y eficacia aun en los casos de más claros indicios de
culpabilidad. Mucho ha sido su legado a nosotros y a la jurisprudencia. Murió
de cáncer de próstata.
-No te calles la quinta.
-Mi esposa es profesora de filosofía en un
instituto de enseñanza secundaria, ocupada en la lucha para que no supriman tal
asignatura en el bachillerato. Se llama Angustias y es cariñosa, comprensiva,
amante, acogedora, alegre y de buen carácter en todo momento. Sin su apoyo
hubiese colgado la toga hace mucho tiempo. Me llevaba los gajes del oficio a
casa con sus sinsabores y enredos, pero ella, con argumentos emanados de su
saber filosófico, me convenció de que una cosa es mi oficio y otra muy distinta
la moral, la moralina, la justa justicia. "Tienes que proceder con el
mandato de la ley, aunque la ley no sea la justicia", me dijo. "La
toga la dejas colgada en la percha de tu despacho sean cuales sean los asuntos
que debas resolver".
-Sabio consejo para un abogado que ha de
defender a criminales, traficantes, maltratantes, defraudadores, violadores,
maltratadores y otros "ores" por el estilo. ¿Ella comprende y
consiente que te ligues a todas las anas que enumeras con nombres y apellidos?
-No te has quedado con la copla del monema ana. Cuando hablo de cinco anas me estoy refiriendo a las dimensiones de mi
despacho en el bufete. Cinco de un lado por cinco del otro, veinticinco metros
cuadrados para mí. Más o menos, que ana es medida de longitud equivalente a un
metro, aproximadamente.
-Te has querido burlar de mí, haciéndome
creer que hablabas de mujeres.
-Tienes mente y mentalidad pervertidas y
calenturientas, porcunas. ¿Desde cuándo no usas el coger argentino?
La respuesta de Germán Peña fue el silencio, el mosqueo y la
retirada. Mendizábal permaneció mirando su marcha, sonriendo y pensando en la
cita que tenía con Teresa Ribero, la becaria dispuesta a todo, sin prejuicios,
con ambición sobrada, segura de sí misma y de lo que quería conseguir sin
regatear medios.
La mayoría de los humanos, por pura conveniencia, somos conscientes de la bala que guardamos en la recámara de la ética. Pero, justamente, en las recámaras abunda la penumbra y, en ella, el rostro es propenso a confundir las intenciones. Entre palabras oídas superpuestas, ¿ a qué criterio acudimos para encontrar las de doble fondo?
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